Francia: conservadora y socialista

Joaquín Roy. Crédito: Cortesía del autor
Joaquín Roy. Crédito: Cortesía del autor

La crucial elección presidencial en Francia llega en un momento extremadamente serio no solamente para el país, sino también para el resto de la Unión Europea. Las alarmas acerca de las expectativas que colocarían al mando del Eliseo a una figura extremista, que añadiera leña al fuego de una Europa en peligro de desintegrarse después del “brexit”, pueden quedarse silenciadas por la propia esencia francesa.

El país es desde hace mucho tiempo y simultáneamente conservador y socialista, retrato que responde al equilibrio europeo que ha hecho posibles décadas de reconstrucción, paz y progreso.

Francia es conservadora en su alma política y socialdemócrata en sus reclamos económicos. Los franceses de la derecha se resisten a perder el respaldo del Estado que garantiza sus irrenunciables logros capitalistas. La izquierda es a su tiempo conservadora y celosa de sus conquistas del estado de bienestar. Los conservadores son estatistas. Los izquierdistas son tozudos con estrategia conservadora y se resisten a perder su territorio.

Este escenario ha hecho posible que el panorama político ofrezca una aparente contradicción presidida por una versión francesa de la evaporación del espectro tradicional de partidos, a la derecha y a la izquierda. Ha surgido con fuerza un extremismo de derecha y recientemente desde la extrema izquierda se desafía el control del flanco ortodoxo reservado a los partidos socialistas.

Desde hace tiempo, la oleada francesa nacionalista, racista, y contraria a los principios de la Unión Europea ha estado acaparada por las acciones del Frente Nacional, la formación de Marine Le Pen. La derecha tradicional antes estuvo monopolizada por los conservadores de vieja escuela que pasaron a mayor gloria con Nicolas Sarkozy. Ahora, rebautizada como “republicanos”, ha quedado sistemáticamente desplazada por los errores y corruptelas familiares de su candidato François Fillon.

En la izquierda, el Partido Socialista, antaño protagonista de sonoras conquistas con líderes como François Mitterrand, ha quedado progresivamente disminuido. La causa principal ha sido el agotamiento de su discurso clásico en una Europa que ha castigado a los socialdemócratas por haber ensayado esquemas neoliberales para salir de la crisis.

Internamente, la sucesión del presidente François Hollande, al haber abandonado su reclamo a la reelección, se ha complicado por el fracaso del primer ministro Manuel Valls en las primarias, rebasado por Benoit Hammon, sin suficiente gancho electoral.

En ese contexto ha surgido la meteórica candidatura de Emmanuel Macron. Intuyendo la apertura del abanico ideológico, este joven (36 años) ministro de Economía independiente del gabinete de Hollande, se catapultó para capturar un espacio hasta entonces inexistente en lo que en la terminología de antaño podría ser considerado como centrista-liberal. Ha mantenido su protagonismo superando por algunos puntos la atención recibida por Le Pen.

Alertado de la división del campo socialdemócrata, como alternativa desde la siniestra ha aparecido con fuerza inusitada la figura de Jean Luc Mélenchon. Con un historial sólido de actuaciones diversas tanto en el socialismo tradicional como en la preferencia del Partido Comunista, este nieto de españoles traspasados a Marruecos, se presenta con una aureola que resuena a novedades ideológicas que han transfigurado los esquemas ortodoxos de algunos países.[related_articles]

Su base electoral parece similar a la que ha encumbrado a Podemos a las puertas del poder en España. En sus discursos se ha mostrado admirador del venezolano Hugo  Chávez y su populismo latinoamericano. Es, en síntesis, la oferta alternativa del extremismo, en la otra orilla de Le Pen. Aunque con Marine coincide en su oposición a la Unión Europea, le distingue su respeto a la inmigración.

Cualquier que sea el panorama en los próximos días, lo que cuenta al final del primer paso es qué pareja competirá en la segunda vuelta, ya que el sistema francés exige que si nadie consigue más de 50 por ciento de los votos (este 23 de abril), los dos más avanzados pasan a una contienda el 7 de mayo. A priori de la primera tanda de los comicios, la especulación se debe concentrar en las posibilidades de cada una de las posibles parejas del baile.

Quedan eliminados los representantes consuetudinarios de los conservadores (Fillon) y los socialdemócratas (Hammon). El enigma se centra entonces en la transformación del trío restante en tres parejas diferentes. Una contienda de los extremos (Le Pen y Mélenchon) representa un desafío para elegir entre dos ramas del populismo. A los socialistas les aterra que los votos en primera fase oscilaran hacia Mélenchon, cuando se han pasado años oponiéndose a Marine, pero no tendrían más remedio que apoyarlo en la segunda ronda.  Un enfrentamiento directo entre Macron y Mélenchon (ambos por delante de Le Pen) representaría el triunfo de la izquierda.

Pero la pareja final que tiene más posibilidades es la formada por Macron y Le Pen. Ante esa perspectiva, la esencia francesa se decantaría por el candidato que reúne ambas partes del alma política y económica. Evitando el extremismo y el viaje hacia una dimensión peligrosa, el grueso del electorado dará su apoyo conservador en lo político al “liberal” Macron, al tiempo que se garantizará el mantenimiento de las bases del estado benefactor, anclado en una Europa en reforma.

La más que probable reelección de Angela Merkel en Alemania en otoño completaría la apuesta por una Unión Europea con presente y futuro, lejos de aventuras arriesgadas.

Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu 

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