Obama y América Latina, cuatro años más

Clara Nieto

Barack Obama triunfa con 303 votos electorales (necesitaba 270) y obtiene 51 por ciento del voto popular, pero el apoyo a Mitt Romney (47 por ciento) es también sustancial. La abstención llega a 40 por ciento. The New Republic comenta esa realidad: «Hoy Estados Unidos no es una nación, sino dos».

Tal es, en efecto, la cruda realidad que enfrentará Obama en sus cuatro años más en la Casa Blanca. Dicha división partidista no es nueva. Desde el inicio de su mandato, los republicanos lanzan una virulenta campaña en su contra, calificada de racista, para hacerlo fracasar.

El Congreso ha sido uno de más hostiles de su historia. La división se solidifica, pues los republicanos mantienen hasta ahora una holgada mayoría en la Cámara de Representantes (233 contra 193). En el Senado, bajo control de los demócratas (54 contra 45), la diferencia es de solo nueve escaños.

A pesar de esa brutal oposición, Obama logra éxitos históricos: es el primer presidente en conseguir la criticada reforma integral de salud; la reforma financiera por primera vez pone en cintura a Wall Street y al sector financiero, espinazos del capitalismo, y sus leyes y reformas, en el campo de la educación, abren compuertas a los sectores estudiantiles más pobres.

Es una agenda liberal, enfocada en la defensa de la clase media y de los sectores más vulnerables. Alguien comenta: «Obama está realizando el anunciado ‘cambio’ del país desde adentro».

La mayoría pro Obama, y en especial los latinos (71 por ciento de sus votos aseguran su reelección), celebran su triunfo con inmenso júbilo, y con gran alivio. Con Romney y Paul Ryan, su compañero de fórmula, el país hubiera regresado a la era conservadora y retrógrada de Bush, pues sus 200 asesores de política exterior son extremistas, neoconservadores y del Tea Party.

Romney adopta los valores y prioridades de su partido, ultraconservador, cada día más reaccionario y más rígido en temas sociales. Se opone a las medidas de Obama tendientes a mejorar las crecientes desigualdades, a su reforma integral de la salud, anatema para el GOP y el Tea Party.

Se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo, a los derechos de los homosexuales y al aborto, y no se ocupa de los desastres climáticos. Además, favorece una agresiva política contra los inmigrantes indocumentados y califica las leyes racistas de Arizona, dirigidas contra los latinos (les impiden trabajar, conducir, estudiar y transitar libremente), como un modelo para la nación.

Las legalizaciones en masa, propuestas por Obama (cerca de 11 millones), son «impensables», afirma Romney. Y anuncia mano dura contra el régimen cubano. Su plan económico es regresivo, basado en cortes de impuestos a los más pudientes (pagan tributos extraordinariamente bajos) y en la desregulación de los mercados. Tales políticas, de la era Bush, condujeron al colapso financiero de 2008.

El tema de América Latina no aparece en las campañas ni en los debates presidenciales. No ha sido prioridad del gobierno de Obama, y es evidente su falta de interés en la región.

Un portavoz de su campaña intenta probar lo contrario: «Si hubiera sido tema del debate, se habría visto el contraste profundo entre las políticas de los dos candidatos». Y señala «un récord de sus éxitos en América Latina»: en menos de cuatro años ha ido cinco veces a la región.

No obstante, tales visitas no producen resultados memorables. Va a Trinidad y Tobago para atender la V Cumbre de las Américas (proyecto que inventa Bill Clinton en 1994), pero de tal encuentro solo quedan promesas incumplidas: no se da el diálogo «de igual a igual» ni mejoran las relaciones con Cuba.

A México va dos veces, y con el presidente Felipe Calderón hablan de revisar el Tratado de Libre Comercio de América de Norte (Nafta), de Estados Unidos, Canadá y México, que ha sido desastroso para las mayorías campesinas y las clases trabajadoras mexicanas. No lo hacen.

En marzo de 2011 va a tres países. En El Salvador, donde está la base militar Comalapa, desde la era Reagan en control del Pentágono, los salvadoreños le critican que no haya propuesto nada.

Va a Chile y a Brasil. Con los presidentes Sebastián Piñera, de derecha, y Dilma Rousseff, de izquierda, intercambia palabras de amistad, deseos de ampliar su cooperación sobre seguridad, una prioridad.

De sus políticas negativas hacia el continente está, en primer lugar, su erróneo apoyo a los golpistas de Honduras. Va en contravía del consenso, defendido por sus colegas latinoamericanos, y trae funestas consecuencias: legitima el nuevo tipo de golpes institucionales para tumbar presidentes. Se repite en Paraguay contra el presidente Fernando Lugo.

Su asocio con el corrupto gobierno posgolpe de Porfirio Lobo, no reconocido por la mayoría del continente, es cada día más difícil de defender en el Congreso.

Hillary Clinton, secretaria de Estado, recibe duras críticas a la política de su gobierno en Honduras, se señala su silencio sobre los continuos asesinatos selectivos de defensores de derechos humanos, periodistas y opositores, mientras invierte 24 millones de dólares para fortalecer las instalaciones de sus tropas en la base aérea Soto Cano. Tropas de esa base y el Comando Sur toman parte en el golpe contra el presidente constitucional Manuel Zelaya.

Los aliados europeos celebran su triunfo, su política es de alianzas y de soluciones políticas, antes que militares. A Romney, en cambio, le importa «reafirmar el poderío de Estados Unidos», dar apoyo militar a la oposición en Siria, mantener mano dura contra Irán, y apoyar un ataque militar israelí, condenado por miembros de la comunidad mundial.

La respuesta militar de Irán sería el inicio de una guerra de proporciones incalculables.

Sin elecciones a la vista, y libre del cuidadoso manejo político que debe dar a los grupos de presión cuyo apoyo se traduce en votos, ahora innecesarios, las luchas de Obama por su agenda podrán ser más agresivas y menos dependientes de la cooperación bipartidista.

Ha prometido lograr la reforma integral de inmigración y, quizás, normalizar las relaciones con Cuba, aunque para levantar el embargo el Congreso deberá derogar o modificar el enjambre de leyes que lo sostienen.

Si en estos cuatro años Obama no se ocupa, como hasta ahora, de América Latina, región del mundo donde es más ostensible el declive de la influencia estadounidense, no pasará nada.

Ya no es su principal socio comercial, los países han diversificado sus relaciones con otros continentes, y su economía, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, es favorable.

Pero la política hostil contra los gobiernos progresistas de la nueva izquierda sigue. Rafael Correa, presidente de Ecuador, denuncia actividades de la CIA para impedir su reelección, como lo intentó contra Chávez. Los comicios tendrán lugar el próximo 17 de febrero y el período es de cuatro años. (FIN/COPYRIGHT IPS)

* Clara Nieto es escritora y diplomática, exembajadora de Colombia ante la ONU y autora del libro «Obama y la nueva izquierda latinoamericana».

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