Mujeres rurales de Perú pelean «donde la vida es muy triste»

Cuando sus cultivos se vieron cubiertos por una gruesa capa de granizo de la noche a la mañana, Felícitas Quispe, de 43 años, movilizó a su comunidad afincada a más de 3.500 metros de altura en el sur de Perú, para evitar que el hambre se cobrara alguna vida.

Una campesina peruana acarrea leña desde distancias cada vez más lejanas Crédito: Elena Villanueva/IPS
Una campesina peruana acarrea leña desde distancias cada vez más lejanas Crédito: Elena Villanueva/IPS

Han pasado dos años desde que las heladas de 2010 la dejaron a ella y a decenas de familias sin maíz, papas ni habas para su alimentación, y sin pastizales para los animales en el poblado de Chare, provincia de Canchis, en el departamento andino de Cusco.

«No había comida, así que las mujeres con los líderes de la comunidad nos fuimos hasta Defensa Civil y el Ministerio de Agricultura. Conseguimos nuevas semillas que hasta ahora están produciendo nuestros alimentos y continuamos realizando sahumerios con bosta quemada para despejar las heladas», contó a IPS.

Quispe preside la Asociación Qamayoc que presta asistencia técnica en sanidad animal, uso de plantas medicinales y viviendas saludables a mujeres de las zonas altas de la provincia, donde «la vida es muy triste» por la pobreza y hasta el agua escasea, describe.

«No queremos asistencialismo del gobierno, eso trae ociosidad. Queremos equidad de género, capacitación a las mujeres, educación, salud y que los hijos no se mueran por falta de atención, porque de las zonas altas hay que caminar un día para llegar a un puesto de salud», relató.
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Si bien Perú redujo en 76 por ciento la mortalidad en menores de cinco años, la pobreza y desigualdad mantienen elevado el riesgo de niñas y niños de zonas vulnerables a la variabilidad climática y a los desastres meteorológicos.

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, niñas y niños representarán el 65 por ciento de las personas más afectadas por los desastres climáticos, que en los últimos 10 años ya perjudicaron a 64 millones de habitantes de América Latina y el Caribe.

La población surandina de Perú está en peligro. La región de Puno, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, experimenta heladas que arruinaron cultivos y mataron a infantes. En marzo de este año autoridades de salud reportaron 31 muertes de niños y niñas por neumonía.

Ricardina Bedoya, habitante de 64 años de la comunidad de Arboleda en el distrito puneño de Tiquillaca, da cuenta de esas situaciones.

Perdió sus cultivos de la campaña agrícola 2011-2012 cuando se desbordó la laguna Umayo debido a lluvias intensas. Los pastos para sus animales se pudrieron de raíz y se malograron las cosechas de papa, quinua, cebada y oca (un tubérculo similar a la papa).

Sus terrenos quedaron bajo agua, no tuvo productos para llevar a los mercados y se vio obligada a vender sus animales a bajo precio.

«No teníamos qué cocinar, los niños se enfermaron con tos convulsa, bronconeumonía; muchos se morían antes de llegar a la posta (médica)», dijo a IPS. «Es muy difícil, pero nosotras queremos que nuestras hijas aprendan a sobreponerse a las inclemencias de la naturaleza para seguir con su vida, con su alimentación, su educación».

Aunque su comunidad había adoptado medidas de prevención, fueron insuficientes ante la magnitud de la inundación. Ahora se preparan para gestionar apoyo estatal para la construcción de cobertizos para los animales y siembra en nuevas zonas.

Los esfuerzos de Felícitas Quispe en Cusco y de Ricardina Bedoya en Puno son muestra de las iniciativas de las mujeres que asumen un rol activo ante situaciones adversas que impone el actual contexto de cambio climático.

Pese a ser las peor afectadas por inundaciones, heladas o sequías, las mujeres y niñas son quienes asumen las responsabilidades de cuidado y alimentación en familias y comunidades, según Castorina Villegas López, coordinadora en Perú de Groots (siglas inglesas de Organizaciones de Base Trabajando Juntas en Hermandad) una red internacional de grupos femeninos de base dedicados a resolver problemas comunitarios.

Este sábado 13 de octubre, Día Internacional para la Reducción de los Desastres fue dedicado por las Naciones Unidas a «Mujeres y Niñas. La Fuerza (in)visible de la Resiliencia», para poner de relieve la necesidad de que ellas «ocupen un lugar de vanguardia» en la tarea de reducir los riesgos.

Las mujeres y las niñas «se organizan en base a sus capacidades y habilidades y responden, por ejemplo, contribuyendo a la seguridad alimentaria. Y lo hacen pese a la desigualdad de género que no ven la sociedad, el gobierno ni los hombres», dijo a IPS Villegas López.

En observancia del Día Mundial de la Mujer Rural, el lunes 15 campesinas peruanas organizadas presentarán su Agenda de Propuestas sobre cinco áreas vinculadas al cambio climático.

IPS tuvo acceso a ese documento, suscrito por productoras rurales del sur (Arequipa, Apurímac, Cusco y Puno) y del norte (Cajamarca, La Libertad, Lambayeque y Piura), que exige a las autoridades locales, regionales y nacionales que consideren el impacto diferenciado por género del calentamiento global, y que apliquen políticas públicas para poner fin a la situación de postergación en que se encuentran.

Las cinco áreas de propuestas son seguridad alimentaria, recursos naturales, producción agrícola y comercialización, trabajo en la parcela y en la casa, y condiciones de vida.

Las mujeres rurales piden que se fortalezca la infraestructura de riego, construcción de reservorios de agua familiar y comunal, reforestación con especies nativas, mejoramiento de las viviendas, acceso a tecnología agroecológica y participación en espacios de decisión, entre otros puntos.

La población rural femenina es el grupo analfabeto más grande del país. El analfabetismo alcanza entre ellas a 14,4 por ciento; solo 63,7 por ciento reciben atención calificada del parto, y 19 por ciento de las adolescentes estuvieron alguna vez embarazadas, según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.

«Las mujeres tienen competencias que deben ser fortalecidas» y tienen «propuestas concretas que están contenidas en su Agenda y que toca a las autoridades tomar en cuenta», comentó Blanca Fernández, del feminista Centro Flora Tristán.

El Plan Nacional de Igualdad de Género 2012-2017, aprobado en julio por el gobierno, contempla entre sus ocho objetivos valorar el aporte de las mujeres rurales en el manejo sostenible de los recursos naturales.

Para ello se propone que en cinco años se incremente en 30 por ciento la proporción de mujeres que reciben capacitación y transferencia tecnológica y se diseñe una gestión de riesgos y prevención de desastres con enfoque de género.

Fernández cree que las metas son importantes, pero su cumplimiento depende de la voluntad política. «Se requiere presupuesto» para «colocar a las mujeres de las zonas rurales como prioridad», dijo. «De lo contrario, no avanzaremos hacia el Perú diverso e intercultural que se pretende».

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