Jamaiquinas buscan salvarse de la crisis del café

Un pequeño grupo de mujeres hallaron una manera de sobrellevar la reducción del negocio del café en Jamaica, depositando sus esperanzas en un nuevo producto: los bolsos Eco Weave.

En las Blue Mountains (montañas azules) de Jamaica se produce una de las variedades cafetaleras más exclusivas del mundo. Pero los bajos precios, las dificultades económicas y los frecuentes huracanes expulsaron a muchos de esa actividad.

Hombres y mujeres se disputan todo el año los pocos dólares que se gana plantando cebollas de verdeo, tomillo y verduras surtidas. Muchos de quienes antes eran orgullosos productores de café ahora compiten con los cultivadores tradicionales, además de con jefes y jefas de hogar que, con el apoyo de un proyecto auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), producen y venden verduras en grandes cantidades.

Las mujeres hacen canastas coloridas y a la moda, así como bolsos y monederos, a partir de sacos plásticos descartados tras las compras. Los llaman "bolsos escandalosos", porque "son tan ruidosos y delgados que todos pueden ver lo que una compró".

Desde 1737, cuando Jamaica exportó por primera vez 37.800 kilogramos de café, los productores de las Blue Mountains han practicado una agricultura intensiva en materia de recursos humanos para proteger las empinadas cuestas y abismos de una de las mayores áreas de conservación del Caribe: el Blue and John Crow Mountains National Park.
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Se estima que 7.000 personas cultivan 5.261 hectáreas de café en las Blue Mountains. Noventa por ciento son pequeños agricultores que trabajan terrenos de menos de dos hectáreas, y alrededor de 40 por ciento son mujeres.

En las buenas épocas, los agricultores recibían 12 dólares por medio kilogramo de esos granos verdes. Pero una excesiva dependencia del mercado japonés causó lo que el ex ministro de Agricultura Christopher Tufton describió como "el mayor desafío de mercadotecnia de los últimos tiempos" para el Blue Mountain Coffee (café Blue Mountain).

Sacudidos por la crisis económica, los japoneses ya no quieren todo el cultivo de las Blue Mountains. Y tampoco quieren pagar por adelantado por ese café, que se vende a 50 dólares el medio kilo cuando está tostado. Ahora, los agricultores reciben un promedio de 2,45 dólares por medio kilo de granos verdes.

Las más perjudicadas son las mujeres. Son ellas quienes atienden los cafetales, desde los semilleros hasta los árboles, plantando, fertilizando y cosechando los frutos rojos. Mujeres como Kadian Edwards Brown y su madre Angella, de Eco Weave, poseen establecimientos cafetaleros pero también integran la fuerza laboral, mayoritariamente femenina, en el área.

Como ocurre con los hombres, no pueden pagar los fertilizantes y otros productos químicos necesarios para resucitar sus predios devastados por las inclemencias meteorológicas. Al cerrar las fábricas, las mujeres perdieron sus otras fuentes de ingresos.

Pese al prestigio y al alto precio que alcanza el Blue Mountain Coffee en el mercado internacional, las comunidades locales son las más pobres de esta isla del norte del Caribe. Las aproximadamente 1.500 familias que viven en las seis comunidades que constituyen la principal zona cafetalera carecen de transporte público y tienen apenas servicios básicos de salud.

Las carreteras son escarpadas, irregulares y sin pavimentar, con sus superficies erosionadas por las lluvias y las habituales inclemencias climáticas. Y pese a la abundancia de corrientes y a la presencia de los ríos Negro y Yallahs, que aislan a las comunidades durante la temporada lluviosa, una infraestructura obsoleta hace que las cañerías estén secas, obligando a los pobladores a portar sobre sus cabezas el agua de uso cotidiano.

Para superar los desafíos que todo esto plantea, y por los elevados costos del transporte que acarrea, las mujeres operan en dos grupos: unas 10 se reúnen en una iglesia en Hagley Gap y otras seis en el pequeño centro comunitario de salud de Penlyne Castle.

Los bolsos que elaboran son "nuestra contribución al ambiente", dijo Kadian Edwards.

"Puedo ganar entre 15 y 50 dólares dependiendo del tamaño, el color y el estilo", agregó.

Edwards, que está casada y tiene dos hijas pequeñas, integra el Blue Diamond Group, que tiene por objetivo a los turistas y a los mercados más sofisticados.

"La gente dice que mis bolsos son demasiado caros, pero dependiendo del tamaño me lleva dos o tres días terminarlos", explicó.

Otras mujeres, como Diana Williams Spaulding e integrantes del grupo de Hagley Gap, apuntan a un mercado menos exigente.

A Williams Spaulding le lleva menos tiempo la confección de los bolsos, que vende por "lo que sea que le paguen".

Esta mujer de 48 años ayuda así a mantener a los ocho que sobrevivieron de sus 14 hijos. También cultiva bananas, papas, arvejas y café.

"Cuando probé con el plástico y vi que funcionaba dejé de comprar algodón, porque la mayoría de las veces no podía darme ese lujo para tejer crochet", dijo.

Luego Jefferson inició el Blue Mountain Project (BMP), una organización benéfica registrada en Estados Unidos que, entre otras cosas, ayuda a las mujeres mediante frecuentes campañas de recolección de sacos en universidades estadounidenses.

Lucille Taylor y Williams Spaulding se ocupan de adaptar el delicado plástico a nuevos estilos, y luego se los enseñan a las otras mujeres.

Pero aunque las mujeres depositan grandes esperanzas en su emprendimiento, les faltan mercados. La mayoría de ellas se quejan de que los hoteleros y comerciantes no aprecian su tiempo y esfuerzo.

"La mayoría paga menos de siete dólares estadounidenses por cada bolso grande", dijo Edwards.

Para elaborarlos, "nosotras tenemos que recolectar los sacos plásticos, limpiarlos y tejer los bolsos y canastos", explicó.

Hace casi un año, con la ayuda de BMP las mujeres recibieron un pequeño subsidio de la Fundación Grace Kennedy de Jamaica para mejorar la mercadotecnia. Otra entidad, Pan Caribbean, las ayuda a recolectar sacos comerciales usados.

Pero aunque las mujeres de Blue Mountain trabajen duramente para tener éxito en su emprendimiento, algunas temen que, sin colaboración, su proyecto simplemente se desvanezca, como el mercado cafetalero del que otrora dependieron.

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