MÉXICO: «Aquí no combatimos la pobreza, mejoramos la calidad de vida»

Un canal en medio del manglar de San Crisanto. Crédito: Emilio Godoy/IPS
Un canal en medio del manglar de San Crisanto. Crédito: Emilio Godoy/IPS

Los habitantes de San Crisanto, un ejido emplazado en una zona idílica del sudoriental estado mexicano de Yucatán, aprendieron a valorar los recursos naturales, y cuidándolos crean empleos y dinero.

La iniciativa de San Crisanto, que combina ecoturismo y otras actividades productivas, es un modelo para otras comunidades situadas a lo largo de la costa mexicana sobre el mar Caribe, rica en diversidad biológica y expuesta a los imprevistos meteorológicos.

El visitante puede recorrer en lancha las vías acuáticas, nadar en los cenotes –ojos de agua dulce y cristalina–, cazar, hospedarse en cabañas ecológicas y comprar artesanías y alimentos elaborados con coco. En 2012 recibieron 12.000 visitas, aunque su capacidad es para 50.000, según los pobladores del ejido.

Además, se "trabaja mucho en la educación. La mayoría de la gente tiene conciencia sobre la importancia de cuidar los recursos. Los cuidamos por el cambio climático, ante los huracanes", afirma Reyes Cetz, de 44 años y uno de los 35 ejidatarios, a Tierramérica.

La ciencia no puede determinar si ciclones muy potentes y destructivos ocurridos en los últimos años son atribuibles al cambio climático. Pero es muy probable que el recalentamiento de la atmósfera incida en la intensidad y frecuencia de eventos extremos. En 1995, los huracanes Opal y Roxanne arruinaron los manglares de San Crisanto, situada 1.400 kilómetros al sudeste de la capital de México. Primero, los pobladores se organizaron para reducir los daños, y luego para fortalecer el ecosistema, trazando canales de agua para que esta fluyera libremente.
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"Los manglares se restablecieron rápido, porque las corrientes hídricas transportaron los nutrientes. Al haber más manglares, hay más aves, peces y cocodrilos", describe José Loria, de 56 años y director de operación del ejido, que en 2001 creó la Fundación San Crisanto.

El ejido es un sistema precolombino, restablecido en la década de 1930, que se basa en la tenencia y explotación comunal de tierras públicas. El de San Crisanto se gestionó en 1957, cuando un grupo de campesinos solicitó al gobierno estadual terrenos para sembrar coco. La autorización llegó tan solo en 1973.

La comunidad posee 850 hectáreas de manglares y 100 de cocoteros, en las que desarrolla, además de ecoturismo, agricultura, artesanías y extracción de sal.

Ahora "nos dedicamos a vender paisaje. Hemos creado un aparato corporativo para aprovechar los recursos. Aquí no combatimos la pobreza, mejoramos la calidad de vida", dice Loria.

El ingreso promedio de cada ejidatario es de 6.000 dólares al año, provenientes del ecoturismo, la extracción de sal y el pago de servicios ambientales como reforestación y protección del manglar. Y las actividades dan empleo a 300 personas.

En "estos meses –entre febrero y mayo– nos concentramos en extraer sal y nos preparamos para atender al turismo", dice Cetz. Este año ya obtuvieron 250 toneladas que el ejido vende a 39 dólares la unidad.

Desde 2001 se restauraron 11.300 metros de canales y 45 cenotes alimentados por flujos subterráneos. Hay menos peligro de inundación y se multiplicaron los ejemplares de especies endémicas.

La zona de San Crisanto, de 570 habitantes, está expuesta a huracanes y a marejadas por la elevación del nivel del mar. Por eso urge aquí adaptarse a las variaciones meteorológicas.

Pero Yucatán, vulnerable a estos problemas y muy estudiado por los científicos, no tiene todavía un plan para hacer frente al cambio climático.

México pierde 10.000 hectáreas de manglares por año. De momento subsisten más de 770.000 hectáreas de estos complejos ecosistemas costeros, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad.

Si se mantiene el ritmo de destrucción, en 2025 Yucatán habrá perdido casi 30 por ciento de los manglares que tenía en 2010, prevé el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático.

Los manglares, formados por varias especies de árboles adaptados a terrenos inundados y salobres, albergan gran cantidad de fauna, tienen una función purificadora del agua y protegen las costas de marejadas, huracanes y de la natural erosión marina. En su crecimiento pueden absorber grandes volúmenes de dióxido de carbono.

Su destrucción se debe a la urbanización y a la expansión del turismo, en particular el hotelero. Otros factores son la fragmentación de la superficie y los contenidos contaminantes –fertilizantes, pesticidas y aguas servidas– que acarrean los ríos, arroyos y canales que llegan hasta ellos.

En esta región "hay dos elementos fundamentales" a proteger, "la barrera de arrecifes costeros y de manglar", señala el director ejecutivo del no gubernamental Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza, Lorenzo Rosenzweig.

"El mejor negocio para proteger las costas es proteger los manglares", agrega en entrevista con Tierramérica.

La entidad participó en el diseño del Fondo para el Sistema Arrecifal Mesoamericano, delineado en 2004 para cuidar esos ecosistemas marinos en México, Belice, Guatemala y Honduras, y elaboró entre 2009 y 2012 programas de adaptación en cuatro complejos naturales del sudeste mexicano, entre ellos el Caribe.

Los éxitos de San Crisanto atrajeron la atención nacional e internacional. En 2010, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo le entregó el Premio Ecuatorial bienal, y al año siguiente obtuvo el Premio Nacional al Mérito Forestal.

Además, fue objeto de un estudio, "Campesinos-pescadores de Yucatán: uso de la biodiversidad y apropiación de recursos naturales costeros", publicado en 2010 por Luis Arias y Salvador Montiel, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional.

Ese estudio identificó 144 especies aprovechadas en San Crisanto y constató que el ecoturismo se tornaba la actividad dominante, por su éxito económico, "que, además, le dan reconocimiento social".

El plan estratégico 2009-2029 del ejido intensificará esa tendencia. "Nos vemos como una comunidad que vive del turismo", dice Loria. "Tenemos que diversificar y elaborar mejor los productos, para llegar a un mercado más masivo".

Pero, advierte, "si el manglar desaparece, adiós San Crisanto".

* Este artículo fue publicado originalmente el 2 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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