Cuando un bigote es cuestión de vida o muerte

Un aldeano en Ali Saray, pueblo semidestruido de Iraq. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

«El alma debe reencarnar mil veces antes de volverse una con Dios», dice Rajab Assy Karim, habitante de Ali Saray, 190 kilómetros al norte de Bagdad. Iraq está repleto de «atajos» para llegar a ese final, y parece que varios pasan por esta pequeña aldea del desierto.

Los pocos cientos que habitan en las casas de adobe de Ali Saray son kakais, seguidores de un antiguo credo preislámico cuya mera supervivencia en el siglo XXI y en esta región es un milagro.

Karim lo sabe y dedica la mayor parte de su tiempo libre a reunir libros para la única biblioteca que existe en las 12 aldeas kakai concentradas en la región.

«Estamos a mitad de camino entre Tikrit –la zona natal del fallecido dictador Saddam Hussein (1979-2003) y bastión de sus seguidores— y la Región Autónoma Kurda de Iraq», dice Karim a IPS. «El área está saturada de terroristas y nosotros somos uno de sus objetivos más fáciles».

Los escombros de 13 casas destruidas este año atestiguan la violencia a la que está sometida la población local. Es el precio a pagar por ser kurdos y a la vez «paganos» en una de las zonas más inestables de Iraq.[pullquote]3[/pullquote]

Junto con los yazidíes, seguidores de otra religión preislámica, se dice que los kakais son los que mantuvieron la fe original de los kurdos. El kakaísmo derivaría de la palabra kurda «kaka» («hermano mayor»).

Los kakais tienen fama de mantener en secreto sus creencias. «Nos acusan de no revelar detalles de nuestra fe, pero es solo una medida para protegernos del entorno hostil», dice a IPS el único juez kakai de Iraq, Jassim Rashim Shawzan.

«Vivimos en Medio Oriente, donde no hay democracia, ni libertad de expresión, donde no hay derechos», agrega.

Shawzan afirma que su pueblo procede de las montañas kurdas de Irán, en las cercanías de la ciudad de Kermansha, más de 400 kilómetros al sudoeste de Teherán. Esa zona está salpicada de templos kakai. «Es donde se encuentra el único volumen que existe del Zanur», el libro sagrado de esta fe.

Luego de siglos viviendo entre vecinos musulmanes, los kakais adoptaron algunos de sus tabúes, como la prohibición de comer cerdo. Pero todavía se distinguen.

La mayoría de los hombres son reconocibles por los largos y marcados mostachos que se dejan crecer. La costumbre islámica establece bigotes pequeños y bien recortados.

Shawzan también menciona un período de ayuno pero, al contrario del mes que dura el Ramadán musulmán, este es de apenas tres días.

El juez asevera que el Iraq pos Saddam Hussein –derrocado en 2003 por Estados Unidos y ahorcado en diciembre de 2006— está lejos de ser un país que garantice los derechos constitucionales a sus minorías.[related_articles]

«Saddam nos quitó muchas de nuestras tierras y aldeas para ubicar a familias árabes de otras regiones de Iraq. Desde 2003, cientos de kakais fueron asesinados por extremistas y muchos se vieron obligados a desplazarse», explica.

La organización Minorities Right Group International, con sede en Gran Bretaña, estima que en Iraq viven unos 200.000 kakais. En un reporte que publicó en 2011, la entidad humanitaria mencionó «amenazas, secuestros y asesinatos» en la zona donde vive esta minoría. Algunos líderes musulmanes locales habrían ordenado, además, un «boicot a las tiendas y comercios de los infieles».

Hoy, la mayoría de los kakais cree que su seguridad mejoraría si sus aldeas quedaran legalmente bajo el mandato de la Región Autónoma Kurda, que tiene una violencia menor comparada con el resto del país.

Sirwan monta guardia en un retén a la entrada de Ali Saray. Lleva anteojos oscuros y un casco antibalas. Su espeso mostacho lo identifica.

«Si finalmente nos dan la oportunidad de celebrar un referendo para decidir si debemos estar bajo el control de Erbil (la capital administrativa de la región kurda, 310 kilómetros al norte de Bagdad) votaremos a favor y en masa», dice.

El soldado explica que esa consulta popular estaba fijada para 2007 con el fin de resolver el estatuto legal de las «áreas en disputa» entre Erbil y Bagdad, pero se ha pospuesto hasta que se lleven a cabo medidas para contrabalancear las campañas de arabización de Saddam.

El escritor Falakadin Kakaye, que constituía un puente entre los kakais y la administración kurda, murió el mes pasado. Antes de hacerse cargo de las relaciones entre Erbil y Ankara fue nombrado en dos ocasiones ministro de Cultura del gobierno kurdo.

Kakaye dejó un país con grados de violencia que no se veían desde 2008. Más de 1.000 personas murieron en ataques cometidos en julio.

Hay otros que intentan preservar los derechos y la cultura de los kakais. Saad Salloum, editor de la revista Masarat, está luchando por documentar la diversidad de Iraq antes de que desaparezca.

«A partir de 2003, los iraquíes redescubrimos nuestra pluralidad», dice. «Pero lejos de aceptarla como una señal enriquecedora de nuestra identidad, hoy le tenemos más miedo a nuestro vecino que a ningún misil o arma de destrucción masiva».

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