El partido de gobierno se aleja de los islamistas en Túnez

En la ciudad de Metlaoui, en la gobernación de Gafsa, una región minera en el reseco sur de Túnez, las calles están llenas de polvo y de baches, y la inclemencia del tiempo hace que la piel de sus transeúntes parezca cuero cobrizo.


En Ibn Jaldoun, un barrio en la periferia de Metlaoui, la zona parece menos urbana y más una aldea caótica, con casas de ladrillo y hormigón de un piso que intentan aferrarse a las bruscas elevaciones de la tierra.

Detrás de la endeble puerta de acero de una casa al final de un callejón, los vecinos llevan a este periodista hasta el patio de una vivienda con marcos vaciados de ventanas y puertas. Ropa usada salpica el camino desde el umbral hasta donde nos encontramos.

Cinco jóvenes salafistas, culpables solo de lucir barbas largas y de rezar cinco veces al día, según sus vecinos, fueron detenidos en una redada por las fuerzas de seguridad a finales de octubre.

“Un oficial de las fuerzas de seguridad dijo que tenían armas. Pero no era así. Entonces el oficial dijo ‘¡pero las van a fabricar!’”, relata uno de los lugareños.

Otro señala el piso de tierra de la casa. “Mire, los salafistas rezaban sobre el polvo. Nadie los financia ni los apoya. No son una amenaza, no tienen nada”, asegura el hombre. En torno a él, otros vecinos de los cinco detenidos condenan en voz alta a Ennahda, el gobernante partido islámico de tendencia moderada, al que consideran responsable de los arrestos.

Las autoridades tunecinas intervinieron por la vía militar en el interior de Túnez como respuesta a los atentados guerrilleros de octubre que afectaron a un importante centro turístico, casi destruyeron la tumba de un expresidente y habrían provocado la muerte a seis soldados de la Guardia Nacional. Los hechos fueron atribuidos a grupos salafistas.

Sin embargo, es posible que el asediado Ennahda, que ganó las elecciones celebradas en octubre de 2011, esté utilizando la carta militar como forma de apaciguar a poderosos adversarios políticos.

[related_articles]Según Fabio Merone, un analista que vive en Túnez y se especializa en la política de grupos salafistas similares a los que se atribuyen los atentados de octubre, al otrora proscrito partido Ennahda “se le negó el poder durante tanto tiempo que ahora están desesperados por integrarse a la élite.”

“La policía y los ricos le reclaman a Ennahda que tome una posición clara del lado del Estado y en contra de los extremistas”, agregó.

De este modo, según él, Ennahda atacaría la base conservadora que lo llevó al poder en 2011.

Después de la aparición de una pequeña insurgencia extremista en la frontera occidental de Túnez y del asesinato de dos destacados dirigentes de la oposición de izquierda a principios de 2013, los partidos de izquierda y progresistas volvieron a acusar a Ennahda de mostrar tolerancia hacia los grupos terroristas.

Tras el último asesinato en julio, 60 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente –muy retrasada en el proceso de redactar una Constitución que se le encomendó– abandonaron sus funciones, lo cual congeló por completo el proceso de transición tras la caída de la dictadura de Zine El Abdine Ben Ali, quien huyó del país en 2011 tras perder el poder por las multitudinarias protestas que dieron pie al inicio de la Primavera Árabe en la región.

La situación de estancamiento político avivó aun más la ira de los tunecinos contra Ennahda. En el intento de apaciguar a los progresistas de buen pasar que prefieren al antiguo régimen de Ben Ali,  y que se sienten “asfixiados por los islamistas”, el partido de gobierno le está dando la espalda a su otrora próspera base salafista.

Los salafistas, que en un primer momento tuvieron gran éxito al canalizar la frustración de los pobres de Túnez tras la caída de Ben Ali, ahora sufren el rechazo público de Ennahda.

Después que el partido gobernante canceló la conferencia nacional del grupo ultraconservador Ansar Al Charia en mayo, y que en agosto oficialmente lo calificara de “organización terrorista”, los salafistas fueron objeto de represión, al igual que los arrestados en Metlaoui.

«Las familias tunecinas ven a Ennahda ahora como antes veían a la RCD (Asamblea Constitucional Democrática, que gobernó Túnez hasta 2011), debido a las detenciones arbitrarias”, dice Selim Jarrat, director ejecutivo de Al Bawsala, una organización que promueve la participación política en este país.

Jarrat plantea la posibilidad de que las detenciones arbitrarias de los salafistas y las redadas sean obra de fuerzas de seguridad fuera del control de Ennahda. Señala que algunos sectores de estas operan bajo la influencia de partidarios del antiguo régimen, que se sienten amenazados por el ascenso de los salafistas y es posible que busquen su represión.

«Estamos en una crisis de confianza entre los islamistas, por un lado, y los progresistas, por el otro”, opina Jarrat.

Ya sea la obra de grupos laicos vinculados al antiguo régimen o de políticos de Ennahda que tratan de complacerlos, la peor parte de la guerra contra el terrorismo la padecen los tunecinos en el interior empobrecido.

En un pueblo agrícola, no lejos de Metlaoui, los aldeanos pasan el tiempo en silencio en torno a una casa en medio de los campos recién arados. El guía informa a este reportero que solo unos días después del comienzo de la operativa militar de octubre, ocho pobladores fueron detenidos en la vivienda tras un enfrentamiento con la Guardia Nacional.

Todos sus moradores fueron arrestados bajo la sospecha de que dos jóvenes de la familia tramaban actos terroristas. Sin embargo, la evidencia era débil, y los otros seis resultaron ser nada más que familiares de los apresados.

Aunque quedaron en libertad a los pocos días, los familiares están indignados con las fuerzas del orden y con el gobierno, al que ven como cómplice en la redada, agrega el guía.

A pesar de esto, guardan silencio conmigo, con los ojos bajos y las manos en los bolsillos. El guía dice que las autoridades les ordenaron no hablar con la prensa tras su detención.

Seif Eddine Belabed, un supervisor de los medios de comunicación para Ennahda, en una de sus oficinas de la capital, no parece inmutarse con los relatos de redadas y detenidos con escasa o nula evidencia.

“Quizás se arreste a 100 personas, y cinco o seis son inocentes”, comenta en entrevista con IPS. “Es un error, pero al mismo tiempo usted apresó a más de 90 tipos malos. Es lo que sucede en una redada”.

Al igual que los dirigentes de Ennahda desde que comenzaron a reprimir a los tunecinos abiertamente devotos el año pasado, Belabed negó todo vínculo con los salafistas, sean violentos o no.

“Existe la idea de que los salafistas son una rama de Ennahda. Se trata de un error. En sus métodos e ideología son algo completamente distinto”, sostiene.

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