EEUU-COREA DEL NORTE: La carta del halcón

Si el gobierno del presidente estadounidense Barack Obama necesitaba un país díscolo para demostrar una política exterior resuelta y firme, ya lo tiene: Corea del Norte.

El régimen comunista que encabeza Kim Jong Il suele lanzar a sus países enemigos —que, además, son amigos de Washington— amenazas de destrucción de proporciones bíblicas.

Corea del Norte, que posee bombas atómicas, se ha retirado del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, entre otros acuerdos internacionales.

Sus tribunales han sentenciado a dos periodistas estadounidenses a 12 años de trabajos forzados por violar sus fronteras.

Obama, que se ha mostrado conciliador con su par venezolano Hugo Chávez y con el mundo musulmán, no puede parecer demasiado blando en materia de política exterior. Como otros presidentes de su Partido Demócrata, es frágil ante acusaciones conservadoras de debilidad.
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Corea del Norte puede ser la oportunidad de mostrarse como el "muchacho rudo".

Tal vez por eso, Washington promovió en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) una condena al lanzamiento, en abril, de un misil norcoreano, y luego, en mayo, otra aun más fuerte por una prueba nuclear.

Además, estableció el bloqueo naval de Corea del Norte y le advirtió que replicará con un ataque nuclear a una agresión contra Corea del Sur. Ha designado a un nuevo enviado para coordinar las sanciones financieras y presionado a otros países para que las pongan en vigor.

Pero legisladores estadounidenses de línea dura consideran que todo eso es todavía insuficiente. "El presidente parece carecer de determinación", dijo el representante Sam Johnson, del opositor Partido Republicano.

El ex secretario (ministro) de Defensa William Perry urgió al gobierno a considerar una respuesta militar.

Al igual que sus antecesores George W. Bush (2001-2009) y Bill Clinton (1993-2001), Obama llegó a la Casa Blanca sin estar preparado para tratar con Corea del Norte. Los tres gobiernos la excluyeron de sus prioridades y actuaron como si esperaran que el problema se resolviera solo.

Pero Obama, por lo menos, no comenzó en condiciones hostiles.

Su gobierno comenzó manifestando disposición al diálogo con Corea del Norte. Designó a Stephen Bosworth como enviado especial y anunció que viajaría a Pyongyang en breve si el régimen de Kim Jong Il no lanzaba su cohete en abril.

Ahora, con las conversaciones internacionales sobre Corea del Norte en coma y con una escalada en curso, el gobierno de Obama da un manotón de ahogado. Implementa la misma política de contención que fracasó en los años de Bush y Clinton: presionar con sanciones financieras, un cordón militar y condenas políticas.

Ha sido más exitoso que los gobiernos anteriores en obtener el apoyo de China, pero eso fue, en parte, porque Corea del Norte desgastó la paciencia de la potencia asiática.

Washington no comprende que la influencia de Beijing sobre Pyongyang es limitada, y que cae aun más con la presión estadounidense.

El giro conservador del gobierno de Obama es contraproducente. El bloqueo naval puede conducir a un conflicto abierto si Estados Unidos finalmente aborda buques norcoreanos en alta mar.

Las sanciones financieras tampoco serán efectivas. Corea del Norte compra lo que necesita a China, entre otros países. Además, tendrán consecuencias indeseadas, pues el régimen intensifica sus esfuerzos por adquirir moneda fuerte por medios ilegales.

El gobierno de Obama debería analizar desapasionadamente las anteriores concesiones de Corea del Norte. Las políticas de línea aumentaron su intransigencia. La diplomacia logró resultados concretos.

La primera crisis nuclear con Corea del Norte terminó cuando Clinton envió nada menos que al ex presidente Jimmy Carter (1977-1980) a Pyongyang. Las deliberaciones lograron el congelamiento entre 1994 y 2002 del programa norcoreano de enriquecimiento de plutonio.

La segunda crisis importante con ese país, que culminó en 2006 con la primera prueba de una bomba atómica, puso fin a las discusiones bilaterales entre el negociador Chris Hill y sus pares norcoreanos.

Esto desembocó en los acuerdos de las conversaciones de las seis partes (con participación de de Estados Unidos, Corea del Norte, Corea del Sur, Rusia, China y Japón), el 13 de febrero de 2007, lo que llevó a desmantelar entre 70 y 80 por ciento del complejo nuclear de Yongbyon.

En los últimos 15 años, Corea del Norte se echó atrás en sus compromisos. Pero Estados Unidos también renegó de los suyos.

Washington nunca construyó los reactores de agua liviana prometidos en los acuerdos firmados. Retiró a Corea del Norte de la lista de estados terroristas, pero también le impuso requisitos de control no incluidos en el pacto original. Tampoco cumplió los pasos prometidos hacia reconocimiento diplomático. Los aliados de Estados Unidos aportaron a los norcoreanos el crudo que le habían ofrecido.

El gobierno de Obama y la comunidad internacional están comprensiblemente alterados por las acciones de Corea del Norte. Condenar, sancionar y acordonar al país pueden ser tácticas satisfactorias y políticamente expeditivas. Pero estas respuestas no fueron efectivas en el pasado.

En cambio, el control de armas sí funcionó. Para lograr un acuerdo viable con Corea del Norte, Estados Unidos debe negociar de buena fe. Y eso significa que debe prepararse para ofrecerle un paquete político, económico y de seguridad a cambio de su desnuclearización.

El mundo era un lugar más seguro cuando Corea del Norte participaba en la mesa de negociaciones en vez de realizar ensayos nucleares.

Cuanto antes demuestre el gobierno de Obama su determinación a apelar a medios políticos, antes podrá liberarse de las políticas erradas de sus predecesores.

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