La salud resbala en aceite de maní

Jóvenes se ejercitan en un gimnasio privado del barrio de La Víbora, en el municipio Diez de Octubre, La Habana. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

Nadie puede comprarlo en una tienda ni aplicárselo en las clínicas estatales de Cuba. Pero los jóvenes que frecuentan los gimnasios saben quién vende y aplica clandestinamente el “aceite de maní”, como se llama en este país al synthol y a otros productos que aumentan el volumen muscular.

La moda de inyectarse diferentes sustancias para tener una musculatura descomunal casi al instante parece haber llegado para quedarse en este país. Y ya exhibe víctimas.

“La primera vez que usé (synthol) me dio fiebre, escalofríos y vómitos. No pude dormir esa noche. Al otro día el perímetro de mis brazos había crecido un centímetro”, cuenta a IPS el maestro Yosván Méndez, quien se inyectó aceite en forma intramuscular durante tres meses en 2011. “Nunca más vuelvo a hacerlo. Es un disparate”, afirma.

Méndez perdió movilidad y fuerza mientras tuvo esa sustancia encapsulada en las fibras musculares de sus brazos, pues el organismo demora en absorberla por completo. “Hice algo muy doloroso sin resultados. En cuanto dejé de ponérmelo, desaparecieron los enormes bíceps que había ganado”, precisa.

Él se considera con suerte, porque no tuvo secuelas.[related_articles]

Después de cuatro meses de curaciones en su brazo derecho, Damián Rodríguez (nombre ficticio) pudo volver a levantar pesas. “Iba por el noveno frasco de aceite de maní cuando sentí molestias después de una inyección”, recuerda este trabajador habanero de 21 años. El brazo se enrojeció y se hinchó, y por la piel brotaba grasa con fragmentos de tejido necrosado.

Rodríguez es uno de tantos jóvenes que terminan en salas de cirugía por abscesos, trombos, quistes y otros problemas causados por el uso excesivo de aceites de este tipo, productos falsificados, inyecciones mal colocadas o en condiciones no esterilizadas.

Se trata de compuestos a base de ácidos grasos y algunos pueden contener esteroides, hormonas y anestésicos. El más conocido es el synthol, creado en 1982 por el fisicoculturista alemán Chris Clark, sostiene un estudio que publicó este año un equipo del Hospital Pediátrico Universitario de Matanzas, en el oeste de Cuba.

El synthol, aprobado para uso externo por autoridades sanitarias de países como Estados Unidos, contiene 85 por ciento de ácidos grados y 7,5 por ciento de alcohol bencílico.[pullquote]3[/pullquote]

Clark experimentó en su propio cuerpo con pequeñas dosis. Descubrió que podía corregir defectos de algunos músculos y estirar temporalmente la membrana que los recubre, con menos riesgos de abscesos que los aceites de soja o sésamo.

De boca en boca y por Internet, esta práctica sin aval médico fue invadiendo el culturismo en Estados Unidos y Gran Bretaña, se expandió luego por el resto de Europa y llegó a América Latina.

En esta isla de régimen socialista y economía centralizada, que además soporta un bloqueo de medio siglo del vecino Estados Unidos, estos productos no se fabrican ni se venden en tiendas estatales, pero sí ingresan y circulan en un mercado negro que resiste hace décadas controles policiales y la penalización del contrabando con hasta tres años de privación de libertad.

Cuando el gobierno decidió abrir espacios para el trabajo por cuenta propia en 2010, muchos gimnasios que operaban sin permiso se legalizaron y cada vez son más en el paisaje urbano de esta isla. Quienes están a cargo de estas instalaciones, privadas o estatales, pueden sufrir sanciones si promueven o permiten la aplicación de estas sustancias entre su clientela.

Es un fenómeno que forma parte de otro mayor, la creciente preocupación por el aspecto físico de muchos varones jóvenes en este país.

A la par, ha ido creciendo la oposición a la musculatura antinatural y facilista del synthol por cuestiones de salud, éticas y estéticas.

Activistas, personal médico y culturistas instan a divulgar este problema que, aseguran, es muy poco abordado en la prensa local.

“Hay que hablarle claro a la juventud”, dice a IPS el estudiante de medicina Eduardo Zubizarreta. “Muchos lo usan cada vez más porque ven que a otros no les pasa nada”, contrasta. Pero “se deben explicar también los efectos a largo plazo”, como la artrosis prematura.

Los jóvenes y adolescentes que repletan los gimnasios son el blanco preferido de los vendedores de estas sustancias. Por eso, la mayoría de los propietarios de salones para ejercicios prohíben “aceitarse” y tratan de espantar a los distribuidores que merodean por allí.

“Solo sirve para untarse la piel”, explica a IPS el integrante de la Asociación Cubana de Fisicoculturismo, Asuan Díaz. “Nuestra organización está en contra de inyectarse esas sustancias”, detalla Díaz, quien dirige desde 2001 un gimnasio en el municipio capitalino El Cerro.

Díaz da consejos a los jóvenes que llegan a su salón luciendo músculos gigantescos, a todas luces inflados con estas sustancias. “Tienen un pie en el hospital y otro en la tumba”, les dice este veterano del culturismo, partidario de “hablar más sobre el asunto en la prensa y otros espacios”.

Las consecuencias se agravan porque “abundan las adulteraciones con mezclas de aceite de soja”, explica.

La receta casera de synthol está a la mano en Internet, y se distribuyen falsificaciones.

El producto original en envase de 100 mililitros puede costar entre 200 y 300 dólares en el mercado internacional. Según varias fuentes consultadas por IPS, en el mercado informal cubano la misma cantidad vale entre 12 y 20 CUC (moneda fuerte equivalente al dólar), una fortuna si se considera que el sueldo mensual promedio en 2012 fue de unos 19 dólares.

Por ignorancia o por no tener dinero suficiente, algunos jóvenes se inyectan otros aceites.

En Matanzas, dos adolescentes sufrieron entre 12 y 28 cirugías por aplicarse diariamente 10 mililitros (una jeringa completa) de aceite de soja en los brazos, según el estudio ya mencionado.

“Es un fenómeno nuevo, muy difícil de enfrentar porque los jóvenes lo ocultan”, explica a IPS la médica Anileme Valdivieso. Solo un paciente en su área de salud reconoció que se inyectaba aceites cuando se resistió a recibir en 2012 un medicamento preventivo del cólera. «Temía por los efectos adversos», cuenta.

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