Cuba: La economía en la mirilla

Hace unos pocos días atracó en el puerto de La Habana, proveniente de Miami, el pequeño buque “Ana Cecilia”, que navega bajo bandera boliviana. La embarcación, cargada con equipos electrodomésticos, paquetes de alimentos y medicinas, ropas y útiles del hogar, enviados en su gran mayoría a ciudadanos cubanos por parte de sus parientes en el exilio, realizaba así el primero de los atraques quincenales que tenía previstos.

Poco divulgado por los medios oficiales cubanos, el hecho podría haber sido un hito que de alguna manera modificara algunas de las restricciones contempladas por el bloqueo/embargo a Cuba sostenido por las administraciones norteamericanas desde los lejanos tiempos de John F. Kennedy y aquel período de la historia del siglo XX conocido como la Guerra Fría.

Lo curioso –cuando menos curioso- es que estos envíos, que abarataban considerablemente los costos de los paquetes traídos a través de los vuelos charters que cubren la ruta entre varias ciudades norteamericanas y aeropuertos cubanos, se produce justo cuando la Aduana General de la República de Cuba hace pública una ley de importaciones individuales o por paquetería, que contemplan, entre otras regulaciones y detalles, el pago del 100 y hasta el 200 por ciento del precio de venta de mercancías importadas que superen el valor de 50 pesos convertibles cubanos, y el abono de 10 pesos convertibles –unos 12 dólares- por cada kilogramo –por encima de los tres admitidos- recepcionado por paquetería o mensajería, con lo cual se aumenta exponencialmente el precio final de cualquier artículo traído o recibido por el ciudadano residente o no en el país.

El propósito primero de tales disposiciones está relacionado con la actividad de las “mulas” que desde Ecuador, Panamá y Estados Unidos importan grandes cantidades de mercancías (ropas, bisutería, alimentos) que terminan abasteciendo los pequeños negocios privados renacidos en Cuba.

El efecto segundo es que las personas con más difíciles condiciones económicas que recibían paquetes de sus familiares, ahora tendrán que pedir también el dinero para pagar el impuesto de importación, lo que, al duplicar el costo de los productos, reducirá los envíos, entre ellos los previstos para próximas travesías del “Ana Cecilia”.

La remesa de efectivo –también multada por la tasa de cambio establecida- queda entonces como la menos gravosa alternativa, pero obliga a los ciudadanos a invertirla en los mercados del país, con ofertas más caras, menos variadas y, por lo general, de menor calidad.

El trasfondo económico de estas disposiciones resulta más que evidente. Y es que en Cuba, hoy, la economía y el dinero están, junto a la aspiración de elevar la eficiencia productiva, en el centro del blanco al que está dirigiendo sus flechas el actual gobierno con su programa de transformaciones bautizado “actualización del modelo económico”.

La recién finalizada sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el parlamento cubano, fue una muestra fehaciente de esos rumbos de una política principalmente centrada en las cuestiones económicas.

La aprobación de una nueva ley tributaria donde se contempla que todo ciudadano cubano tiene una obligación fiscal con el Estado (hasta ahora solo afectaba a los trabajadores independientes), el anuncio de la próxima apertura (experimental) de cooperativas de producción y servicios, sin más vínculos con el Estado que los controles legales y fiscales, y la insistencia en el proceso de saneamiento del sistema financiero nacional, todos aprobados y discutidos por los diputados, marcan a las claras los rumbos por los que pretende moverse un país aquejado por muchos años de ineficiencia económica, indisciplina financiera, exceso de trabajadores estatales o gubernamentales y una siempre discreta productividad del trabajo.

Resulta revelador el hecho de que al clausurar el cónclave, el presidente Raúl Castro dedicara una parte significativa de su discurso al devenir de una política económica que, en sus palabras “…ha entrado en una fase cualitativamente superior para la actualización del modelo económico”.

De ahí que se refiriera a la marcha de la economía, al crecimiento de las exportaciones sobre las importaciones, a la ley tributaria, al restablecimiento de la disciplina financiera, a la creación experimental de cooperativas no agropecuarias, o a la creación de fórmulas que propicien la producción de alimentos y aligeren su comercialización, pues, se impone, dijo, que “dejemos de pensar (solo) en la supervivencia y pasemos a proyectar (…) las principales líneas de desarrollo sostenible de la economía y los recursos e infraestructura que se requieran para ello…”.

Mientras, los resultados sociales del proceso de transformaciones económicas se hacen cada vez más patentes. Hoy, en Cuba, son cerca de 400.000 los trabajadores afiliados a la pequeña empresa privada y se prevé un notable incremento cuando se oficialice la existencia de cooperativas y se aprueben otras actividades para el trabajo por cuenta propia.

Esta realidad, que se conecta con la macroeconomía, tiene sin embargo una compleja lectura en la realidad cotidiana, que se podría ilustrar con el más elemental de los ejemplos: mientras una asistente de limpieza estatal gana unos 200 pesos mensuales, una empleada doméstica (muchas veces sin pagar licencia) obtiene esta suma en tres días de trabajo. En un país donde la empresa estatal seguirá siendo la forma productiva principal, va a ser una difícil misión la de conseguir que dos ruedas como las anteriores puedan mover una misma carreta. (FIN/COPYRIGHT IPS)

* Leonardo Padura, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.

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