Tras un 2016 de electricidad limpia, ¿qué sigue en Costa Rica?

La central más grande de América Central, el Proyecto Hidroeléctrico Reventazón, con una capacidad de 305,5 megavatios, contribuyó desde su inauguración en septiembre a que en 2016 Costa Rica pasase 250 días sin requerir hidrocarburos para generar electricidad. Crédito: Diego Arguedas Ortiz /IPS
La central más grande de América Central, el Proyecto Hidroeléctrico Reventazón, con una capacidad de 305,5 megavatios, contribuyó desde su inauguración en septiembre a que en 2016 Costa Rica pasase 250 días sin requerir hidrocarburos para generar electricidad. Crédito: Diego Arguedas Ortiz /IPS

En la vertiente caribeña de Costa Rica, 100 kilómetros al noreste de la capital, la gris silueta de una gran represa corta el río Reventazón y forma el embalse que alimenta la planta hidroeléctrica más grande de América Central. 

El Proyecto Hidroeléctrico Reventazón, que costó 1.400 millones de dólares y que entró en operación en septiembre de 2016, representa con su capacidad instalada de 305,5 megavatios, el nuevo estandarte de una meta de la que se enorgullecen las autoridades del sector y del país: electricidad “verde” para todos.

Aunque disminuyó en 49 días el número respecto al año anterior, Costa Rica logró en 2016 estar 250 días sin quemar hidrocarburos para generar electricidad, valiéndose para ello de esa gran central y otras represas, plantas geotérmicas y una creciente “flotilla” eólica.

Sin embargo, hay claroscuros en la meta de que este país de 4,7 millones de personas sea mayoritariamente verde.

“200 días de electricidad limpia nos hacen ver bien, como si no tuviéramos nada que resolver, y todavía tenemos muchos pendientes”, dijo a IPS el ingeniero costarricense José Daniel Lara.

El especialista dispara  preguntas a modo de reflexión, incluso para sí mismo: ¿cuáles serán las fuentes de energía del futuro?, ¿empleará el país biomasa, sol, gas natural local o petróleo importado?, ¿cómo vamos a consumir esa energía en hogares y para movernos?

Gracias precisamente al transporte, tres cuartas partes del consumo de energía sigue proviniendo de derivados del petróleo, que el país debe importar en su totalidad. Por las calles y carreteras del país circulan casi 1,5 millones de vehículos.

Tampoco es perfecta la matriz eléctrica: la instalación solar apenas llega a uno por ciento del total generado y hay una casi total dependencia del comportamiento de los ríos y las lluvias.

A pesar de esto, el hito costarricense no es poca cosa, reconoce Lara. Menos de una cuarta parte de la electricidad del planeta viene de fuentes renovables, pero en el país esa cifra lleva dos años seguidos sobre 98 por ciento.

Participación mundial de las fuentes renovables en la generación de electricidad a fines de 2015. Crédito: REN21 2015
Participación mundial de las fuentes renovables en la generación de electricidad a fines de 2015. Crédito: REN21 2015

Pero lo verde no siempre fue el argumento atractivo que es ahora en este país de 51.100 kilometros cuadrados.

En la segunda mitad del siglo XX, Costa Rica comprendió que tenía un enorme recurso hídrico y apostó por la generación hidroeléctrica como un asunto de seguridad energética y amparado en la rectoría de una gran empresa estatal, el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE).

Así, el sistema del país está dominado por medio centenar de centrales hidroeléctricas, entre públicas y privadas, que aportan 70 por ciento de la generación y que tienen como hándicap el requerir largas líneas de transmisión para llevar la corriente a las ciudades.

En el 2016, Costa Rica generó 10.778 gigavatios hora (GWh) según datos preliminares del ICE.

Estudiante de doctorado en la estadounidense Universidad de California – Berkeley, Lara estudia cómo pueden integrarse nuevas y mejores prácticas de energía renovable en redes eléctricas.

Dice que Costa Rica ha cambiado poco de su modelo en las últimas décadas.

“Lo hicimos muy bien en el pasado y todavía estamos sacándole réditos a esa historia, pero no sabemos qué pasará con el futuro”, apunto.

El reto que enfrenta Costa Rica es sostener su liderazgo en generación eléctrica, buscar nuevas fuentes y modelos de consumo y extender el manto verde al transporte, apunta el ingeniero.

Aunque la hídrica domina, tampoco es la única fuente limpia presente.

La primera planta eólica de América Latina estuvo en suelo costarricense y nuevas plantas, la mayoría en manos de operadores privados que venden su energía al ICE, llevan la participación de esta fuente a 10 por ciento de la generación interna total.

La geotermia, por su parte, lleva décadas aportando entre 10 y 15 por ciento de la producción eléctrica.

Sin embargo, a falta de nuevos pozos de vapor caliente para instalar plantas geotérmicas y con represas en la mayoría de los ríos “viables” para la generación, urgen nuevas opciones para generar electricidad.

El propio presidente Luis Guillermo Solís recalcó la necesidad de diversificar la matriz eléctrica del país durante su visita a Emiratos Árabes Unidos entre el lunes 16 y el miércoles 17, para participar como orador principal en el Encuentro Mundial de Energía del Futuro.

“Estamos tratando de diversificar la matriz e incluir más plantas geotérmicas, solares, eólicas y de biomasa, de modo que si perdemos agua en el futuro, pueda ser mejor manejado”, dijo al medio emiratí The National.

Una mayor dependencia en plantas de combustibles fósiles parece fuera de la ecuación, dado que Costa Rica instauró una moratoria a la exploración y explotación petrolera hasta el 2021.

Una alternativa puede venir del sector agrícola, que históricamente jugó un rol dominante en la economía local y ahora podría prestar una mano a la matriz energética.

El ingeniero Esteban Bermúdez estudia hace años las opciones para generar electricidad a partir de residuos de fincas productoras de piña.

Él está convencido, dijo a IPS, de que los residuos de esta industria pueden seguir el camino del bagazo de caña, que actualmente es el insumo para generar electricidad en dos plantas en ingenios azucareros.

Sin embargo, tanto como las fuentes del futuro, a los especialistas consultados los intriga el otro lado de la moneda: las prácticas de los consumidores de energía en el futuro.

“El problema es que solo pensamos en la oferta y dejamos de lado la demanda», explicó Bermúdez, socio de la empresa Escoia, dedicada a la asesoría en el área de la energía, y consultor en el campo.

Para el especialista, este es un tema que exige espacios para nuevos actores que puedan revitalizar el campo.

Bermúdez pone como ejemplo el boom de empresas privadas dedicadas a instalar paneles solares, que se valieron de un reglamento “piloto” que diseñó el ICE para estudiar el impacto de la generación distribuida en el país.

Este modelo de generación distribuida intenta saltarse las distancias entre las plantas generadoras y los consumidores al juntarlos: fábricas que coloquen pequeñas turbinas eólicas u hogares que instalen paneles solares para calentar agua o alimentar los electrodomésticos.

Precisamente estos actores alzan ahora la voz para exigirle al Estado que abra espacio en el modelo eléctrico, donde todavía el ICE es el gran protagonista.

“No muchas veces son los consumidores quienes alborotan el panal”, apuntó Bermúdez.

El ingeniero señala que durante años el ICE planificó sus inversiones futuras proyectando un aumento anual de cinco o seis por ciento en la demanda eléctrica, y así justificó el establecimiento de centrales hidroeléctricas, pero en los últimos años el incremento en la demanda apenas llega fue de tres por ciento.

Un elemento para la demanda de electricidad será el futuro del transporte.

Varios proyectos de ley para reducir el consumo de hidrocarburos por parte del parque automotor navegan las aguas de la Asamblea Legislativa costarricense, incluyendo uno que prohibiría importar vehículos que utilicen derivados del petróleo a partir del 2030.

Este último tiene el apoyo de 27 de los 57 diputados.

Según datos de la Refinadora Costarricense de Petróleo, el país importó 20,2 millones de barriles de crudo en el 2016, de los que cerca de 80 por ciento se destinaron al transporte.

Editado por Estrella Gutiérrez

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