Matrimonio, un obstáculo para la atención de mujeres swazis con VIH

Una madre swazi con su bebé. En julio de 2014, Swazilandia comienza a aplicar la opción B+, el último tratamiento contra el VIH recomendado por la Organización Mundial de la Salud para mujeres embarazadas. Crédito: Mantoe Phakathi/IPS
Una madre swazi con su bebé. En julio de 2014, Swazilandia comienza a aplicar la opción B+, el último tratamiento contra el VIH recomendado por la Organización Mundial de la Salud para mujeres embarazadas. Crédito: Mantoe Phakathi/IPS

Durante meses, Nonkululeko Msibi quedaba sin voz cada vez que quería darle la noticia a su esposo. Se enteró de que tenía VIH a los 16 años, cuando dio a luz a su primera hija en el Hospital del Gobierno, en esta capital de Swazilandia.

“Me impactó la noticia, pero la acepté”, dijo Msibi a IPS. “Lo más difícil era contárselo a mi esposo”, confesó.

Su mayor miedo era que la echara de la casa acusándola de haber introducido el VIH (virus de inmunodeficiencia humana) en la familia.

A pesar de recibir tratamiento con antirretrovirales (ART) desde el nacimiento de su bebe y de vivir a dos kilómetros de la clínica, donde fácilmente podía renovar sus recetas médicas, la niña contrajo el VIH, causante del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), posiblemente a través de la leche materna.

Las terapias antirretrovirales disminuyen la carga del virus en el organismo y prolongan la vida.

El segundo hijo de Msibi también es seropositivo porque la clínica no le dio nevirapine, pese a que las enfermeras sabían que era portadora del VIH. “No sé por qué pasó esto”, se lamentó.

Msibi, quien nació y se crío en la zona rural de Motshane, a unos 15 kilómetros de Mbabane, abandonó la escuela en tercer grado y se casó a los 15 años con cinco meses de embarazo. Sus padres, que ya se habían divorciado, fallecieron, por lo que su matrimonio es lo más importante que tiene en la vida.

“Alguien tiene que cuidar de ti y de tus hijos, en especial si no tienes trabajo como yo”, explicó.

Por eso, cuando recibió el diagnóstico de VIH, sintió que el mundo se le venía abajo, no le dijo nada a nadie ni siguió el tratamiento con antirretrovirales de forma adecuada.

El suyo está lejos de ser un caso aislado.

“Nos dimos cuenta de que las mujeres no regresaban a los centros de salud según el cronograma estipulado”, indicó la investigadora Thandeka Dlamini. Ella y otros colegas se pusieron a estudiar por qué las mujeres casadas comenzaban tarde el tratamiento o lo abandonaban.

El estudio, realizado por MarxART, un proyecto del Programa Nacional de Sida de Swazilandia (SNAP, por sus siglas en inglés), concluyó: “los distintos desafíos socioculturales que afrontan las mujeres que comienzan una terapia antirretroviral están detrás de decisiones que se corresponden con patrones específicos de género”.

Este es un asunto importante porque a partir de julio, Swazilandia lanzará la opción B+, el último tratamiento recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para mujeres embarazadas que tienen VIH, independientemente del conteo de células CD4, que consiste en suministrarles antirretrovirales de por vida.

Las células CD4 del sistema inmunológico son las que luchan contra las infecciones en el organismo.

Desde el año pasado, se administra la opción B+ a 600 mujeres como forma de probar la viabilidad, la aceptación y la preparación del sistema de salud. Pronto se extenderá a cuatro de cada 10 mujeres embarazadas con VIH. El grupo de entre 30 y 34 años es el que muestra mayor prevalencia, más de la mitad eran portadoras del virus en 2010.

Decisiones basadas en cuestiones de género

Las mujeres suazis se preocupan más por la salud que los hombres, pero les resulta difícil hacer frente al VIH por dinámicas culturales, concluyó el estudio. Muchas se encuentran ante el dilema de obedecer a sus esposos o hacerle caso al personal de salud.

Según Dlamini, en este país con una sociedad conservadora, donde las mujeres fueron consideradas hasta hace poco inferiores, la esposa debe obedecer a su marido, aun si este se opone a los antirretrovirales o si prefiere recurrir a la medicina tradicional.

El diagnóstico de VIH amenaza la sensación de seguridad de las mujeres casadas, quienes temen ser repudiadas por sus maridos o sus parientes políticos.

“La sumisión puede terminar en la muerte, la revuelta en la vida, pero pone en riesgo la dignidad y el refugio que se encuentra en el matrimonio; si este fracasa es una vergüenza”, dijo una mujer casada de 25 años citada en el estudio.[related_articles]

La prevalencia nacional de VIH es de 26 por ciento en el sector de entre 15 y 49 años. Además 5.600 mujeres contrajeron el virus en 2013, según datos de la Organización de las Naciones Unidas. Dos tercios de las infecciones se detectan en mujeres de 25 años o más, cuando se casan y tienen hijos.

La Encuesta de Demografía y Salud de Swazilandia de 2007 muestra una alta prevalencia del VIH tanto en mujeres casadas como solteras, pero cada grupo se enfrenta a distintas opciones a la hora de seguir un tratamiento. Las segundas tienen poder de decisión, las primeras no.

La médica Velephi Okello, del SNAP, dijo que el estudio servirá para fortalecer su estrategia de comunicación y atención.

“El estudio nos ayuda a entender por qué las mujeres abandonan el tratamiento o lo comienzan tarde”, remarcó Okello.

El Informe Global de 2013 del Programa Conjunto de las Naciones Unidas contra el VIH/Sida (Onusida) muestra que nueve de cada 10 swazis siguen en tratamiento después de un año. Pero para Okello, una persona que abandone es demasiado.

“Necesitamos comprender las barreras que afrontan en el ámbito social para ayudarlas a continuar con el tratamiento”, remarcó Okello.

Dlamini recomienda dotar a las mujeres casadas de estrategias de negociación, para que puedan seguir recibiendo antirretrovirales e indagar más cómo algunas logran sortear esta difícil situación.

Una de ellas es Msibi, ahora de 24 años, que recibe tratamiento junto a su esposo.

“Cuando mi primera hija estuvo grave, supe que debía contar mi situación”, recordó.

Con la ayuda del personal de salud pudo encontrar su voz y romper el silencio. Msibi habló con su suegra, quien ya sospechaba que la bebe tenía VIH y un análisis confirmó sus temores.

“Pero eso me permitió revelar mi situación a mi esposo. Al principio le costó aceptarlo, pero al final pudo”, relató. Luego él se capacitó como asesor de VIH/sida en una clínica local y ahora la pareja se ayuda para seguir minuciosamente el tratamiento con antirretrovirales.

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