Vivir de la pluma en Afganistán y escribir lo que otros no saben

Mohamad Arif, a la derecha, mientras prepara un escrito en su puesto frente al edificio de la Gobernación Provincial, en la capital de Afganistán. A sus 70 años, este coronel retirado se gana la vida redactando documentos y cartas para quienes no saben escribir. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
Mohamad Arif, a la derecha, mientras prepara un escrito en su puesto frente al edificio de la Gobernación Provincial, en la capital de Afganistán. A sus 70 años, este coronel retirado se gana la vida redactando documentos y cartas para quienes no saben escribir. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

A sus 70 años, Mohamad Arif sigue ganándose la vida en las calles de Kabul. Redacta todo tipo de documentos para aquellos que no saben leer ni escribir, que son la gran mayoría en Afganistán. 

“Fui coronel de la Fuerza Aérea afgana pero la pensión no me da para sobrevivir. No me queda más remedio que seguir trabajando, así que empecé en esto hace 10 años”, explica Arif a IPS, en una pausa entre dos clientes.

Arif cuenta que tienen dos hijos universitarios y que únicamente abandona su puesto los viernes, día festivo para los musulmanes. El resto de la semana transcurre justo en frente del edificio de la Gobernación Provincial, en el centro de Kabul. [pullquote]3[/pullquote]

Aquí tiene su sombrilla y un pupitre sobre el que trabajar, material también imprescindible para el resto de los escribas alineados frente al muro de hormigón que protege el edificio gubernamental.

“Hay gente que te pide que redactes una carta para un familiar, generalmente alguien preso. No obstante, la mayoría viene a que le ayudemos a rellenar formularios para la administración”, explica el copista más veterano de la calle, nada más acabar su último servicio, referente a una reclamación sobre una herencia familiar nunca percibida, por el que cobró 50 afganis (0,80 dólares).

En su Plan de Acción para la Alfabetización Nacional de Afganistán, el Ministerio de Educación  aporta datos tan preocupantes como que 66 por ciento de los afganos son analfabetos. Ese porcentaje general sube a 82 por ciento en el caso de las mujeres.

A sus 32 años, Gul Karim también es iletrado, así que no tiene más remedio que acercarse hasta los escribas cada vez que necesita realizar algún trámite administrativo. Vendió un automóvil pero no le han pagado.

“Mis padres llegaron a Kabul desde Badakhshan (al noreste de la capital), cuando era un niño y no me mandaron a la escuela por miedo a que los niños se rieran de mí”, se lamenta con IPS este joven tayiko que se siente “demasiado mayor” para aprender a leer y escribir.

Los clientes como él apenas han de esperar unos minutos hasta ser atendidos. Los 15 amanuenses del lugar conocen bien su trabajo pero, probablemente, ninguno de ellos mejor que Gulam Haydar. No en vano, este hombre de 65 años trabajó al otro lado del muro durante décadas.

“Fui funcionario en este mismo edificio hasta que me jubilé hace ocho años, pero no me podía permitir seguir parado”, relata a IPS. Su edad, añade, no le permite hacer un trabajo físico, por lo que esta alternativa constituye “una auténtica salvación”.

“Los precios apenas oscilan entre los que estamos hoy aquí. Cobramos entre 20 y 100 afganis (0,30 y 1,7 dólares respectivamente), dependiendo del encargo”.

Haydar explica que los ingresos mensuales varían según el mes pero que, en cualquier caso, la cantidad es “bastante superior” a los 203 dólares mensuales que cobra de promedio un funcionario del gobierno afgano.

Los copistas o escribas pueden ganar más de un dólar por cada documento que redactan para los muchos afganos que no saben leer y escribir, en un país donde 66 por ciento de la población es analfabeta, 82 por ciento en el caso de las mujeres. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS
Los copistas o escribas pueden ganar más de un dólar por cada documento que redactan para los muchos afganos que no saben leer y escribir, en un país donde 66 por ciento de la población es analfabeta, 82 por ciento en el caso de las mujeres. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

A su lado, Shahab Shams, otro copista, asiente. “Esto me da lo justo para sobrevivir y mandar a mis dos hijos al colegio”, apunta este hombre de 42 años, que lleva 13 en su puesto.

“En Afganistán no hay trabajo para nadie pero sí mucha corrupción”, acota Shams.

“Aquí se paga una ‘mordida’ (soborno) por todo: para obtener un pasaporte o cualquier otro certificado, para matricular a tus hijos en el colegio, en los hospitales, en los edificios gubernamentales…”, denuncia este licenciado en ingeniería por la Universidad de Kabul que nunca logró ejercer esa profesión.

Según un estudio de la Alta Oficina para la Supervisión y la Anti-Corrupción, realizado en colaboración con las Naciones Unidas, la mitad de los ciudadanos afganos pagaron un soborno en 2012.

El informe establece que la corrupción se sitúa, junto con la falta de seguridad y de trabajo, entre las tres mayores preocupaciones de la población.

Curiosamente, el sondeo revela datos tan sorprendentes como que 68 por ciento de la población –frente a un 42 por ciento en 2009- vea con buenos ojos que un funcionario acepte sobornos para mejorar un sueldo exiguo, o que resulte aceptable que este sea contratado con base en lazos tribales o familiares.

Sea como fuere, Leyla Mohamad jamás habría podido en el pasado optar a ningún puesto en la administración. Pero hoy en día no resulta extraño encontrar a mujeres atendiendo al público, si bien saber leer y escribir sigue constituyendo un requisito básico.

Desde debajo de su burka, Mohamad explica  a IPS que quiere redactar una denuncia tras una agresión con robo sufrida a plena luz del día y delante de sus tres hijos, el mayor de 10 años.

Empezar de cero

“Cada día registramos más casos como este”, explica Abdurrahman Sherzai a IPS tras rellenar el formulario.

“Hemos pasado demasiado tiempo con el proceso electoral y la economía se ha bloqueado porque muchas empresas  dependían de subvenciones gubernamentales. Al final, la desesperación lleva a algunos a asaltar a las víctimas más vulnerables de la sociedad”, detalla Sherzai, justo antes de cobrar por el último servicio. [related_articles]

Tras los comicios presidenciales, cuya segunda vuelta se produjo el 14 de junio, una denuncia de fraude obligó a un recuento de los votos.

Sin embargo, el 21 de este mes se anunciaba que el pastún Ashraf Ghani será el nuevo presidente de Afganistán y que su contendiente, el tayiko Abdullah Abdullah, ocupará el cargo de primer ministro.

Un acuerdo político alcanzado sin dar a conocer los resultados finales de las elecciones.

Es el propio ministro de Educación, Ghulam Farooq Wardak, quien asegura a IPS que “nada de esto habría ocurrido de ser Afganistán un país completamente alfabetizado”.

“Pero tenga usted en cuenta que empezamos casi de cero o, mejor dicho, de un 95 por ciento de analfabetismo hace tan solo 12 años”, se excusa Wardak en su despacho ministerial.

Los datos, añade, invitan al optimismo. “Hemos pasado de apenas un millón de niños escolarizados hace 12 años a casi 13; de 20.000 profesores a más de 200.000”, enumeró el ministro, quien se mostró convencido de que el próximo año la escolarización será completa para todo niño afgano en edad de estudiar.

“La alfabetización total del país será una realidad en 2020”, aseguró tajante.

Editado por Estrella Gutiérrez

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