Artesanas mexicanas tejen porvenir de niños con basura reciclada

Las risas de las mujeres invaden la sala rectangular de unos 20 metros cuadrados, instalada en la parte baja de la casa que sirve de escuela a 250 niños de la comunidad, en la periferia sur de la inacabable área metropolitana de la capital de México.

Conchita Martínez, de pie, y otras artesanas de Mitz. Crédito: Daniela Pastrana/IPS
Conchita Martínez, de pie, y otras artesanas de Mitz. Crédito: Daniela Pastrana/IPS
El espacio parece estrecho para las dos decenas de mujeres que se afanan en cortar y doblar tiras de papel laminado (con una película plástica) usado como envoltorio de alimentos industriales, para luego trenzarlas con una técnica para tejer hojas de palma del pueblo nahua, descendiente de los aztecas.

Es el taller de la cooperativa Mitz ("para tí" en lengua náhuatl), donde cada mes se realizan cerca de 3.000 accesorios. Son bolsos, monederos, agendas, portarretratos o esferas navideñas, todos hechos con desechos industriales.

Con manos hábiles, Conchita Martínez, de 45 años, cose las tiras trenzadas que van dando forma a un bolso de mano.

"Es una gran satisfacción que una bolsa que una hace esté en Alemania, aunque no conozca ese país, porque yo nunca he salido a ningún lado", aseguró a IPS cuando visitó la cooperativa.
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El taller está en Palo Solo, una comunidad con altos índices de pobreza y marginación, incrustada en una barranca del municipio de Huixquilucan, a dos horas del centro de Ciudad de México en automóvil, donde exclusivas urbanizaciones residenciales colindan con caseríos grises y sin drenaje en que sobreviven pobladores tradicionales.

Los productos Mitz se venden en Alemania, Bélgica, España, Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia a precios que van de 15 a 140 dólares, y los ingresos permiten la autosuficiencia económica de las 50 cooperativistas y sus familias.

Y algo fundamental para ellas: financia la Casa de los Niños de Palo Solo, la única escuela de México para la población pobre que sigue el método de enseñanza Montessori y que fue construida hace más de 20 años sobre lo que antes fue un vertedero.

Desde el nacimiento de Mitz hace siete años, 2.500 niños y niñas de la comunidad de unos 5.000 habitantes fueron becados, gracias al reciclaje de más 40 toneladas de residuos industriales.

Beatriz Santiago, madre de 10 hijos y abuela de 13 nietos -casi todos alumnos de la escuela-, es una de los cinco fundadores de la cooperativa y asegura que el proyecto hace posible un modelo distinto de integración de la comunidad.

"Es sorprendente ver amas de casa con una inteligencia bárbara que estaban oxidándose en su casa y vienen aquí y cambian hasta la relación con su familia", contó. Precisó que hay artesanas que realizan su producción en sus hogares, pero muchas prefieren el taller.

"También vinieron hombres, no muchos, aunque se salieron por asuntos de salud. No tenemos ningún requisito de que sean mujeres, ni de edad, sólo que sean mayores de 18 años, como dice la ley. Basta que tengan ganas de trabajar y tomen su capacitación", dijo Santiago.

Conchita Martínez fue empleada doméstica antes de integrarse a la cooperativa. Ahora se considera afortunada de tener un trabajo que le da autonomía económica y que ha mejorado la comunicación familiar.

"Mi esposo está empleado, pero me ayuda a cortar el material y platicamos, estamos más en familia, y yo siempre le digo: 'las bolsitas nos dan para esto y para lo otro'", dijo entusiasmada.

Una pieza fundamental de esta historia es la trabajadora social Judith Achar, quien construyó la escuela y organizó talleres de cocina y corte y confección para la comunidad. Así la conocieron varias de las artesanas.

En 2003, Achar observó el uso del papel reciclado en una de las comunidades indígenas que apoyaba y le pareció ideal para transferirlo a Palo Solo. Creó la Fundación Mitz, cuyo lema es "tejiendo el porvenir", e impulsó la cooperativa.

Reunió a un grupo comprometido con asignar parte de las ganancias a la educación de los niños y se concentró en profesionalizar el proceso productivo, "para hacer de una intención social una empresa social".

Esa, dice, es la clave del éxito de Mitz. "Lo único que saca a los seres humanos de la pobreza son los proyectos productivos. La caridad sólo produce un mal hábito. En cambio, la productividad regresa la dignidad a la gente", aseguró.

Inicialmente, cuentan las artesanas, recolectaban y pintaban bolsas de Sabritas, una empresa mexicana que vende papas fritas, dulces y otras frituras en pequeños empaques. Achar, quien se ocupa de comercializar la marca Mitz, logró después que firmas transnacionales como Mars, Pepsico, Terracycle y Starbucks les donen sus residuos.

La alianza con Mars fue además decisiva para vender los productos en las tiendas M&M en las ciudades de Nueva York, Orlando y Las Vegas, en Estados Unidos.

Hasta ahora, según datos de la fundación, se han vendido más de 150.000 productos, que generaron más de un millón de dólares de ingresos, con un crecimiento de la producción de 50 por ciento en los últimos cuatro años.

Angélica Martínez, la coordinadora de las artesanas, explicó que la mitad de las ganancias se dividen entre las artesanas sin distingo alguno, 20 por ciento se entrega a la escuela, otro 20 por ciento a costos de manufactura y 10 por ciento a gastos operativos.

El modelo Mitz conjuga el comercio justo y las energías renovables con la contribución a la autosuficiencia, la solidaridad y la educación.

El 3 de junio, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente dos jornadas después, Achar recibió en Ruanda el Premio Internacional de Energía Global, que entregan el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y La Organización Internacional de Energía Global.

Mitz fue galardonado como el "mejor proyecto de reciclaje de residuos industriales" entre 75 procedentes de todo el mundo.

"Es muy bonito ver nuestro taller y que hallamos llegado tan lejos", dijo Martínez, quien pretende seguir muchos años en la cooperativa, como una "abuelita feliz".

"Como mujeres mexicanas es muy importante, pero también es una opción abierta para los hombres, porque mostramos que con organización y mucha solidaridad se puede tener un buen empleo y una buena vida y no hay que irse allá (al norte) a trabajar con los narcos", reflexionó.

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