El duro oficio de volver al campo cubano

Hortensia Martínez, quien junto con su esposo, Guillermo García, decidió dedicarse a la agricultura, en la finca La China, en un área suburbana de La Habana, en Cuba, tras años dedicada a su profesión de ingeniera mecánica. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

Casas distantes y pequeños sembradíos se entremezclan en el camino a la finca La China, en la periferia de la capital de Cuba. Allí trabaja Hortensia Martínez, una ingeniera mecánica que muchos tildan de loca por haber decidido convertirse en campesina.

“Nuestra historia no es común”, dijo a Tierramérica esta mujer de 48 años, en la entrada a la parcela de algo más de seis hectáreas que en mayo de 2009 se le otorgó en usufructo a su esposo, Guillermo García, en Punta Brava, en el municipio de La Lisa, un suburbio del oeste de La Habana.

Desde uno de los límites de La China se ven tierras ociosas hasta el horizonte. Según cifras oficiales, en 2013, este país insular tenía 1.046.100 de las 6.342.400 hectáreas cultivables en esa situación.[pullquote]3[/pullquote]

La falta de personas interesadas, con recursos y fuerzas para producir más alimentos, es uno de los obstáculos para el avance de la reforma económica iniciada en 2008 y que pone el acento en el sector agropecuario en un país urgido de incrementar la producción y abaratar los precios.

Entre los factores que atentan contra el despegue agrícola hay realidades de las que se habla poco, como el abandono de las áreas rurales décadas atrás, que vació los campos cubanos.

De los 11,2 millones de habitantes, apenas dos millones y medio pueblan las zonas rurales cubanas, según datos de 2013 aportados por la estatal Oficina Nacional de Estadísticas e Información.

La mitad de la población rural la constituyen mujeres, pero por la cultura machista no suelen trabajar directamente la tierra. Para que eso cambie, las autoridades reforzaron las estrategias para incorporar más fuerza femenina al campesinado, aunque el avance en esa dirección se reconoce que es lento.

En abril se registraron 65.993 mujeres asociadas a las cooperativas agrícolas del país, frente a las 64.063 de febrero de 2011.

Tanto en ciudades como en pueblos, Cuba envejece de manera acelerada e irreversible. Para 2025, se pronostica que las personas de 60 años y más representen 25,9 por ciento de la población total.

“La finca fue una forma de volver a nuestros orígenes”, confesó Martínez que, como su esposo, desciende de una familia campesina de Granma, a 730 kilómetros al este de La Habana.

Por décadas, las madres y los padres agricultores colocaron orgullosos en las paredes de sus casas los títulos universitarios de sus hijos, que accedieron gratuita y masivamente a la educación por los planes implementados tras la revolución, en 1959.

Esas generaciones educadas emigraron a las ciudades para trabajar en sus nuevas profesiones.

Además, en los años 80 se pensó que era más barato importar alimentos que desarrollar la agricultura, gracias al comercio subsidiado con el bloque de la hoy extinta Unión Soviética. El colapso de aquel bloque comunista, en 1989, sumió a la economía cubana en una crisis que llega hasta estos días.

Uno de los resultados de la crisis fue que los profesionales pasaron a ganar menos que los productores de bienes.

“Nos incorporamos a la labor agrícola para sustentar a la familia”, aseguró Martínez al explicar que en la finca trabajan también sus sobrinos y los de su esposo.

“Ahora tenemos una alimentación más sana y mejor economía”, contó. Crían conejos, carneros, cerdos y 18 especies de aves. Además cultivan verduras, tubérculos y frutas.

En La China, hay una larga nave para conejos, varios corrales, extensos surcos y hasta un ranchón, como se llama en Cuba a una hilera de columnas de madera con un techo de paja del que cuelgan plantas en tiestos, que adorna el lugar y sirve de descanso.

Pero “todavía no tenemos casa aquí. Ojalá me la aprobaran”, lamentó Martínez, que a diario debe recorrer cinco kilómetros de ida y de vuelta desde su hogar hasta la finca, donde deja un custodio nocturno.[related_articles]

El Decreto Ley 259, de 2008, abrió las posibilidades a las personas naturales y jurídicas de solicitar tierras ociosas en usufructo de 10 años prorrogable, pero no fue hasta 2012 que otra norma, la 300, permitió la construcción de viviendas en esas parcelas.

“Es un trámite muy engorroso”, lamentó la productora.

La burocracia es un mal crónico del sector, muy controlado por el Estado, incluso la porción en manos privadas.

Durante la sesión en el parlamento del 5 de julio, se informó la reducción de 41 por ciento del personal del Ministerio de Agricultura y sus delegaciones provinciales y municipales, donde se mezclan razones de ajuste económico y de minimización del burocratismo.

De las tierras cultivadas, 26,6 por ciento están en manos privadas, 21,7 por ciento en usufructuarios y el resto es de propiedad estatal y cooperativas.

“Es muy difícil volver al campo si no se tienen conocimientos, capacidad y posibilidades económicas”, valoró Mireya Ramírez, de 44 años, que dejó su trabajo de informática para dirigir la parcela familiar cuando su suegro se lesionó una mano.

Hasta hace cinco años, contó Ramírez a IPS, ella no sabía nada de labranza aunque vivía desde que se casó en la finca Los Solos, en Campo Florido, también en la periferia habanera.

“Si las tierras están lejos se necesita transporte para llegar. Producir en serio lleva un capital financiero fuerte”, aseguró. “Para mí fue muy difícil rotar el capital para diversificar la producción, y eso que recibí cosas hechas”, dijo la ahora agricultora.

Pero, finalmente, “ahora tengo liquidez como nunca antes”, dijo sonriente.

Las autoridades abrieron además microcréditos para agricultores, tiendas con algunos implementos y semillas, elevaron la retribución por los productos de la mayoritaria cuota destinada al Estado y se le permitió a entidades turísticas comprar directamente a los productores, etrne otros cambios.

Pero agricultores y especialistas dijeron a IPS que son medidas insuficientes.

“Falta más amplitud y generosidad en las políticas, desde más créditos para comprar semillas y crías, hasta facilidades para alquilar o comprar vehículos y construir casas, almacenes, corrales y vías de acceso a los campos”, opinó el periodista Roberto Molina en un conversatorio interactivo digital promovido por Tierramérica en Cuba.

Los rostros de los productores agropecuarios varían según la cercanía con los centros urbanos y el desarrollo económico de cada provincia.

En la periferia capitalina y las provincias occidentales como Mayabeque, Artemisa y Matanzas, hay familias campesinas prósperas que tienen automóviles y viviendas confortables.

Mientras, en las montañas y lugares intricados mucha gente habita en bohíos (casas de bahareque o madera), con pisos de tierra y letrinas en seco, que carecen de luz y de agua.

“Mi experiencia de muchos años recorriendo el campo cubano me dice que la actividad social es pobre, llena de limitaciones y carencias. Los salarios de los agricultores no les alcanzan para cubrir sus necesidades primarias”, explicó a IPS el agroecólogo Fernando Funes-Monzote.

El profesional, de 43 años, también está echando a andar junto con su familia la Finca Marta, en Artemisa, la provincia colindante con La Habana.

Publicado por la red latinoamericano de diarios Tierramérica

 

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