La no violencia y el extraviado mensaje de Jesús

Mairead Maguire
Mairead Maguire

Recientemente estuve en Asís, la ciudad natal de San Francisco y Santa Clara, dos grandes espíritus que han inspirado a millones y millones de personas en todo el mundo.

San Francisco, un hombre de paz, y Santa Clara, una mujer de oración, transmiten desde la Edad Media un mensaje de amor, de compasión, de afección por los seres humanos, los animales y el ambiente, que aún hoy nos ilumina y nos conmueve.

Ahora, en el inicio del siglo XXI, nuestra generación enfrenta una creciente violencia, y nos vemos obligados a admitir que estamos yendo por mal camino, y necesitamos ideas y modelos alternativos para orientarnos desde una perspectiva gobal.

La paz es una gracia a la que todos aspiramos, pero es apreciada particularmente por aquellos que han vivido situaciones de conflictos violentos, de guerra, de hambre y pobreza. La paz es un derecho humano básico y universal.

Esto vale para todos los derechos humanos, con independencia de credos, religiones y pertenencias étnicas

El amor al prójimo y el respeto por sus derechos es la base para establecer relaciones de cooperación y solidaridad que son la condición para unir nuestras fuerzas a fin de encarar las amenazas de nuestro tiempo.

La pobreza es una de esas amenazas y el papa Francisco nos exhorta a asistir a los pobres, así como a propiciar la fraternidad entre los pueblos

Estrechar lazos de fraternidad entre  pueblos y naciones es fundamental para que la paz pueda prevalecer en este mundo interconectado e interdependiente.

La violencia engendra la violencia. Por lo tanto, cada uno de nosotros debe optar entre violencia o no violencia.

Sin embargo, si nuestro sistema educativo y nuestras instituciones religiosas no difunden los valores de la no violencia, ¿cómo podemos optar por ella?

Todas las religiones comparten la grave responsabilidad de impartir orientación espiritual y un claro mensaje sobre todo lo vinculado con las injusticias económicas, la violencia, el militarismo y la guerra.

Mi fe cristiana fue sometida al dilema de vivir en medio de un grave conflicto étnico-político en Irlanda del Norte, atrapada entre la violencia del ejército británico y del Ejército Republicano Irlandés (IRA, en inglés), y de confrontarme con las preguntas:¿puede ser legítimo matar? ¿puede existir una guerra justa?

Durante mi travesía espiritual llegué a la absoluta convicción de que matar es un grave error, y que la teoría de la guerra justa es, para decirlo con las palabras del sacerdote católico John L. McKenzie, «una burda falsedad».[related_articles]

Y adopté el pacifismo, porque creo que la vida humana es sagrada y no tenemos el derecho de matar a nadie.

Creo que Jesús también fue un pacifista y que, cuando madura nuestro amor y compasión hacia el prójimo se vuelve imposible matar o torturar a alguien, no importa quién sea o lo que pueda haber hecho.

Comparto estas palabras de McKenzie: «Si no somos capaces de entender, leyendo el Nuevo Testamento, que Jesús rechazó toda forma de violencia en manera absoluta, entonces no hemos entendido nada de Jesús y de su mensaje.»

Lamentablemente, a lo largo de 1.700 años las iglesias cristianas se han abstenido de impartir el más simple mensaje de Jesús: ama a tus enemigos, nunca mates.

En los tres siglos siguientes a la muerte de Jesús, las primeras comunidades cristianas observaron el mandato de Jesús sobre la no violencia.

Lamentablemente, durante los 17 siglos siguientes los cristianos se alejaron de la doctrina cristiana de la no violencia.

Se ha tratado de un prolongado desvío teológico. Hoy en día, los cristianos tienen que rechazar la teoría de la guerra justa y desarrollar una teología coherente con la no violencia predicada por Jesús.

Algunos cristianos aún creen que la doctrina de la guerra justa puede ser aplicada y justificar el empleo de la violencia, incluso para respaldar a gobiernos que entran en guerra.

Se trata de una mala teología que debe ser rechazada por los líderes religiosos, quienes deben proclamar que la violencia es ajena al cristianismo, y que el armamentismo, nuclear o convencional, el militarismo y la guerra, deben ser abolidos y reemplazados por métodos humanos y morales de resolver nuestros problemas, sin matarnos los unos a los otros.

Editado por Pablo Piacentini

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