Brasileña es ejemplo de la pequeña agricultura de palma

«No es trabajo para mujeres», le decían, pero Benedita Nascimento se destaca ahora como el mejor ejemplo de éxito de un programa de agricultura familiar vinculado al cultivo de palma aceitera en la parte oriental de la Amazonia brasileña.

La mandioca sigue creciendo en el predio de Benedita Nascimento. Crédito: Mario Osava/IPS
La mandioca sigue creciendo en el predio de Benedita Nascimento. Crédito: Mario Osava/IPS
"Hace ocho años no conocía el ‘dendê’", como llaman en Brasil a la palma africana. "Vendía a precios injustos harina de mandioca (yuca) a intermediarios", recordó la campesina, cuyo testimonio fue el más aplaudido en la II Conferencia Latinoamericana de la Mesa Redonda del Aceite de Palma Sustentable, celebrada entre el 24 y el 27 de agosto en Belém, la capital del estado de Pará.

Ganaba unos 170 dólares mensuales, "como máximo". La palma le asegura siete veces más ingresos. Incrédula ella misma, Nascimento mostró una factura de julio que registra la venta a la empresa Agropalma de un monto equivalente a más de 2.500 dólares por los racimos de esta oleaginosa de los que se extrae el aceite.

La empresa, que controla dos tercios de la producción del aceite de palma en Brasil, descuenta en cada pago el abono anticipado, la amortización del préstamo bancario y otros insumos y servicios, como parte del programa de pequeños agricultores que impulsa junto con el gobierno de Pará.

Pero el "alivio de la faena" es algo que Nascimento valora más que el ingreso, asegurado por un contrato de 25 años con la empresa.
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La tarea anual de tumbar malezas, quemarlas, preparar la tierra, sembrar mandioca, limpiar y cosechar, en un ciclo sin fin y sin perspectivas, la tenía hundida en el desaliento. "Pensaba irme", como muchos vecinos, confesó a IPS en una visita a su vivienda en la zona rural del municipio de Moju, a unos 200 kilómetros de Belém.

La palma solo le exige a ella, su nuevo marido y un hijo de 18 años, dos o tres días de tarea cada quincena para cortar y carretear los frutos. También cada seis meses hay que podar los árboles y limpiar y fertilizar el suelo.

Con eso, los agricultores familiares como Nascimento superan el rendimiento de las 39.000 hectáreas de palma que cultiva directamente Agropalma, de 22 toneladas anuales por hectárea.

Los tres primeros años sí fueron duros. Sin cosecha y con un trabajo arduo para cuidar el crecimiento de las palmas, además de los gastos en semillas, abonos y equipos, que fueron financiados por la empresa y el Banco de la Amazonia, una institución estatal de fomento.

Y antes estuvo la incertidumbre de si la empresa aceptaría contratar a una mujer sola, con dos hijas adolescentes, que ahora viven fuera, y el benjamín que entonces tenía 10 años. Del primer marido no tiene noticias. El segundo, padre del hijo que la ayuda y estudia la secundaria en una población cercana, fue asesinado en un barco que transportaba madera. El tercero vino después de la palma.

"No nací para servir de burro a ningún hombre", se define Nascimento. Advierte de su "intolerancia ante los desafueros" masculinos, para "mala suerte de mis maridos", y remata con un estallido de risa.

También debió sortear la desconfianza sobre el negocio que le ofrecían. "Agropalma tomará sus tierras, los convertirán en esclavos, eso no es cultivo para pobres", decían miembros de sindicatos agrícolas opuestos al programa.

El auge de la palma, sobre todo para producir agrocombustibles, soporta muchas críticas de insostenibilidad social y ambiental, por la deforestación que provocó en países asiáticos.

Nascimento no desmayó y ganó uno de los primeros 50 lotes, distribuidos en 2002. Su liderazgo la llevó a presidir entre 2007 y 2009 la Asociación de Desarrollo Comunitario del Ramal do Arauaí, que representa ante Agropalma a parte de las 185 familias que cultivan el dendê en parcelas de 10 hectáreas.

Su ejemplo cundió, y ahora la producción de 36 lotes está encabezada por mujeres, que se ayudan y asesoran entre ellas, "porque todas tenemos familias detrás y queremos ser las más exitosas por nuestros hijos, así que nos transmitimos conocimiento y apoyo".

El programa incluye a habitantes rurales pobres, cuyos ingresos dependen de la agricultura en al menos 70 por ciento. Después de 25 años, promedio de edad productiva de la palma, la parcela pasará a su propiedad y libre uso.

Para las tres primeras etapas del programa, entre 2002 y 2005, el gobierno de Pará aportó tierras a las 50 familias beneficiadas en cada una, vecinas de la hacienda de Agropalma.

La cuarta etapa incorporó a 35 familias asentadas por el Ministerio de Desarrollo Agrario a 20 kilómetros de distancia. Otra mujer, Raimunda da Costa, preside la Asociación de Pequeños Agricultores de Água Preta, que agrupa a los productores de esta fase.

"Cuando tenemos apoyo, las mujeres no tenemos freno", dijo a IPS. "Quiero que mi ejemplo sirva a otras", añadió.

Hilda Paiva da Silva, de 44 años, aún enfrenta problemas en su lote. Obtiene unos 580 dólares al mes, pero casi la mitad se le va en pagar préstamos. Y con lo que queda no puede subsistir con seis hijos a su cargo.

La parcela estaba a nombre de su ex marido, a quien "nunca le gustó el dendê" porque para él generaba "solo deudas" y lo descuidó, aseguró Silva a IPS.

Cuando el hombre se fue en 2008, transfirió el contrato a su hermana, Nascimento, quien la ayudó a producir un año después. Silva está en plena lucha para no caer en el 10 por ciento de fracasos que registra el programa.

Pero heredó el lote sin herramientas ni un burro para trasladar la producción, así que cuando la cosecha cae, sus ingresos vuelven a depender de la harina de mandioca, que da mucho más trabajo y muy poca renta, se quejó.

La palma exige un "trabajo intensivo", permanente combate a las plagas y un alto rendimiento para cubrir los préstamos que se acumulan y cuya amortización es automática a la venta de los frutos a Agropalma, que obtiene biodiésel y también abastece la industria alimentaria y cosmética.

En 2009, la crisis financiera mundial hizo caer casi a la mitad el precio internacional del aceite, referencia para los pagos de Agropalma, observó Nascimento, que vive en una finca a orillas de un riachuelo y a un kilómetro de Arauaí, un pueblo de unas 30 casas.

Agropalma tiene 4.748 empleados, de los que 830 son mujeres, la mayoría recolectoras de los frutos que caen al suelo cuando se separan de los racimos desde alturas de hasta 12 metros.

Ellas "a veces ganan más que los hombres" que cortan los racimos, porque a los cosechadores se los remunera por producción, además del salario mínimo brasileño de unos 300 dólares, explicó Flavio Trindade, gerente de producción agrícola de la empresa.

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