Agricultura jordana arrinconada

Abu Waleed dice que el cambio climático trajo más calor, pestes y enfermedades. Crédito: Elizabeth Whitman/IPS

Abu Waleed no sabe por dónde empezar la enumeración de sus males. Los insectos se comen la menta que planta en el norte de Jordania. El pozo de agua se secó, así que tiene que bombearla desde un lugar a medio kilómetro. Como si fuera poco, gastó 225 dólares en unas semillas de espinaca que apenas germinaron.

El desarrollo industrial, el mal manejo de los recursos y el cambio climático convergieron para crear una tormenta perfecta de problemas para la pequeña comunidad de agricultores de la cuenca del río Zarqa, al este de Ammán, dañando la producción y el sustento y, en definitiva, la seguridad alimentaria de Jordania.

El gobierno, entidades no gubernamentales locales y agencias de la Organización de las Naciones Unidas intentan mitigar los efectos del cambio climático, pero Abu Waleed y otros agricultores dicen que no es suficiente.

Para otros, si bien el recalentamiento planetario exacerba problemas existentes en Jordania, lo más importante no es hacer frente al cambio climático, sino observar un uso cuidadoso de los escasos recursos naturales de este país de Medio Oriente.[pullquote]3[/pullquote]

Jordania es uno de los países más secos del mundo: dispone de unos 145 metros cúbicos de agua por persona y por año (la línea de escasez hídrica absoluta es de 500 metros cúbicos). El promedio anual de precipitaciones es de 111 milímetros.

Las principales áreas agrícolas, como las que se riegan con lluvia, se están reduciendo, en parte por la urbanización y el avance de la construcción.

Entre 1975 y 2007, las áreas dedicadas al cultivo de granos se redujeron en 65 por ciento y, las destinadas a verduras, en 91 por ciento, según una investigación de Awni Taimeh, de la Universidad de Jordania.

En los últimos años, los agricultores de la zona donde vive Abu Waleed notaron cambios meteorológicos. Además de menos lluvias, se elevaron las temperaturas y estas dos transformaciones dieron lugar a más plagas e insectos y a corrimientos en las temporadas de cultivo.

El gobierno debe ayudar a adaptarse a estos efectos, reclaman los agricultores. Algunas autoridades también admiten que es necesario hacer más.

Hussein Badarin, del Ministerio de Ambiente, trabaja en políticas sobre cambio climático desde hace casi dos décadas. “No hay suficiente coordinación” entre las personas e instituciones que trabajan en la materia, reconoce a IPS. Por ejemplo, un ministerio puede necesitar datos que un investigador compiló, pero ninguno de los dos sabe que el otro existe.

Lo que queda del río Zarqa parece un basurero inundado. Botellas de plástico, platos y sacos de basura flotan sobre una superficie verde, sin mencionar lo que hay debajo. El agua está tan contaminada que los agricultores no pueden usarla.

Para regar bombean agua del subsuelo, dice Suheib Jamaiseh, coordinadora local de la Organización de Mujeres Árabes, socia de un proyecto administrado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para fortalecer la capacidad de las comunidades de la cuenca para adaptarse al cambio climático.

Pero los acuíferos de los que se extrae el agua se están agotando a un ritmo dos veces mayor que el de recarga, según el Programa Mundial de Alimentos y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Jordania.

Una evaluación realizada como parte del proyecto de la UICN, indica que el bombeo ilegal de la napa freática, la escasez de precipitaciones y las altas temperaturas afectarán directamente “los niveles del agua subterránea y la calidad de la producción hídrica y del suelo”.

“Pestes, malezas, uso de químicos y riego, todo ha aumentado”, agrega el informe. Los impactos del cambio climático también redujeron el área productiva, su calidad y rendimientos.

Abu Yazan, un agricultor de voz suave de Ruseifa, en la cuenca del Zarqa, instaló un sistema de irrigación por goteo que es más eficiente y aumenta la producción. Según su estimación, un predio de 2.000 metros cuadrados con ese tipo de riego produce tres toneladas de zanahorias, mientras el rendimiento cae a la mitad con técnicas convencionales.

Yazan tiene que filtrar el agua bombeada antes de usarla. “Nunca habíamos usado bombas eléctricas como esta”, dice, mostrando una que arroja agua dentro de un depósito. El gobierno central o la municipalidad deberían venir cada temporada y ayudar a limpiar el área para que el agua esté más limpia, dijo.

“El mayor problema es el agua”, señala Abu Waleed, el agricultor del vecino Jirbet al Hadeed. No solo la cantidad es insuficiente, sino su grado de acidez es excesivo, dice.

“No se nota en el sabor, pero te das cuenta cuando cultivas”, explica.

Mientras recorremos su predio de hortalizas, Abu Waleed indica el ajo con el que está experimentando su resistencia al calor, pues ciertas plantas han reaccionado mal.

Hace 50 años, las plantas de ajo crecían tan altas que “no se podía caminar”, recuerda. Ahora no pasan de su muslo.

En otra parcela extrae del suelo un rábano del tamaño de su meñique. Los insectos se han comido las hojas de esas plantas, que entonces mueren, explica.[related_articles]

Los bichos y las pestes “aparecen por el calor” y arruinan las plantas y la producción, indicó. Él todavía no ha encontrado la manera de erradicar con éxito los insectos, incluso usando pesticidas.

“El Ministerio de Agricultura tiene que hacer algo”, plantea.

Más allá del impacto directo del cambio climático sobre la agricultura que practican productores como Abu Yazan y Abu Waleed, está el problema de la seguridad alimentaria.

Apenas cinco por ciento de la tierra de Jordania es arable, según la primera Política Nacional sobre Cambio Climático, divulgada este año. Pero incluso esa pequeña superficie se encoge por la urbanización, la construcción y las lluvias menguantes.

Y por tanto también cae la autosuficiencia jordana de ciertos alimentos. Los tomates y pepinos alcanzan para cubrir el consumo interno, pero debe importar trigo, arroz y cebada.

En 2005, se plantaba en este país 4,6 por ciento del trigo que se consumía. En 2011 esa proporción cayó a tan solo 1,8 por ciento, según el Departamento de Estadística.

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