AGRICULTURA: Invertir en la gente, la lección brasileña

El nigeriano Kanayo Nwanze eligió Brasil para su primera visita oficial en su carácter de presidente del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA). Quedó plenamente satisfecho: fue la ocasión oportuna para confirmar en persona el compromiso del presidente Luiz Inácio Lula da Silva con la agricultura familiar.

Kanayo Nwanze, presidente del FIDA, entre agricultores familiares de Nova Russas Crédito: Mario Osava/IPS
Kanayo Nwanze, presidente del FIDA, entre agricultores familiares de Nova Russas Crédito: Mario Osava/IPS
Además de dialogar con miembros del gobierno en Brasilia, Nwanze conoció la realidad de los campesinos pobres y las transformaciones que alientan dos proyectos apoyados por el FIDA en el Nordeste, región donde se concentra la pobreza rural de este país.

La política de cooperación agrícola que comienza a desarrollar Brasil, especialmente con África, también interesa mucho al FIDA, agencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) especializada en la pequeña agricultura y la lucha contra el hambre.

Nwanze concedió esta entrevista a IPS en su visita a una comunidad de agricultores familiares en Nova Russas, municipio pobre de 30.000 habitantes en el interior semiárido de Ceará, un estado del Nordeste.

IPS: ¿Qué espera el FIDA de Brasil en términos de transferencia de tecnología y de conocimientos a África?

KANAYO NWANZE: En primer lugar, establezcamos un criterio básico: la inversión en la agricultura minifundista familiar es la más crucial, la que da beneficios seguros, tanto en Brasil como en la mayor parte de África subsahariana.
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Estas inversiones son de dos a cuatro veces más efectivas para reducir la pobreza que cualquier otra. Hoy, en Brasil, la agricultura minifundista representa 70 por ciento de los agricultores. En África subsahariana, son cerca de 80 por ciento: a razón de cinco personas por hogar, estamos hablando de unos 400 millones de personas. Esto es más de la mitad de la población de África subsahariana, y produce 80 por ciento de los alimentos de la región.

Los éxitos que hemos visto aquí, la capacidad de los agricultores de organizarse a sí mismos, la estructura social que han instalado, el enfoque dirigido hacia el mercado, todo eso es fácilmente replicable en el contexto africano.

Representantes sudafricanos vinieron a Brasil en noviembre pasado. Los brasileños irán a Sudáfrica este mes. El FIDA cumple un papel como facilitador del intercambio de conocimientos que se han acumulado en Brasil y que pueden transferirse a cualquier parte del mundo.

Espero que los gobiernos africanos se den cuenta de la importancia de los compromisos políticos al más alto nivel, y el presidente Lula es ejemplar en ese sentido. Él mismo nos dijo personalmente, cuando lo visitamos en Brasilia, que invertir en la gente y en el minifundio agrícola logra tejer la más sustentable de las redes de seguridad social.

IPS: ¿Qué puede decir del concepto brasileño de agricultura familiar? ¿Usted ha adoptado ese concepto en el FIDA?

KN: No es un concepto: es una simple práctica. En Brasil se la llama agricultura familiar, y eso equivale a minifundio agrícola, a agricultura de pequeña escala.

IPS: Pero el hecho de que en Brasil se hable de agricultura familiar y no de agricultura de pequeña escala da una idea de comunidad.

KN: Es lo mismo. Las pequeñas granjas africanas están ubicadas unas junto a las otras. Y eso les da mayores posibilidades de éxito, porque no se trata de granjeros individuales. En ese esfuerzo comunitario se integran los valores familiares, y en el proceso también se percibe la agricultura como negocio, como creadora de empleos, como productora de riqueza económica. No es una mera fuente de alimento para la familia.

IPS: ¿Qué lecciones deja la crisis económica en el plano de la seguridad alimentaria?

KN: La primera, y espero que el mundo la haya aprendido, es que no se puede reducir la inversión en la agricultura. Con la carestía de 2007, hubo disturbios en todo el mundo, de Egipto a Haití. Y eso fue consecuencia de la desinversión, tanto a nivel internacional como de los gobiernos nacionales.

El porcentaje de la asistencia oficial al desarrollo destinado a la agricultura cayó de 20 por ciento en 1980 a menos de cinco por ciento en 2007. La inversión de los gobiernos nacionales cayó de 14 por ciento a menos de cuatro por ciento. Mientras, se encarecían el petróleo y los fertilizantes. Los agricultores no tenían acceso a los insumos, que son caros. Así vino la crisis. La agricultura está en las últimas páginas de la agenda, y todo demuestra que es, en realidad, la columna vertebral del crecimiento económico de cualquier nación.

IPS: Entonces, ¿la prioridad debe ser la pequeña agricultura o la agricultura en general?

KN: Ambos. Debemos invertir en agricultura. En las comunidades donde hay minifundios, debemos invertir en ellos. Es preciso crear oportunidades para ellas, vincularlas con el sector privado. Debemos hacer con los pequeños agricultores lo mismo que hacemos con los grandes establecimientos.

Las inversiones en la agricultura no pueden detenerse, porque todo continúa creciendo. No podemos dejar de invertir en la agricultura porque bajen los precios y creamos que no necesitamos producir más alimentos

Me parece que el mundo se dio cuenta de que la inseguridad alimentaria puede derivar en inseguridad internacional.

IPS: ¿Cuál es el rol de las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC)? ¿Debe haber acuerdo? ¿Eliminar los subsidios sería bueno para los países pobres?

KN: Por supuesto, las negociaciones deben concluir. Con comercio justo, con el levantamiento de las barreras internacionales al intercambio… A la mayoría de los países en desarrollo se les dice que no subsidien a sus agricultores, pero sabemos, al mismo tiempo, cuánto gastan los países ricos en subsidios para sus productores.

¿Por qué la dicotomía? Los subsidios son buenos para Europa, son buenos para África, son buenos para Brasil. Pero los subsidios exitosos son los pequeños. Los subsidios inteligentes. Como hizo Malawi con el maíz: el gobierno ayuda a los agricultores y les facilita el acceso al mercado y a la tecnología como incentivo al crecimiento económico.

IPS: ¿Hay conflicto entre biocombustibles y alimentos?

KN: ¿Por cuánto tiempo ha estado Brasil produciendo biocombustibles? ¿Veinticinco años?

IPS: Treinta años.

KN: Treinta años. ¿Hay conflicto? No. No puede decirse que nada sea malo en sí mismo. El problema es cómo se hace. Si un predio donde se cultivan alimentos, maíz, por ejemplo, se lo comienza a usar para producir biocombustibles, se reduce el acceso al grano. Se provoca un encarecimiento artificial. Cuando en tierras agrícolas de países pobres se comienza a producir biocombustibles, sus gobiernos saldrán a mendigar comida afuera y sobrevivirán sólo mediante la asistencia.

Lo que también está en cuestión es la viabilidad económica. Brasil, por ejemplo, cultivó caña azucarera en tierras que hasta entonces no eran agrícolas. Eso resultó económicamente viable y el precio del azúcar no se vio afectado. Es distinto si Europa decide aumentar 10 por ciento su producción de biocombustibles, pues producirá un litro con un gasto de agua 10 veces superior a lo que insume producir un litro de combustibles fósiles.

Por eso, los biocombustibles no son un error, pero sí puede ser erróneo el contexto en el que se invierte en ellos.

IPS: La agricultura familiar adopta cada vez más lo que en Brasil se denomina agroecología. ¿Qué piensa de esta modalidad productiva?

KN: Básicamente, el término agroecología, tal como se lo emplea en Brasil, significa agricultura orgánica, aquella que se practica sin usar pesticidas o insecticidas químicos. ¿Por qué debería usarlos una comunidad si carece de recursos para comprarlos dado su elevado costo? Pero debemos ubicar los argumentos en su debido contexto.

Si existe la posibilidad, sea en Brasil o en África, de producir alimentos orgánicos a través de la agricultura familiar y de obtener buenos precios, dada la demanda del Norte, ¿por qué no hacerlo, generando así riqueza económica?

Es simple: el precio de los fertilizantes y de los insecticidas químicos es alto, el del combustible sube. ¿Quién pagará el costo en una comunidad agrícola familiar? Para estos campesinos, es más eficiente cultivar sin productos químicos.

Pero en un país donde sólo dos por ciento de los habitantes son agricultores y los salarios no son altos, se necesitarán otros enfoques para producir alimentos.

IPS: Hablemos de cultivos genéticamente modificados…

KN: Hay cierta confusión en el uso de ese término. Cuando transferimos genes de una especie a otra —de un animal a un vegetal, por ejemplo—, hablamos de organismos transgénicos. Es una cosa distinta.

No olvidemos que la medicina ha usado organismos genéticamente modificados para producir vacunas durante mucho tiempo. Mi cuerpo y su cuerpo tienen estos organismos por razones sanitarias.

La agricultura tiene problemas que no han podido resolverse con enfoques tradicionales. Existen áreas con sequías frecuentes cuyos agricultores no pueden producir cultivos que las resistan. En esos casos, la única posibilidad es apelar a los transgénicos: hay un problema y, para solucionarlo, la tecnología es la única herramienta.

Ahora bien, ni cinco por ciento de las tierras agrícolas de África han sido irrigadas, y la mayoría de ellas se encuentran en Egipto, no en la región subsahariana. Los agricultores africanos usan ocho kilogramos de fertilizante por hectárea, cuando los asiáticos usan apenas 1,2 kilogramos. Si no explotaron tecnologías sencillas, que ya existen, ¿por qué tendrían que recurrir a los transgénicos?

Pongamos el caballo delante del carro, no al revés. Allí donde el único recurso posible es el uso de organismos genéticamente modificados… sí, usémoslos. Pero no son la solución para la crisis alimentaria, sino para un problema particular: el de las pestes que se han vuelto totalmente resistentes a los pesticidas químicos.

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