LIBIA: ¿HABRÁ PAZ DESPUÉS DE LA GUERRA?

Es válido suponer que a la gente en general ni le gusta ni quiere la guerra sino que prefiere la paz. Hay distinguidos premios de la paz y pacifistas como Mahatma Gandhi, Luther King, Dalai Lama y Nelson Mandela, venerados por todo el mundo. No sucede lo mismo con quienes bombardean, matan y violan. Por lo tanto, quienes quieren legitimar las guerras aducen motivos nobles, como el deseo de mantener o crear la paz.

En el caso de Libia sorprende que tan pocos hayan protestado en comparación, por ejemplo, con los que reprobaron la guerra en Iraq. Desde la derecha a la izquierda, desde los movimientos por los derechos humanos a muchísimos intelectuales se ha –en algunos casos con cierta vacilación- aprobado la intervención armada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), principalmente con el argumento de que había poco tiempo para impedir un genocidio de decenas de miles de personas. Cuesta creer que todos ellos amen la guerra. ¿No es cierto?

Así es. Por lo tanto se presume que ellos acepten la guerra más o menos a regañadientes porque no ven alternativas. Pero si todos nos pusiéramos a pensar en alternativas probablemente se producirían menos guerras. El verdadero desafío consiste en responder a estas preguntas: si la guerra es inaceptable ¿qué podemos hacer para manejar los conflictos? ¿Qué tipo de herramientas podemos usar en lugar de la violencia?

Es importante tener al menos algunos conocimientos básicos sobre las partes involucradas y nosotros mismos como participantes en los conflictos. Aclaremos, por ejemplo, que Occidente no es un generoso mediador sino un histórico participante en virtualmente todas los enfrentamientos militares. En el caso de Libia necesitamos entonces saber mucho más sobre la historia, la estructura social, la cultura política, el desarrollo moderno, el pensamiento de los beduinos y las tradiciones locales en materia de paz, conflictos y economía, simplemente para saber cual sería la probable reacción del pueblo y de su líder ante lo que nosotros hacemos.

Concentrarse sólo en Gadafi (como hacen los medios de comunicación) y señalar a una sola persona como la causa básica de todo el problema (como hacen los políticos) es una muestra de peligrosa ignorancia acerca de las complejidades de cualquier conflicto en cualquier parte del mundo. Así como de manera alguna todo está bien en Irak porque Sadam Husein esté muerto, tampoco se resolverán todos los problemas en Libia con la desaparición de Gadafi. Creer que en un país en conflicto todo se resolverá con la entrada o salida de un hombre es simplemente una receta para políticas desatinadas.

Es también necesario ampliar el espacio del conflicto. No pensemos que este caso se circunscribe sólo a Libia. Tiene que ver con todo el Oriente Medio, con los futuros tropiezos de Occidente con los países del BRIC (Brasil, Rusia, India, China). También está vinculado al futuro control del petróleo, en particular en África. Se trata, entonces, de Europa, África y el Oriente Medio.

Y no creamos que el problema libio es de febrero de este año. Empezó mucho antes. Por ejemplo, en 1911 fue ocupada por Italia, que la dividió en Cirenaica oriental y Tripolitania occidental, algo similar a lo que está ocurriendo ahora. Se debe estudiar la lucha de los libios por la independencia y la muerte de decenas de miles de ellos a manos de los italianos, en combates o en campos de concentración. Y debe recordarse la ocupación británica entre 1943 y 1951, la independencia bajo el rey Idris entre 1951 y 1969 y la revolución de Gadafi (1969-2011) que creó un país diferente de todos los demás. Son todos antecedentes que no podemos ignorar.

El sistema global invierte billones y billones en herramientas militares pero carece de lo más básico cuando se trata de manejar conflictos civiles: inculcar educación para la paz, crear academias para el estudio de la resolución pacífica de los conflictos y centros de investigación sobre las dimensiones humanas de los conflictos internacionales.

Francamente, esta total desigualdad entre nuestras inversiones militares y nuestras inversiones humanitarias resulta decepcionante en cuanto al alcance de la civilización.

El accionar actual de la “comunidad” internacional es lamentablemente inadecuado en cuestión de normas, de mecanismos de toma de decisiones, de formas de gobierno, de organización, de educación y de manejo de los conflictos civiles.

Y está totalmente desequilibrado. Cuando ocurre un conflicto tenemos mucho de lo que menos necesitamos y poco o nada de lo que hace falta para que podamos considerar que somos civilizados.

La omnipotencia es un mal navegante y la guerra es un modo pasado de moda de manejar los problemas de la humanidad. El profesionalismo en el manejo de los conflictos y en la creación y mantenimiento de la paz es el paradigma emergente. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Jan Oberg, director y cofundador de la Transnational Foundation (FTT), con sede en Lund, Suecia, es un investigador en conflictos y temas de la paz.

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