POLÍTICA: Turquía mal parada entre dos mundos

Las revueltas en el mundo árabe ponen a prueba la política exterior de Turquía. La frágil situación de Libia tiene especialmente nerviosos al gobierno y a empresarios turcos por los miles de millones de dólares invertidos en ese país.

El éxodo masivo desde Libia recordó a la población turca la gran dependencia que tienen en Medio Oriente y África para su desarrollo económico.

Se estima que 25.000 trabajadores y empresarios turcos residían en Libia a fines de enero. Miles de personas ya fueron repatriadas por aire y por mar.

Las inversiones turcas en ese país superan los 15.000 millones de dólares. Además, muchas empresas tienen contratos lucrativos con el gobierno y la familia del coronel Muammar Gadafi, jefe de Estado de Libia.

"Si Gadafi cae, nuestros contratos no valdrán nada", dijo a IPS el constructor Murat Can, residente de Estambul.
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Empresarios de Ankara, a través de sus poderosas asociaciones, están detrás de la renuencia del gobierno turco a condenar a Trípoli y a pronunciarse en contra de las sanciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas contra Libia.

El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, alegó que la medida hará sufrir al pueblo y no al gobierno de Gadafi.

"Pedimos a la comunidad internacional que actúe de forma consciente, con justicia, de acuerdo a las leyes y a los valores universales, y no por su preocupación por el petróleo", pidió.

Para muchos analistas la posición de Ankara responde a sus intereses económicos, argumento convincente en un año de elecciones parlamentarias.

El apoyo de los empresarios turcos al Partido por la Justicia y el Desarrollo, de Erdogan, fue decisivo para su triunfo en los comicios de 2002 y 2007 y para el referendo de la reforma constitucional en 2010.

El Consejo de Seguridad aprobó por mayoría el sábado sanciones por la venta de armas a Libia, a Gadafi y a su familia directa. Varios países, como Estados Unidos y Suiza, anunciaron que congelarían los bienes del coronel en sus respectivas jurisdicciones.

Antes de las revueltas en la región, las relaciones diplomáticas de Turquía con las naciones de Medio Oriente y África del norte eran cordiales y sólidas.

Las exportaciones a ambas zonas crecieron de forma exponencial entre 2002 y 2010, cuando pasaron de 5.000 millones a 30.000 millones de dólares. Un aumento de 600 por ciento.

En cambio, las destinadas a la Unión Europea (UE) aumentaron 2,5 veces, unos 52.700 millones de dólares en igual periodo, aunque el año pasado disminuyeron casi 20 por ciento respecto de 2007 y 2008.

La atención a Medio Oriente y África del norte obedece a una combinación de factores empresariales y políticos. Aparecieron nuevas oportunidades en los mercados emergentes de esas regiones, en especial en el sector de la construcción, la agricultura, los alimentos procesados, la industria y la defensa.

Ankara tuvo la oportunidad de promover su estrategia de mantener una hegemonía suave en ambas regiones, una idea de Ahmet Davutoglu, canciller turco desde 2009.

Davutoglu, de 52 años, quien se integró al gobierno en 2002, concibió a Turquía como una potencia regional, cuyas raíces están vinculadas a Medio Oriente, los estados túrquicos de Eurasia y los Balcanes, que durante casi 500 años formaron parte del Imperio Otomano, disuelto en 1918.

Occidente, en especial Estados Unidos, aplaudió la iniciativa porque Turquía podía servir de ejemplo para democratizar Medio Oriente y a los estados túrquicos que formaron parte de la Unión Soviética. Pero pronto tildaron a Davutoglu de neo-otomanista, una categoría rechazada por él, quien prefiere calificar a su proyecto de "Pax Ottomana".

La confianza en sí misma quedó de manifiesta en la relación de Ankara con Teherán y su desafío al Consejo de Seguridad en junio de 2010, el que integró Turquía en tanto que miembro no permanente hasta fines del año pasado.

Este país se opuso a las sanciones contra Irán por su programa nuclear, alejando a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, así como a China y a Rusia.

Turquía suscribió un acuerdo de 25 años mediante el cual la compañía nacional de petróleo puede explotar tres campos de gas natural en Irán y distribuir a Europa 30.000 millones de metros cúbicos al año.

Se estima que el comercio bilateral supera los 10.000 millones de dólares al año.

Acorde con su voluntad de convertirse en potencia regional, Turquía reforzó su apoyo a la causa palestina, lo que en mayo de 2010 la llevó a una confrontación abierta con Israel y al congelamiento de sus relaciones diplomáticas y de cooperación militar.

El consiguiente crecimiento de popularidad de Erdogan entre las poblaciones árabes fue considerado por muchos gobernantes de la región como una interferencia a sus asuntos domésticos.

Las renuncias obligadas por revueltas populares del presidente de Túnez, Zine el Abidine Ben Ali, y de Egipto, Hosni Mubarak, no molestaron a Ankara. Éste último ha sido su eterno rival en la disputa de la supremacía regional desde 1979, cuando fue suscrito el tratado de paz con Israel.

Pero la rápida evolución de los acontecimientos llevó a la diplomacia turca a cometer errores de cálculo. La visita del presidente de Turquía, Abdullah Gul, a Teherán en febrero coincidió con varias manifestaciones de la oposición, reprimidas brutalmente por los Guardianes de la Revolución.

La decisión de Erdogan de no devolver el Premio Internacional de Derechos Humanos Gadafi y su oposición a dictar sanciones internacionales contra Libia son mensajes que confunden a los árabes que luchan por su libertad.

El actual gobierno de Egipto canceló la semana pasada un gran proyecto de infraestructura con este país.

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