ECONOMÍA MUNDIAL ¿ADÓNDE VA?

Después de una profunda y extendida contracción en la actividad económica, los políticos y los economistas parecen estar convencidos de que lo peor ha pasado.

A mediano plazo las esperanzas para la economía global son de que se vuelva al tipo de expansión rápida disfrutada durante los primeros años de la década y hasta 2008 sin, en cambio, las fragilidades financieras y los desequilibrios comerciales que la acompañaron entonces.

Este optimista escenario depende, en gran parte, de un mesurado reequilibrio de las economías de Estados Unidos y China, respectivamente los países con el mayor déficit y el mayor superávit. En vista del predominante papel del dólar en el sistema internacional de reservas, la estabilidad mundial depende decisivamente de que Estados Unidos ajuste sus gastos en relación a sus ingresos y mantenga en equilibrio su balanza de pagos.

Sin embargo, Estados Unidos debería no sólo contener el consumo doméstico sino también virar hacia un crecimiento orientado por las exportaciones. Ello también requeriría que China modifique su modelo de crecimiento basado en las exportaciones por uno vinculado al consumo y que revalúe el renminbi con respecto al dólar. De este modo, pueden mejorar las perspectivas para una estabilidad global sin sacrificar el crecimiento.

Empero, aunque este reequilibrio proceda suavemente, la mayor parte de las economías en desarrollo y emergentes (DEE) se verían atrapadas en un dilema: resultarán perjudicadas si Estados Unidos hace el ajuste y también si no lo hace. La falta de cambios las expondría a una recurrente inestabilidad monetaria y financiera, mientras que el ajuste norteamericano causaría problemas en varios frentes, como restricciones financieras que perjudirán particularmente a los países con déficit estructurales externos.

Ningún país puede reemplazar a Estados Unidos como locomotora global. China no puede hacerlo aunque mantenga un crecimiento de su Producto Interno Bruto (PBI) de alrededor del 10% orientado hacia el consumo doméstico porque su PBI es alrededor de un tercio del estadounidense y el consumo familiar es proporcionalmente muy superior en Estados Unidos. Además, mientras en China el ahorro sobre el ingreso disponible es mucho mayor que en Estados Unidos, el porcentaje de las importaciones en el consumo familiar chino es mucho más bajo que en el norteamericano.

Asimismo, una reestructuración global no puede excluir a los otros dos países con mayor superávit, Japón y Alemania, que han estado succionando demanda global sin agregar mucho al crecimiento global y dependiendo de las exportaciones en mucho mayor medida que China.

Sin embargo, hay más problemas causantes de los desequilibrios. La distribución del ingreso debería ser también parte de la solución. La globalización conducida por el mercado ha sistemáticamente inclinado la balanza del poder económico contra el trabajo y a favor del capital, como lo indica la constante reducción del porcentaje de los salarios en el PBI de casi todos los países.

Las consecuencias han sido el subconsumo en los principales países con superávit, especialmente en China, Alemania y Japón. No obstante esta depresión del consumo, el peligro de una deflación global fue conjurado gracias a la mantención de un consumo elevado y del aumento de la propiedad inmobiliaria financiados mediante el endeudamiento y las ganancias de capital originadas por la rápida expansión del crédito y la inflación de activos en otros países, especialmente en Estados Unidos, y en otras economías avanzadas y en las DEE.

La economía mundial ahora enfrenta un serio dilema: la consolidación financiera en los países con déficit podría alzar el espectro del estancamiento económico, mientras que un retorno a las burbujas financieras y a la expansión impulsada por el endeudamiento podrían significar que la próxima crisis sea peor que la actual. Pero en uno u otro caso, los ajustes existen sólo en apariencia dado que sin restaurar el equilibrio entre trabajo y capital, ni la estabilidad ni el crecimiento pueden ser sostenidos durante un largo tiempo.

Existe, por lo tanto, la necesidad de un ajuste en las cuatro mayores economías mundiales -Estados Unidos, China, Japón y Alemania- a fin de remover los desequilibrios y de asegurar una adecuada demanda global sin retornar a las burbujas financieras y al endeudamiento. Estados Unidos necesita vivir con sus propios medios. China, Alemania y Japón deben estimular el consumo doméstico aumentando la proporción de los salarios en el PBI.

Todas esas necesidades deben ser complementadas con una reforma de la arquitectura financiera global que incluya el apuntalamiento de las naciones en desarrollo con déficit y endeudamiento.

Pero no hay señales de que este designio esté en la agenda de los principales países de la comunidad internacional. En consecuencia, la economía mundial en general y las DEE en particular pueden enfrentar en los próximos años desafíos más serios que los ocasionados por la reciente crisis global: un crecimiento flojo, desigual y errático, una continuada e incluso más profunda inestabilidad en los mercados monetarios y de capitales, aumento del proteccionismo y del nacionalismo económico, una escalada de los conflictos en el sistema comercial internacional y reacciones antiglobalización. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Yylmaz Akyuz, Asesor Económico Especial del Centro del Sur de Ginebra y ex Director de la División sobre Desarrollo y Globalización de UNCTAD. Esta columna es un resumen del Research Paper 26 presentado al Centro del Sur ( www.southcentre.org).

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