COMERCIO: Aumentan críticas a la doctrina de apertura de mercados

Los cimientos teóricos del libre comercio se están sacudiendo antes de que comience la III Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que se llevará a cabo en Seattle, al noroeste de Estados Unidos, entre este martes y el 3 de diciembre.

Una encuesta realizada entre los economistas estadounidenses más destacados comprobó que 97 por ciento consideraban cierto que "los aranceles y las cuotas de importación reducen el bienestar económico general".

Sin embargo, a raíz de las crisis en América Latina, Asia y Rusia, un coro creciente está cuestionando la teoría ortodoxa de la liberalización del comercio.

Los críticos señalan que la productividad y los índices de crecimiento de las economías industrializadas se redujeron a la mitad durante los últimos 25 años, mientras se liberalizaba el comercio en el mundo.

En los países en desarrollo, el crecimiento del ingreso tuvo una evolución aun peor en el mismo período.

El disenso ha crecido tanto que Mike Moore, director general de la OMC, declaró hace poco: "Pensaba que el caso ya había sido resuelto, pero creo que debemos poner marcha atrás y explicar cómo llegamos hasta aquí".

La teoría clásica del libre comercio tomó forma en 1817 con la doctrina de las ventajas comparativas, cuyo autor, el economista británico David Ricardo, afirmó que los países obtendrían mayores beneficios si se especializaban en las áreas productivas en las cuales tenían más ventajas, o menos desventajas.

Como Gran Bretaña era mejor en la producción textil, y Portugal era mejor en la producción de vino, Ricardo razonó que ambos países iban a ganar más si se concentraban en lo que hacían mejor y comerciaban libremente entre sí, en vez de que cada uno tratara de producir ambos bienes.

Los seguidores de Ricardo desarrollaron esa hipótesis en lo que llamaron "Teoría Pura del Comercio".

La teoría del libre comercio se desarrolló primero y sigue siendo más aceptada en las potencias económicas dominantes, Gran Bretaña en el siglo XIX y Estados Unidos en el siglo XX.

La doctrina de las ventajas comparativas previó que quienes eran "más eficientes en la producción industrial (casualmente, Gran Bretaña) se dedicarían a ella, mientras los que eran mejores como leñadores y extractores de agua seguirían haciendo sólo eso", apuntó el historiador Douglas Dowd.

En la década de 1840, los seguidores de Ricardo promovieron la apertura de los mercados cerealeros británicos, en parte para aliviar la llamada "Gran Hambruna" en Irlanda, pero los campesinos irlandeses eran tan pobres que ni siquiera podían comprar granos baratos.

En la primera colisión del libre comercio con la distribución desigual del ingreso, un millón de irlandeses murieron a causa del hambre y de diversas enfermedades.

Ninguna de las naciones que se han industrializado con éxito lo hicieron mediante el comercio irrestricto. Todas protegieron sus industrias incipientes de la competencia foránea, señalaron los críticos.

Las industrias de Alemania y Estados Unidos crecieron en el siglo XIX tras los muros de protección construidos por Friedrich List y Alexander Hamilton, respectivamente. En este siglo, Japón logró su preeminencia industrial mediante diversas formas de intervención en el mercado y administración del comercio.

Las nuevas naciones industrializadas del este de Asia TAMBIN escoltaron y subsidiaron a sus industrias en desarrollo.

La Teoría Pura se basa en demasiadas "presunciones magníficas", como las de que la competencia es perfecta, el capital no puede circular entre países y todos los recursos se emplean plenamente, señaló Dominick Salvatore, de la Universidad de Fordham, en Nueva York.

En otras palabras, el aprovechamiento de las ventajas comparativas requiere pleno empleo, dijo Marc Weisbrot, director de estudios del Centro Preamble de Washington.

El libre comercio sin pleno empleo significa que muchos trabajadores desplazados de industrias deficitarias empeoren su situación, explicó.

La Teoría Pura afirma que el comercio crea ganancias suficientes para que todos puedan beneficiarse, siempre y cuando esas ganancias sean ampliamente redistribuidas. Pero nunca prometió que la redistribución se produjera, sino que más bien predijo que habría ganadores y perdedores en cada país, añadió.

Cuando el presidente estadounidense Bill Clinton aseguró en 1994 que el ingreso de las familias aumentaría 1.700 dólares en promedio si el Congreso ratificaba el tratado de la OMC, el analista político William Greider dijo que era como prometer que si alguien ganaba la lotería todos sus vecinos se enriquecerían.

Greider apuntó que la mayor parte de las ganancias por el incremento del comercio internacional van a parar a manos de los ricos, mientras los ingresos de la mayoría de la gente común no aumentan.

William Cline, un ex funcionario del Tesoro estadounidense, calculó en 1997 que el libre comercio había sido la causa de 39 por ciento de las desigualdades salariales en los 20 años previos.

"Hay una base respetable en la teoría económica para afirmar que el libre comercio perjudica los salarios reales de los más pobres", afirmó.

La doctrina de las ventajas comparativas asume que se mantendrán las relaciones actuales de poder entre los países, e implica que las naciones en desarrollo deberían adaptarse a esas condiciones. "Por lo tanto, ignora su potencial para crecer y transformarse", agregó.

Cline recordó que tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los economistas occidentales dijeron a Japón que no tenía ventajas comparativas para la industria pesada, porque le faltaban materias primas importantes como hierro y carbón. Los planificadores japoneses fueron sabios al desoír el consejo.

Algunos países en desarrollo tienen hoy ventajas comparativas para exportar café y bananas o proveer mano de obra barata, pero dedicarse sólo a eso afectaría su capacidad de crecer en forma más productiva, opinó Richard Brinkman, de la Universidad de Portland.

El Fondo Monetario Internacional presiona a muchos países pobres para que se concentren en sus exportaciones agrícolas, pero eso podría reflejar lo que los economistas llaman "una falacia de composición". Lo que es bueno para uno, no necesariamente lo es para todos.

Si demasiados productores tratan de aumentar al mismo tiempo sus exportaciones del mismo producto básico, el mercado se satura y los precios caen.

Una crítica más profunda del libre comercio afirma que no es humana ni ambientalmente sustentable.

Más allá de las teorías, las naciones y corporaciones más poderosas dominan los mercados de tal manera que, igual que las altas montañas, fabrican su propio clima comercial, señalan los criticos.

"Las corporaciones internacionales, y en particular las más grandes, controlan directa o indirectamente dos tercios del comercio mundial", afirmó la comentarista francesa Susan George.

"Por lo menos la tercera parte de lo que llamamos comercio internacional son transacciones de IBM con IBM o de Ford con Ford, y otro tercio corresponde al comercio de las firmas transnacionales entre sí", explicó.

Consorcios como Trasatlantic Business Dialogue dominan las decisiones comerciales de los gobiernos, y los poderosos practican el libre comercio solo cuando les conviene, agregó.

Mientras Clinton defendía el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con Canadá y México, y los acuerdos de la OMC, ayudaba a crear un cartel mundial del aluminio para reducir la producción y auemntar los precios, recordó George. (FIN/IPS/tra- en/pc/aa/mk/ego/mp/if dv/99)

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