UN PREMIO DE LA PAZ QUE NOBEL NO HUBIERA APROBADO

En su testamento, Alfred Nobel estableció claramente que el Premio de la Paz debería ser dado por la reducción de los ejércitos o por el entendimiento entre las naciones.

El año pasado, el premio al presidente Barack Obama fue otorgado esencialmente por la retórica acerca del armamento nuclear que incluye desechar monstruos pasados de moda para preparar el terreno para un importante rearme nuclear de Estados Unidos. Pero al menos Obama tocó verbalmente el tema de la reducción de los ejércitos.

Este año, los miembros del Comité otorgante del Nobel dieron en realidad un premio de los derechos humanos por cuestiones domésticas, precisamente en momentos en que Estados Unidos ve como su principal competidor a China, lo que mucho se aparta de lo que Nobel indicó para el Premio de la Paz.

Pero ¿acaso la promoción de los derechos humanos y civiles en general y de la democracia en particular no favorece la paz entre las naciones y los Estados?

Los politólogos occidentales han producido una tesis según la cual las democracias no hacen la guerra entre ellas. El Occidente cree que todo lo que tiene produce paz: el cristianismo, el comercio, las instituciones occidentales, los idiomas como el inglés… Pero si se combinan todas esas cosas el resultado es el “colonialismo para la paz”.

Se trata de un error lógico. La paz, como la violencia, como el conflicto, es una RELACIÓN y no puede ser reducida a los atributos de las partes. De ahí que los cuatro países más beligerantes, según una medición en la cual se divide la participación en guerras por el número de años de existencia, son Estados Unidos, Israel, el Imperio Otomano y el Reino Unido. A algunos de estos países, su democracia y su pregonado respeto de los derechos humanos no les ha impedido cometer enormes agresiones.

La democracia en el sentido de diálogo, de exploración mutua sin la suposición de que alguna de las partes tiene el monopolio de ser justo o injusto, correcto o incorrecto, y con el objetivo de lograr un consenso rico y creativo, es una excelente fórmula para la no violencia. El camino hacia la paz pasa a través de la solución de conflictos por medio del diálogo, pero también a través de las fronteras del conflicto, no sólo dentro de cada una de las partes. La democracia mundial en el sentido de la creación de una Asamblea de los Pueblos de las Naciones Unidas, sin veto y con un Consejo de la Paz, resulta también una buena fórmula, aunque es fuertemente resistida por Estados Unidos y Occidente en general.

China ha dado pasos gigantescos en la promoción de los derechos económicos y entre 1991 y 2004 logró que 400 millones de personas salieran de la miseria y pasaran a la clase media baja. Los dirigentes chinos siguieron el modelo de desarrollo del Este asiático adoptado por Japón y los llamados “Tigres asiáticos”, consistente en impulsar primero la distribución y la infraestructura bajo condiciones autoritarias y recién después el crecimiento económico y la “apertura”. Ahí es donde entran los derechos humanos civiles y políticos. China hace tiempo está en esa fase, como queda evidenciado con los 30 millones de chinos que viajan anualmente al exterior y retornan a su país. El premio a Liu Xiaobo llega entonces 20 años tarde y tiene poco que ver con la paz internacional.

En cambio, el mismo premio a los presos palestinos en la prisiones israelíes por haber luchado contra la ocupación de sus tierras hubiera sido coherente. Un premio a los alcaldes de Hiroshima por sus conferencias de paz, punto 3 del testamento de Nobel, también hubiera sido significativo. Pero esos premios no hubieran estado de acuerdo con la política exterior de Washington y por lo tanto tampoco con la de Noruega, que constituye aparentemente el principal criterio para el Comité del Nobel.

Yo no sé que cargo el gobierno chino le atribuye a Liu Xiaobo, cuando afirma que es un criminal. Pero sé que el mayor escándalo judicial de la historia noruega se produjo cuando Arne Treholt fue arrestado en 1984 acusado de espiar para la Unión Soviética y se le sentenció a 20 años de prisión, de los cuales cumplió 8 y medio, habiendo sido el primer “soplón”, que “podría haber espiado para la paz”. Y por cierto lo hizo: como Subsecretario para Asuntos Oceánicos, a las órdenes del famoso ministro Jens Evensen, negoció el control sobre las aguas árticas durante la Guerra Fría con la Unión Soviética y mejoró las relaciones entre los dos Estados. Sus esfuerzos tuvieron resultado este año, 35 años después, con un buen compromiso para la conflictiva línea de división de las aguas árticas. Y recientemente se reveló el gran escándalo: un funcionario de la policía secreta noruega confesó que las pruebas contra Treholt habían sido falsificadas.

Esperemos que las pruebas contra Liu Xiaobo no hayan sido fabricadas, que los jueces no sean parte de un complot. Esperemos que China no esté trabajando bajo condiciones noruegas sino que esté más cerca del imperio de la ley. Y esperemos que Thorbjorn Jagland, ex primer ministro y ahora presidente del Comité del Premio Nobel, a quien claramente le gusta expedir certificados de mal comportamiento de otros, ahora se dedique por completo a limpiar a su propio partido y a Noruega. Y que el gigantesco trabajo de Evensen y Treholt para romper la psicosis de polarización de la Guerra Fría sea debidamente apreciado. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Johan Galtung, profesor de Estudios sobre la Paz, es fundador de TRANSCEND, una organización que promueve la paz, el desarrollo y el medio ambiente.

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