COLOMBIA: Las FARC, agonía o renacimiento

A las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) les pasa lo mismo que a su líder histórico «Manuel Marulanda» (1930-2008), a quien periódicamente declaraban muerto los medios de comunicación.

No sólo los medios, también los gobiernos interesados en el trofeo han dado por derrotado una y otra vez al grupo guerrillero de origen campesino y comunista, surgido en 1964.

Pero ninguno como el del actual presidente Álvaro Uribe. Acompañado por la cúpula militar, proclamó hace un año el acorralamiento de las FARC después de la exitosa Operación Jaque en la que, sin disparar un tiro, se obtuvo la liberación de 15 rehenes de la guerrilla y la captura de dos de sus carceleros.

Un año después, el propio presidente ha reconocido la activa y eficaz presencia de esa guerrilla al atribuir a "una pirueta de los auxiliares de las FARC" la acusación de un juez ecuatoriano contra uno de sus ex ministros, Juan Manuel Santos, y la correspondiente orden de captura solicitada a la Interpol.

Santos, como ministro de Defensa entre 2006 y este año, fue el responsable del ataque aéreo del 1 de marzo de 2008 contra un campamento de las FARC ubicado en territorio ecuatoriano en el que murió el guerrillero "Raúl Reyes", uno de los miembros del Secretariado Ejecutivo de las FARC.
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En una historia llena de altibajos, en la que unas veces la victoria favorece a las FARC y otras al ejército colombiano, el conflicto de este país se ha vuelto una tragedia de nunca acabar.

LOS ÉXITOS MILITARES

El triunfo cantado en 2008 hizo parte de una vigorosa y exitosa reacción de las armas oficiales durante los anteriores seis años del gobierno de Uribe, iniciado en agosto de 2002.

En ese tiempo, los 18.000 guerrilleros con que contaban las FARC se redujeron a 11.000, según datos oficiales procesados por la no gubernamental Corporación Arco Iris.

Además, murieron tres miembros del Secretariado Ejecutivo, la máxima instancia de las FARC, la interrupción de las líneas de abastecimiento sitió a la insurgencia en la selva, según testimonio de secuestrados que huyeron o fueron liberados, y cundió la desmoralización interna, causa y a la vez efecto de la deserción de guerrilleros.

Entre agosto de 2002 y mayo de este año, datos oficiales registraron 12.294 personas reinsertadas —vueltas a la vida civil tras desmovilizarse— de los distintos grupos armados ilegales que operan en este país. Entre ellas se cuentan 1.128 mandos de las FARC, con una experiencia en armas de 10 años o más.

El peor año para la guerrilla fue 2008, cuando, además de la pérdida de altos mandos, se acentuó su aislamiento como efecto de multitudinarias marchas en las ciudades de Colombia contra el secuestro y la violencia.

El repliegue guerrillero que siguió a estos hechos fue leído como el resultado de una política oficial que duplicó los efectivos de 200.000 a 400.000, profesionalizó las Fuerzas Armadas, fortaleció la inteligencia militar y dio mayor poder y agilidad a la fuerza aérea. De hecho, los primeros resultados contra la guerrilla se obtuvieron desde el aire, con los bombardeos a campamentos insurgentes.

Al finalizar 2008, el sucesor de Marulanda, que había muerto en marzo, "Alfonso Cano" reconoció los duros golpes recibidos por la guerrilla.

Atrás, muy atrás, parecían quedar triunfos insurgentes como la toma de la base militar de Las Delicias, de agosto de 1996, en el sureño Putumayo, que dejó una treintena de militares muertos, 20 heridos y 60 prisioneros; o la del caserío rural El Billar, Caquetá, también en el sur, donde cayeron 63 uniformados y 43 fueron capturados, en marzo de 1998.

En agosto del mismo año en Miraflores, departamento del Guaviare, centro-sur del país, los muertos del ejército fueron 30, los heridos 50 y 100 los prisioneros. En total, entre 1996 y 1998, fueron 16 golpes demoledores de la insurgencia que obligaron al gobierno a replantear sus políticas de guerra.

Diez años después, los triunfadores de ayer lucían tan derrotados que en los medios se amplificaron los anuncios optimistas sobre la desbandada de la guerrilla, su repliegue hacia la selva, el fin del fin de las FARC.

LA OPERACIÓN RENACER

Eufóricos, el gobierno y los militares recibieron mal el mensaje que trajo el periodista español David Beriain desde el Bloque del Magdalena Medio de las FARC, desplegado en el centro del país. "No los vi derrotados", testimonió tras 10 días en la selva. Había sido testigo ocular de una guerrilla con suministros, cadena de mando, comunicación con el Secretariado y plena actividad.

En efecto, Alfonso Cano no sólo había admitido los duros golpes de 2008. Además, en cumplimiento de la Operación Renacer, había constituido y reforzado las tácticas de su predecesor, Marulanda.

En vez de una guerra de movimientos, había vuelto al esquema original de fuerzas móviles de 26 columnas y 23 compañías, de constitución de retaguardias en países vecinos, como la de Reyes en Ecuador y las que Bogotá ha denunciado que existen en Venezuela; el manejo de los rehenes y prisioneros como argumentos de presión política y una ambiciosa operación internacional de la que el gobierno tuvo noticia completa en los computadores confiscados en el campamento de Reyes.

En Costa Rica, Argentina, Ecuador, México y Brasil, con paciencia de tejedor, se había fortalecido una red de cuadros revolucionarios que, bajo la apariencia y el estatuto de refugiados, cumplían tareas de apoyo, de reclutamiento y de penetración, según esos datos.

En Argentina se instalaron 80, en Costa Rica, 2.000 y en Chile, un enlace le comunicaba a Reyes que 16 candidatos a guerrilleros estaban listos a viajar. Así se había tejido una red de contactos con 400 organizaciones, como el peruano Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, el grupo Anarkistas y el Clan Cruzada Latinoamericana, de Venezuela, algunos de cuyos miembros habrían recibido entrenamiento militar.

Las 650 operaciones militares que las FARC efectuaron este año, registradas por la inteligencia del ejército, sus alianzas con otros grupos armados ilegales, el minado de extensos territorios y la producción de armas artesanales demuestran que los cantos de victoria de hace un año fueron prematuros y que la pesadilla de la lucha armada se realimenta y renueva.

Así parecen confirmarlo gestos desesperados como el de los "falsos positivos" —asesinatos de campesinos para presentarlos como guerrilleros abatidos en combate— o el recurso de las recompensas en dinero por informaciones, o la presentación de un proyecto de ley para financiar la guerra.

En enero de 1984, el general José Joaquín Matallana escribió, premonitorio: "ni los grupos alzados en armas podrán conquistar el poder, ni la fuerza pública por sí sola podrá derrotarlos".

Este militar había comandado la primera ofensiva contra las nacientes FARC en la región de Marquetalia, centro del país, en mayo de 1964. Había hecho una de las primeras propuestas de paz con esa guerrilla en 1972, y sabía por experiencia propia de qué eran capaces el ejército nacional y los tres o cuatro frentes que inicialmente tenía esa insurgencia.

En consecuencia, Matallana podía prever con fundamento que ese pulso no podría producir vencedores, pero sí víctimas, y que solo podría romperse con "cualquier medida que habilite a los jefes de los grupos alzados en armas para negociar la paz".

Hasta ahora, la guerrilla sigue buscando obstinadamente el poder y el gobierno, la esquiva victoria. De hecho, el 20 de julio coincidirán dos hechos: la presentación de un proyecto de ley para crear un nuevo impuesto que financie la guerra y el aniversario de la primera asamblea de las FARC. Será el número 45.

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