Viudas afrontan un futuro incierto en Papúa Nueva Guinea

Un número significativo de mujeres, como las integrantes del Grupo de Artesanas del Monte Hagen, en la región de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, sufren las consecuencias del VIH/sida, como viudez y dificultades económicas, entre otras. Crédito: Catherine Wilson/IPS.
Un número significativo de mujeres, como las integrantes del Grupo de Artesanas del Monte Hagen, en la región de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, sufren las consecuencias del VIH/sida, como viudez y dificultades económicas, entre otras. Crédito: Catherine Wilson/IPS.

Tan solo pasaron seis meses desde que Iveti, de 37 años, perdió a su marido, con quien llevaba 18 casada, y ya está agobiada por todas las dificultades. A esta viuda reciente de Papua Nueva Guinea, el futuro solo le genera preocupación.

Al igual que muchas mujeres casadas en la zona rural de las tierras altas de este país insular del océano Pacífico, tras su matrimonio Iveti se quedó en su casa a cargo de la crianza de sus dos hijos, mientras su esposo era quien trabajaba fuera del hogar y proveía los ingresos de la familia.

“Me preocupa la comida, las cuentas, mis hijos”, reconoció esta madre de una niña de 11 años y un varón que acaba de sobrepasar los 20.[pullquote]3[/pullquote]

“Me preocupan los familiares que nos visitan para hacer el duelo, porque tenemos que matar un cerdo o darles algo. ¿Quién tiene dinero para todo eso?”, dijo a IPS con inquietud, sentada en su modesta vivienda a las afueras de Goroka, un pueblo de la provincia de Tierras Altas Orientales.

Iveti vive con sus hijos, su suegra y su hermana.

“Siempre hubo comida para mis hijos, pero ahora el hombre que suministraba el alimento se fue. Cuando no tenemos nada, hago hielo y lo vendo en el mercado. Sacamos 20 o 30 kinas (entre siete y 10 dólares)”, relató.

“Cada dos días pagamos unas 20 kinas por la electricidad y con las 10 (alrededor de 3,60 dólares) restantes compramos una lata de pescado”, detalló.

“Mi hija va a la escuela y gastamos unas cuatro kinas (poco más de un dólar) en su almuerzo”, añado, relatando cada gasto con preocupación.

En Papúa Nueva Guinea, las viudas tienen diferentes experiencias según su situación particular.

La minoría de aquellas que terminaron la educación secundaria y universitaria y cuentan con una fuente propia de ingresos, logran una posición económica sólida que les permite cuidar de sí mismas y de sus hijos.

Pero más de 80 por ciento de la población vive en zonas rurales, donde el acceso a la educación y al empleo es limitado.

Solo alrededor de 36,5 por ciento de las mujeres de las tierras altas saben leer y escribir.

La desigualdad de género se exacerba en Papúa Nueva Guinea por prácticas sociales, como el matrimonio temprano y forzado, la dote y la violencia doméstica y sexual generalizada, que sufren dos de cada tres mujeres en este país de unos siete millones de habitantes.

No existen datos oficiales al respecto, pero la Asociación de Viudas señala que la viudez se extiende de cinco a 30 años.

En las tierras altas, el riesgo de enviudar es mayor por la ocurrencia de guerras tribales. Enfrentamientos entre clanes estallan por disputas por la tierra, los cerdos, el animal de granja más cotizado, o por la reparación de algún perjuicio contra la comunidad.

Y en la mayoría de los casos, la muerte del marido condena a la viuda y a sus hijos a llevar una existencia precaria.

Además, las familias sufren el impacto de la epidemia de VIH/sida.

En 2010, se registraron 31.609 casos de VIH (virus de inmunodeficiencia humana), y la mayor prevalencia, 0,91 por ciento, se encontraba en las tierras altas, un poco por encima del promedio nacional de 0,8 por ciento, el que se estima disminuyó a 0,7 por ciento el año pasado.

Cuando muere el marido, la viuda y sus hijos suelen tener derecho a permanecer en la propiedad. Pero no suele ocurrir lo mismo si la causa de muerte fue el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), que soporta un gran estigma social.

Agatha Omanefa, oficial del proyecto Mujeres de la organización Voz de la Familia en las Tierras Altas Orientales, dedicada a asesorar y a apoyar a las familias, dijo a IPS que las familias extendidas fueron tradicionalmente muy protectoras de sus integrantes más vulnerables, pero en los últimos tiempos observa el aumento de casos de hermanos del marido fallecido que intentan reclamar la propiedad.

Cuando la “familia del marido llega para compartir la propiedad, la viuda y sus hijos pierden. A veces inventan historias viejas como ‘tú eres de allá, tú marido de aquí’ y ella necesita a alguien que la ayude a asegurar su tierra”, explicó.[related_articles]

“Tiene un gran impacto en la vida de las viudas, en especial cuando tienen niños pequeños. A menudo tratan de mantener sus pequeñas huertas para el bienestar de sus hijos y el suyo propio”, explicó.

Las familias en Papúa Nueva Guinea suelen ser grandes, con hasta ocho y 10 hijos, y se hace difícil pagar su educación, en especial la secundaria. Los hogares con jefas de hogar tienen una mayor probabilidad de vivir en la pobreza absoluta, según datos oficiales.

Pero una de las mayores amenazas que deben afrontar las viudas es la acusación de hechicería.

En la provincia vecina de Simbu, las mujeres de entre 40 y 65 años tienen seis veces más probabilidades que los hombres de ser acusadas de usar la brujería para causar la muerte o provocar una desgracia a la comunidad, según un informe de la organización humanitaria Oxfam. Las consecuencias, como tortura y asesinato, pueden resultar trágicas.

Además, “crece la preocupación por que las acusaciones de usar la brujería para matar, lastimar o exiliar tengan un motivo económico o personal y se usen para privar a las mujeres de su tierra y su propiedad”, señaló la relatora especial de la Organización de las Naciones Unidas para Violencia contra la Mujer, Rashida Manjoo, en el informe de 2013.

Mientras, las viudas con hijos varones tienen una fuente adicional de protección.

“En nuestra cultura en las tierras altas, cuando tienes un hijo varón nadie te echa porque tendrás más fuerzas gracias a él, pero si una mujer no tiene hijos es más vulnerable”, explicó Irish Kokara, tesorera del Consejo Provincial de Mujeres de las Tierras Altas Orientales.

La presidenta Jenny Gunure señaló que falta conocimiento sobre los derechos y la legislación en relación con las mujeres en el contexto de las aldeas, una situación que su organización trata de corregir mediante un programa de educación para las campesinas, que comenzó el año pasado.

Pero Kokara cree que el riesgo de violencia no disminuirá hasta que no se corrija el comportamiento de los jóvenes, quienes suelen ser responsables de esos delitos en el marco de pandillas de guardianes.

En las últimas semanas, las viudas de todo el país se unieron para reclamar al gobierno leyes que garanticen el reconocimiento de sus derechos.

Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Verónica Firme

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