INDÍGENAS-VENEZUELA: Crecer entre el juego y el drama

El juego es el formidable vehículo de socialización y de transmisión de usos y tradiciones para los niños y niñas de las poblaciones indígenas de Venezuela, que aún soportan difíciles condiciones de vida y ven amenazada su cultura.

Un estudio registró que comunidades diferentes en regiones muy variadas tienen usos, creencias y rituales parecidos sobre el embarazo y el parto, el cuidado del recién nacido, la enseñanza de destrezas, la siembra de valores y la conversión de niños en adultos, en medio de la difícil convivencia o resistencia a la escuela, la medicina o la televisión del "mundo criollo".

Bajo la batuta de Emanuele Amodio, de la Escuela de Antropología de la Universidad Central, y con auspicio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), un equipo estudió durante dos años en seis de los 35 pueblos indígenas venezolanos las pautas seguidas en nueve fases o áreas de la crianza de niños y niñas.

"Partimos de reflexiones sobre la construcción, evolución y crisis de las identidades, y de la certidumbre de que la raíz de la identidad está en lo que se hace en los primeros cinco o seis años de vida", explicó Amodio a IPS. "Quisimos ir a la raíz de la crisis, donde había un vacío de estudio muy grande", dijo.

Señaló que se escogieron pueblos con distinto grado de interacción con la cultura dominante (criolla), de diferentes familias lingüísticas y ecosistemas habitados por los 500.000 indígenas del país, que, según el censo de 2001, representaban entonces 2,3 por ciento de la población venezolana.

El estudio abarcó a comunidades de los pueblos wayúu y añú (arawacs del extremo noroeste), ye'kuana (caribes del sur), waraos (del delta del río Orinoco, al este), jivi (en la confluencia del Orinoco y el Meta) y piaroa (alto Orinoco).

La primera de las pautas estudiadas fue el embarazo, buscado desde la primera semana de matrimonio en las parejas wayúu, en tanto las mujeres ye'kuana preferirían traer su primer hijo a los dos años de formada.

En algunas comunidades se prefiere un primer hijo varón, para que pronto ayude a cazar y pescar, en otras a una niña para que colabore en las tareas de la casa. En cambio, las nuevas parejas de la etnia piaroa no hacen distinciones, pero sí quieren "no más de tres o cuatro hijos, porque todo está muy caro y no tenemos con qué mantenernos".

La gestación lleva a cuidados especiales, y en todas las culturas hay prohibiciones míticas — que a menudo abarcan al padre además de la madre— sobre el consumo de carne producto de cacería o especies de pescados que pueden influir en la salud del niño.

Otro rasgo es preferir que el bebé crezca pequeño en el vientre, para facilitar el parto. En todas las etnias la placenta es envuelta y enterrada, jamás arrojada a las aguas. Los mellizos no son bien vistos, y los antiguos piaroa dejaban a uno de los niños donde enterraban la placenta para que quien quisiera pudiera recogerlo.

La elección del nombre del niño o niña tiene cargas rituales para algunas etnias, pero la mayoría de ellos son de origen español o combinados, más un apodo. Un ye'kuana nombró a su hijo Bebeto, en honor a ese futbolista brasileño campeón del mundo con su selección en 1994, al otro Macunaima, que es uno de los atributos del sol, y a un tercer Curatay, que es el nombre del saltamontes.

Los cuidados corporales de los pequeños comienzan con la limpieza de las excretas y siguen con el baño, a cargo de madres y abuelas y como práctica intensa en los pueblos cuya vida se imbrica con el agua, como los warao del delta del Orinoco o los añú de la laguna de Sinamaica, cuyos pequeños aprenden a un tiempo a caminar y nadar.

La leche de la madre es el alimento casi único en los primeros meses. Los piaroa se transmiten leyendas sobre luchas sostenidas por héroes culturales, en la noche de los tiempos, a favor de la lactancia materna.

Los siguientes alimentos son papillas de frutos, arroz y caldos de pescado. Después de sus tres años, los pequeños comen prácticamente lo mismo que los adultos, principalmente carnes producto de cacería y pescados, bananos y otros frutos, yuca (mandioca) y algunos alimentos industriales.

Los niños wayúu de zonas rurales (decenas de miles ya habitan en Maracaibo y otros centros poblados de occidente) consumen leche y queso de cabra y vaca. Los ye'kuana desde los cuatro o cinco años aprenden a recolectar bachacos (hormigas rojas), a cocinarlos y comerlos.

Los investigadores notaron problemas de nutrición en varias comunidades, sobre todo de warao —de modo recurrente algunos grupos viajan a mendigar en Caracas y otras ciudades— y de añú, entre quienes el problema está asociado a la escasez de pescado por la salinización de Sinamaica, una laguna que se conecta con el golfo-lago de Maracaibo, que desde hace décadas es dragado para permitir el paso de buques petroleros.

La parte lúdica ofrece los registros más gratos, porque todos los pueblos favorecen los juegos infantiles, como mecanismo de aprendizaje, socialización y preparación para la vida adulta.

Desde los tres o cuatro años de edad hay una diferencia de género marcada, en juegos y juguetes, preparándose los varones para la caza, pesca, siembra o comercio, y las niñas para la cocina, los tejidos y el cuidado de la casa y la familia.

Entre los juguetes abundan las canoas, arcos y flechas, tallas de animales y muñecas hechas con fibras, maderas, conchas o arcilla disponible en el entorno, pero ya son comunes también los juguetes de plástico, vidrio o metal llevados desde las ciudades.

En cuanto a juegos de conjunto, con observancia de las diferencias de género, es común la animación y participación de adultos junto con los niños. Los pequeños warao hacen competencia de remo, las ye'kuana juegan a "la familia" y los añú, que habitan cerca de la frontera con Colombia, a la persecución entre grupos llamada "guardia y contrabandistas".

En las comunidades del sur y de oriente, sobre todo, el estudio registró a la escuela como una limitación para el desarrollo de los juegos tradicionales de los niños indígenas, al copar todas las mañanas y, a menudom la mitad de la tarde.

Las enfermedades infantiles son las comúnmente enmarcadas en la pobreza, como diarreas, vómitos, fiebre, paludismo, Todos los pueblos las atribuyen a sus carencias, a la transgresión de normas (como comer alimentos prohibidos durante el embarazo) y también a causas sobrenaturales, por la influencia de espíritus malignos.

Por ello, el tratamiento o la curación cabalgan entre la medicina occidental, en los dispensarios rurales o centros médicos en zonas pobladas, y la tradicional, con un chamán, que generalmente ausculta, aconseja, combate los malos espíritus o brujerías y procura medicamentos a base de hierbas y preparados tradicionales.

La formación de los niños y niñas está confiada a la madre, la familia nuclear, las abuelas y tías, abuelos y tíos, así como a hermanos y hermanas mayores, y luego al conjunto de la comunidad, especialmente entre los ye'kuana y piaroa que habitan grandes casas comunales, o los warao y añú, que viven en palafitos y los comunican con plataformas.

En la transmisión del conocimiento predomina la lengua materna sobre el castellano entre warao, ye'kuana, jivi y piaroa, quienes se comunican en sus idiomas aunque aceptan con agrado enviar a los niños a las escuelas bilingües instaladas en sus territorios.

El bilingüismo es común entre los wayúu. En cambio, de los 10.000 añú, unos 3.000 de los cuales aún viven junto a la laguna, apenas unos ancianos y un joven hablan su lengua.

¿Qué valores enseñan? "Las cosas buenas: cómo tiene que comportarse, conocer profundamente el respeto mutuo entre la familia, que es malo robar, decir palabras desagradables a otras personas, maltratar a su compañerito", enumeró un padre jivi.

En los sitios donde hay televisores, con señal nacional e internacional captada por servicio de satélite y dinero para pagar la suscripción y energía eléctrica de plantas a gasóleo, los niños se arremolinan cada vez que pueden frente el aparato para ver cómics, películas y, en el caso de las niñas, también telenovelas.

"Son nuevos factores de pérdida de la cultura tradicional, como antes lo fueron las religiones cristianas y la escuela en castellano", comentó Amodio.

"Mi propuesta es que se reformen los programas educativos para que durante los cuatro o cinco primeros años de escuela los niños y niñas indígenas estudien en su lengua, y luego que la hayan fijado sigan estudios en castellano, como segundo idioma", indicó.

Finalmente, el estudio mostró otro campo de coincidencias en el fin de la infancia, el umbral que los varones pasan cuando pueden valerse por sí mismos en el campo laboral y que para las mujeres es luego de la primera menstruación, período marcado por rituales de purificación y aislamiento, muy marcados, sobre todo en los wayúu.

La publicación del estudio "nos permite descubrir cosas que deben sustentar nuevas políticas educativas", opinó el viceministro de Educación, Armando Rojas, en tanto Anna Lucía D' Emilio, representante de Unicef en Venezuela, confesó su esperanza de que sirva de "herramienta para el empoderamiento de las organizaciones y hombres y mujeres indígenas".

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