Semillas y plantas ancestrales refuerzan dieta de salvadoreños

Juana Morales prepara popusas en su cocina. Una especie de tortillas, que los salvadoreños comen rellenas con variados productos, no son hechas con harina de maíz, sino con ojushte, una semilla muy nutritiva, cuyo consumo se promueve en el pueblo de San Isidro, en el occidente de El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Juana Morales prepara popusas en su cocina. Una especie de tortillas, que los salvadoreños comen rellenas con variados productos, no son hechas con harina de maíz, sino con ojushte, una semilla muy nutritiva, cuyo consumo se promueve en el pueblo de San Isidro, en el occidente de El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Juana Morales prepara una de las comidas favoritas en El Salvador, las pupusas, una especie de  tortillas de harina rellenas. Pero las suyas son únicas: no son las tradicionales de maíz, sino de ojushte, una semilla altamente nutritiva, que cayó en el olvido y cuyo consumo se promueve ahora entre comunidades rurales.

“Casi todos los días cocino algo con ojushte, sean pupusas, tamales (masa de maíz) o tortitas, es un excelente alimento”, contó la mujer de 65 años a IPS, metida en su cocina, en San Isidro, un pueblo de 3.000 habitantes, en el municipio de Izalco, en el occidental departamento de Sonsonate.

Las pupusas son unas masas circulares más gruesas que las tortillas, que los salvadoreños rellenan con frijoles, queso, vegetales y productos de cerdo.[pullquote]3[/pullquote]

El fácil acceso que ella tiene al ojushte (Brosimum alicastrum) se debe a que su hija, Ana Morales, es la principal promotora de las bondades nutricionales de la semilla en la comunidad, gracias al trabajo impulsado por una organización nacida en la localidad.

Maná Ojushte es un colectivo de mujeres, que desde 2010 comenzaron a ver las bondades del árbol y sus semillas, en una iniciativa que se fortaleció en 2014 con el apoyo del estadounidense Fondo de Iniciativa para las Américas (Fiaes), que promueve la conservación ambiental.

El ojushte es un árbol cuyas semillas, por sus bondades nutritivas, están comenzando a ser aprovechadas en esta y otras comunidades del país, como una forma de ofrecer alternativas nutricionales a las familias rurales, al mismo tiempo que se lucha contra el impacto del cambio climático.

Aunque escasa, la especie se encuentra en la campiña salvadoreña, y en la época prehispánica fue parte importante de la dieta de las culturas indígenas de toda Mesoamérica, explicó Ana Morales, coordinadora de Maná Ojushte.

Las semillas, agregó en diálogo con IPS, contienen altos valores de proteína, hierro, zinc, vitaminas, ácido fólico, calcio, fibra y triptófano, lo cual la convierte en una excelente fuente de alimentos para las familias.

“Se compara con la soya, pero tiene la ventaja de que no tiene gluten y es baja en grasa”, dijo Ana Morales.

El apoyo de Fiaes se enmarca en los planes por la conservación de la Reserva de la Biósfera Apaneca Lamatepec, con más de 132.000 hectáreas distribuidas en 23 municipios de los departamentos de Ahuachapán, Santa Ana y Sonsonate, todos en el occidente del país.

Con el trabajo en la reserva “hemos tratado de vincular el aspecto cultural con la salud y nutrición de las comunidades, y rescatar esta semilla era parte de esos valores ancestrales”, contó a IPS la coordinadora territorial de Fiaes, Silvia Flores.

Maná Ojushte, cuyo núcleo es un grupo de 10 mujeres, produce y comercializa ya la semilla, tostada, molida y empaquetada en bolsas de un cuarto y de medio kilógramo.

Con ella se pueden elaborar refrescos y agregarse a cualquier comida, como arroz y sopas, y servir de complemento nutricional. Como masa, se cocinan tamales, pan, tortillas y como semillas se añaden a platos crudos.

Unas 20 familias son las encargadas de recolectar las semillas en las fincas circundantes donde se han logrado ubicar los árboles, y las venden al grupo a un precio que oscila entre 20 y 50 centavos de dólar por medio kilógramo, dependiendo si la semilla es entregada con o sin cáscara.

Ana Morales, coordinadora de Maná Ojushte, en la zona donde las semillas de ojushte son secadas y descascaradas, para luego ser molidas y comercializadas,  en San Isidro, en el municipio de Izalco, en el occidental departamento de Sonsonete, en El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Ana Morales, coordinadora de Maná Ojushte, en la zona donde las semillas de ojushte son secadas y descascaradas, para luego ser molidas y comercializadas, en San Isidro, en el municipio de Izalco, en el occidental departamento de Sonsonete, en El Salvador. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Cada familia, explicó Ana Morales, recolecta unos 150 kilógramos por temporada, entre enero y junio, y ello representa un aporte de ingresos para esas familias en momentos que el empleo escasea en el campo, y los fenómenos climáticos ponen en riesgo las cosechas de granos básicos en la dieta, como el maíz y los frijoles.

“El trato es que yo les compro la semilla, pero ellos tienen que incorporarla en su alimentación”, señaló.

Maná Ojushte comercializa 70 por ciento de la producción y el restante 30 por ciento se distribuye gratis en la comunidad, por medio de refrigerios en la escuela de la comunidad, así como a los adultos mayores y a las mujeres embarazadas.

En efecto, el fin último es que las familias conozcan los beneficios de la semilla, y sepan que hay alimento disponible en su comunidad, altamente nutritivo y de fácil acceso.

“En las comunidades hay familias que no tienen que comer, niños con desnutrición adultos mal alimentados, y no podemos quedarnos con los brazos cruzados”, recalcó Ana Morales.

La desnutrición crónica en El Salvador rondó 14 por ciento en el 2014, en niños menores de cinco años, según la Encuesta Nacional de Salud de ese año, la referencia más actualizada. Eso supera el promedio latinoamericano, que es de 11,6 por ciento, según datos de 2015 de la Organización Mundial de la Salud.[related_articles]

La idea de incorporar las semillas a la dieta local ya va cuajando en San Isidro y alrededores.

“A mí y a mi familia nos encanta, aprendí a hacer tortitas, sopas o solo cocidas con sal y limón, como ensalada”, señaló a IPS una de sus vecinas, Iris Gutiérrez, de 49 años.

Ella se dedica a comprar panecillos para su reventa en el pueblo. Pero su objetivo, dijo, es aprender a hacer pan de ojushte y comercializarlo.

“Algún día cumpliré ese sueño”, sostuvo.

Ella contó que solo tienen que ir a las fincas vecinas a recolectar las semillas, para agregarlas a su dieta, y de paso recogen leña para cocinarlas.

“Si recogemos dos libras (casi un kilógramo), eso lo agregamos al maíz, y las tortillas nos salen más nutritivas y nos rinden más”, dijo Gutiérrez, madre de dos hijos y cabeza de una familia de seis personas, que incluye varios tíos.

Iniciativas parecidas

Mientras, en los municipios de Candelaria de la Frontera y Texistepeque, en el occidental departamento de Santa Ana, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) está apoyando un esfuerzo similar al del ojushte, pero con una especie llamada chaya.

La chaya (Cnidoscolus chayamansa) es un arbusto nativo de la península de Yucatán, en México, considerado también ancestral por los mayas que habitaron esa región en la época precolombina.

Al igual que el ojushte, la promoción de la chaya surgió dentro de los planes de conservación llevados a cabo en esos dos poblados para paliar los impactos del cambio climático.

Las comunidades “tenían que buscar una alternativa nutricional que contribuyera a mejorar la dieta pero también fuera resistente a los cambios climáticos, y encontramos que entre las plantas más bondadosas teníamos a la chaya”, recordó a IPS la especialista en nutrición de la oficina de la FAO en El Salvador, Rosemarie Rivas.

Además de la chaya, ese organismo distribuyó 26.00 árboles frutales, así como 8.000 árboles de moringa, otra planta con propiedades nutricionales. También pronto se establecerán 250 huertos familiares para fortalecer las capacidades de generar alimentos.

La promoción de estos alimentos, tanto ojushte, como chaya, moringa y otros, puede hacer la diferencia en un esfuerzo por bajar los índices de malnutrición de la población en el campo, explicó Rivas.

Pero matizó que lograr buenos resultados en materia de nutrición no solo es un efecto de consumir alimentos nutritivos, sino que entran en juego otras variables, como la salud de las personas, y eso está condicionado por factores como el saneamiento del entorno, la calidad del agua, entre otros.

Editado por Estrella Gutiérrez

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