AMBIENTE: Combatir la pobreza para impedir la desertización

La mitad de la población pobre rural de América Latina y el Caribe reside en sitios afectados o amenazados por la desertización, fenómeno que avanza aceleradamente en esta región, otrora famosa por sus selvas tropicales, sus ecosistemas diversos y su rica biodiversidad.

Esta constatación ha llevado a algunos expertos, como la directora del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) para la región, la chilena Raquel Peña-Montenegro, a afirmar que para frenar la desertización es necesario combatir primero la pobreza.

"Es sabido que la extrema pobreza en América Latina afecta más a la población rural que a la urbana, y es fácil constatar como la mayoría de esos pobladores pobres habitan zonas degradadas o en inminente peligro de estarlo", precisó.

Según el FIDA, la cuarta parte de las tierras desérticas del mundo se hallan en América Latina y el Caribe, lo que significa que casi dos millones y medio de kilómetros cuadrados de sus tierras padecen aridez.

Otros dos millones son zonas semiáridas, pero si se incluye en la relación a las zonas desérticas y subhúmedas secas, la cifra supera los cinco millones de kilómetros cuadrados.

Las regiones áridas y desérticas se encuentran en todo el territorio latinoamericano, pero los problemas más graves se localizan en el nordeste de Brasil, en México y en América Central, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas.

El avance de la desertización es tan dramático en esta parte del mundo que la Cuarta Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas contra la Desertificación (UNCCD), a realizarse este año, estará dedicada a analizar la situación de America Latina y el Caribe.

No obstante, algunos expertos son optimistas. "Si comparamos nuestra situación con la de Africa, tenemos aún esperanzas", señaló el ambientalista peruano José Mogrovejo. "Acá tenemos muchas regiones áridas que todavía son cultivables y pueden salvarse de la desertización total", afirma.

Remitiéndose a datos oficiales, Mogrovejo indicó que entre la desertización natural y la provocada por la mano del hombre se han degradado ya 60 millones de kilómetros cuadrados de la superficie terrestre, el equivalente a cinco veces el territorio europeo o dos veces el de América del Norte.

La desertización por causas humanas es provocada mediante la tala de bosques, agricultura intensiva o con tecnología inadecuada, mal manejo del agua y sobrepastoreo.

Según la UNESCO, se requiere como mínimo invertir 22.000 millones de dólares anuales en las próximas cuatro décadas para revertir este proceso que afecta al 30 por ciento del territorio mundial y a casi 1.000 millones de habitantes del planeta.

Esa suma serviría solamente para reforzar la inversión actual en proyectos contra la desertización, que asciende a 42.000 millones de dólares al año.

"El panorama no es alentador. Si no se destinan partidas adicionales para detener el proceso y elaborar proyectos que incluyan la concientización de la población en riesgo, en los próximos 20 años unos 135 millones de personas simplemente no tendrán donde vivir", advirtió Mogrovejo.

"Creo que la tarea más importante será hacer entender a cada habitante del planeta que ésta es una responsabilidad de todos, porque si la desertización prosigue será el fin del mundo, pues careceremos de tierras para proveernos del alimento", reflexiona.

En la práctica, sin embargo, son los países ricos los que han demostrado mayor indiferencia ante el problema, tal vez porque no sienten el problema como propio, al no ocurrir mayoritariamente en sus territorios, y se niegan a incrementar los recursos para financiar las iniciativas contra la degradación de suelos.

La Tercera Conferencia de las Partes, realizada en Recife, Brasil, en noviembre pasado, fue la prueba más reciente de ello.

En esa oportunidad, el director ejecutivo de la Conferencia, el brasilero Antonio Guerreiro, exhortó a los países ricos a aumentar su colaboración. Pero su llamado no encontró el eco deseado.

Otra muestra de desinterés es el hecho de que muchos países industrializados, como Estados Unidos, firmaron la convención pero no la han ratificado.

Mientras, algunas iniciativas individuales se yerguen como la esperanza frente a un planeta que se seca paulatinamente.

Una austríaca, Isabel Bayer, experta en planificación de paisajes, plantó 600 árboles en un oasis del desierto de Sinaí, usando un sistema que mediante sustancias acrílicas retiene el agua y la suministra por goteo a los árboles hasta que éstos desarrollan sus raíces y alcanzan las aguas del subsuelo.

El experimento llamó la atención de otro ambientalista, Hugo Hubacek, que investigó la aplicación de la nueva tecnología en el desierto y presentó un proyecto de un millón de dólares al Banco Mundial para hacer florecer en el desierto de Sahara semillas de mimosas "dormidas" hace más de 1.000 años.

Mogrovejo no se atreve a opinar sobre la viabilidad del proyecto, pero de una cosa sí está seguro: si la desertización continúa, las próximas generaciones sólo conocerán muchas especies de árboles en los museos. (FIN/IPS/zp/mj/en/00

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