EGIPTO: Mubarak se fue, la indignación sindical queda

Hosni Mubarak cometió en los últimos cinco años uno de los mayores errores de sus tres décadas como gobernante de Egipto: no aprender las lecciones de los cientos de pequeñas huelgas que se registraron en ese lapso. Eso le costó el poder.

Estos hechos fueron los verdaderos precursores del levantamiento que comenzó el 25 de enero y que el 11 de este mes puso fin a un gobierno de tres décadas (1981-2011).

"Fuimos afortunados de que, en su arrogancia y su actitud distante, el régimen no aprendiera ninguna lección de las muchas huelgas y protestas que tuvieron lugar en los últimos cinco años", dijo Mohammad Fathy, un sindicalista de 46 años radicado en la norteña ciudad de El-Mahala.

Su postulación para la Unión General de Trabajadores —patrocinada por el gobierno—, se vio obstaculizada por su opinión contraria al régimen.

"Fuimos incluso más afortunados de que ellos (los gobernantes) no comprendieran que había genuinos problemas económicos, profesionales y laborales, especialmente aquí, en El-Mahala, el 6 de abril de 2008", dijo.
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En esa fecha Egipto experimentó el primer ejemplo en décadas de una acción sindical que se convirtió en un levantamiento popular, una minirrevolución en las calles de esta ciudad industrial que atrajo a hombres, mujeres, niños y niñas.

Fue aquí que los activistas por los derechos laborales organizaron dos días de protestas masivas en que los residentes del lugar abandonaron sus hogares y retiraron imágenes y afiches de Mubarak por primera vez desde su llegada al poder.

Estos hechos señalaron el nacimiento del grupo de activistas anti-Mubarak en Internet, el Movimiento 6 de Abril, que tomó su nombre de ese día histórico.

Casi tres años más tarde, ese grupo ayudó a organizar los acontecimientos del pasado 25 de enero. Esta vez, no sólo lograron retirar las imágenes de Mubarak, sino al propio gobernante.

Si Mubarak hubiera tomado nota de las protestas sindicales, podría haber aprendido algunas maneras de prevenir o frustrar la revolución del 25 de enero, sostienen varios dirigentes sindicales.

"La reacción de los partidarios de Mubarak fue que nosotros éramos apenas un puñado de muchachos que podíamos ser fácilmente abatidos por la policía. Su única respuesta fue cada vez más seguridad; nada político y nada económico. Ellos no se dieron cuenta de cuán alterada estaba la fuerza laboral del país", dijo Fathy.

De hecho, esa fuerza laboral continúa alterada incluso días después del derrocamiento de Mubarak.

Años de acoso policial, políticas desfavorables a los trabajadores y malas condiciones económicas dejaron una profunda cicatriz en los obreros egipcios, que hasta ahora sienten que han quedado fuera del lugar que les corresponde.

No sorprende entonces que las manifestaciones sindicales hayan continuado, alentando al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que gobiernan el país, a emitir su quinto comunicado, llamando específicamente a los dirigentes de este sector a atenuar sus protestas.

El gobierno interino de Ahmed Shafiq se quejó ante el Consejo Supremo de que las continuas huelgas no ayudan a que esta nación de 85 millones de habitantes vuelva a la normalidad. Casi todos los sectores de la economía se ven afectados.

El Banco Central de Egipto tuvo que conceder un feriado bancario improvisado el lunes, que se sumó al feriado religioso de este martes, en una apuesta por frustrar las crecientes huelgas en el sector, cuyos trabajadores reclaman que se investiguen los altos sueldos de los principales ejecutivos.

Incluso la policía culpa de sus bajos salrios a la corrupción dentro de la fuerza, y demanda más beneficios laborales.

Esta oleada de huelgas posteriores a la caída de Mubarak pone de relieve la división existente entre los líderes sindicales, entre quienes quieren beneficios inmediatos para los trabajadores y quienes quieren darle tiempo al nuevo gobierno provisional para satisfacer sus demandas laborales.

Esto no quiere decir que el sector obrero deje de pelear por sus derechos, dijo el trabajador ferroviario Mohammad Mourad, sindicalista de El-Mahala.

Mourad señaló que la caída de Mubarak es una buena noticia para la fuerza laboral del país, dado que significa el fin de algunas de las políticas desfavorables a los trabajadores.

Entre esas políticas, Mourad mencionó específicamente las privatizaciones de empresas estatales —lo que saboteó las elecciones sindicales— y la interferencia policial como obstáculos que desaparecerán junto con el derrocamiento de Mubarak.

Aunque es posible que esto sea cierto, de todos modos no ofrece un alivio inmediato a los trabajadores impacientes.

En El-Mahala, el salario mínimo promedio de los 25.000 trabajadores textiles de la Egyptian Spinning & Weaving Company, la mayor fábrica textil de Medio Oriente, es de apenas 102 dólares. La mayoría de los trabajadores terminan buscando otros empleos con los que complementar ese sueldo.

Para que esa situación cambie, sugieren que el nuevo gobierno confisque miles de millones de dólares a los miembros corruptos del régimen anterior, y que los invierta para beneficio de los trabajadores.

Mubarak gastó mucho dinero en seguridad, y esos fondos también podrían redestinarse a los trabajadores pobres, según el sindicalista Hamdi Hussein.

Los dirigentes sindicales sostienen que la mayoría de las huelgas y protestas laborales tienen tres objetivos: poner fin a la corrupción en las altas esferas de algunas empresas, aumentar el salario mínimo a por lo menos 255 dólares y realizar elecciones sindicales libres.

"Si esos tres reclamos no se cumplen pronto, los trabajadores continuarán actuando hasta que la revolución signifique un cambio real para ellos", dijo Hussein, quien trabaja para el Comité Coordinador para las Libertades y Derechos Laborales.

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