INVERSIONES A PIQUE EN LA AGRICULTURA DEL SUR

La actual crisis financiera y económica ha desviado la atención sobre la crisis alimentaria, que todavía sigue siendo una amenaza para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y envía una advertencia sobre los peligros de las bajas inversiones y las malas políticas en el sector agrícola.

Las causas de la crisis alimentaria se ubican parcialmente en las condiciones específicas de las alzas de los precios en 2008, en las que influyeron problemas climáticos y una extendida especulación en los mercados de materias primas. Pero también revela una subyacente y persistente crisis de desarrollo en la agricultura de algunos países. Hacer frente a la amenaza a largo plazo de la inseguridad alimentaria requerirá nada menos que una Revolución Verde.

Aunque los precios agrícolas han caído significativamente desde su pico en junio de 2008, son actualmente casi el 50% más altos que a fines de los años 90 y comienzos de los 2000 y continúan planteando desafíos a los más vulnerables.

La relativa escasez de tierras disponibles indica que los países dependerán crecientemente del aumento del rendimiento productivo antes que de la expansión de las superficies cultivables. Existe el potencial para obtener aumentos en los rendimientos mediante un mejor acceso a ferttilizantes y tecnologías -no necesariamente a soluciones biotecnológias sofisticadas tales como plantas genéticamente modificadas, sino a nuevas variedades de cultivos-, a la mecanización y sistemas de riego.

El relativo descuido del sector agrícola en muchos países en desarrollo ha causado la escasa inversión en servicios de extensión e infraestructura. En el pasado, reformas del mercado, incluyendo programas de ajuste estructural, han también jugado un papel en socavar la productividad agrícola, ya que promovieron el desmantelamiento de los servicios de extensión y de las juntas de comercialización o agrícolas especiales. El papel del ·Estado fue significativamente reducido y la inversión privada, tanto domestica como externa, fue desviada hacia cultivos para la exportación en desmedro de la producción para el consumo local.

En las economías más pobres, donde las inversiones domésticas en la agricultura son limitadas, el potencial para un aumento de inversiones en la agricultura depende ya sea de la asistencia oficial al desarrollo como de la atracción de las inversiones extranjeras directas (IED).

Sin embargo, los montos de asistencia multilateral y bilateral para la agricultura declinaron radicalmente entre 1980 y 2002, respectivamente en 85% y 39%.

Una investigación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) ha mostrado que las IED en la agricultura (incluyendo forestación y pesca) y en el procesamiento de alimentos crecieron más lentamente que en otras industrias desde 1990 hasta 2006. Las cuotas de esas industrias en el total de IED disminuyeron durante ese período a cerca de la mitad. El sector agrícola atrajo el 0,2% del total de las IED en el mundo en 2006, mientras que el procesamiento de alimentos atrajo menos del 3%. Dadas las muy prometedoras perspectivas a largo plazo para el sector agrícola, esos pequeños porcentajes son bastante sorprendentes.

El Informe sobre Inversiones Mundiales 2009 de la UNCTAD exploró el papel que las IED pueden jugar para ayudar a los países en desarrollo en su lucha contra el hambre y por el desarrollo de sus sectores agrícolas. El principal mensaje del informe fue que las corporaciones transnacionales (TNC) tienen el potencial para desempeñar un papel más significativo en la producción agrícola en los países en desarrollo que el que han jugado hasta ahora, pero que se deberá tener cuidado para evitar cualquier impacto negativo de la inversión extranjera.

Entre 1990 y 2007, los flujos de IED en la producción agrícola se triplicaron al pasar de 1.000 millones a 3.000 millones de dólares al año. Aunque esos montos son bastante pequeños en comparación con las IED totales, representan una relevante fuente de finanzas para muchos países con bajos ingresos. Los ejemplos incluyen países como Camboya, Ecuador y Tanzania.

La participación de las TNC en la agricultura puede tener tanto efectos positivos como negativos en los países en desarrollo. Del lado negativo, los gobiernos deberían ser especialmente sensibles ante las preocupaciones ambientales y sociales asociadas con las actividades de esas corporaciones, tales como el desplazamiento de agricultores pequeños que puede crear pérdidas de puestos de trabajo, el despojo a pueblos indígenas y la dependencia excesiva de tales TNC.

Desde el lado positivo, la participación de las TNC en el sector agrícola puede resultar en la transferencia de tecnología y capacitación, junto con puestos de trabajo y acceso a los mercados, todo lo cual puede incrementar la productividad , incluyendo el cultivo de alimentos de primera necesidad, y de la economía como un todo. La contribución de las TNC a la seguridad alimentaria no se daría sólo en el suministro sino también en hacer los alimentos más accesibles a los consumidores. Todos estos factores dependen, no obstante, de que los países anfitriones adopten las políticas correctas que permitan maximizar los beneficios y minimizar los costos de la participación de las TNC.

La cuestión “real” para la mayoría de los países en desarrollo, entonces, no es si hacer participar o no a las TNC en la agricultura y en las cadenas de agrocomercio sino como establecer un marco adecuado y desarrollar capacidades nacionales para optimizar su participación en la agricultura. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Supachai Panitchpakdi, Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).

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