Venezuela se apellida diáspora

El venezolano Fernando García, de 60 años, cabeza de un grupo familiar que ha migrado en bloque a Perú, desde una localidad cercana a Caracas, con la decisión de “volver a comenzar como familia”, después de una vida de trabajo. Crédito: Humberto Márquez/IPS
El venezolano Fernando García, de 60 años, cabeza de un grupo familiar que ha migrado en bloque a Perú, desde una localidad cercana a Caracas, con la decisión de “volver a comenzar como familia”, después de una vida de trabajo. Crédito: Humberto Márquez/IPS

Venden si los tienen y lo logran, así sea a precios irrisorios, la vivienda, el auto, la motocicleta, enseres, ropas y adornos, reúnen unos pocos dólares, toman un autobús y, en muchos casos, por primera vez viajan fuera de su país: son los migrantes que por cientos de miles huyen de Venezuela.

El colapso económico en este país petrolero que fue por décadas la cuarta economía latinoamericana, traducida en una imparable escasez y carestía de alimentos y medicinas, más la inseguridad ciudadana, disparó el éxodo  de sus habitantes hacia naciones vecinas, en un movimiento que en el corto plazo aparece como indetenible.

“Lo que ganaba no me alcanzaba para mantener a mis niñas y mandarlas a la escuela, así que busqué venir a Perú, ya puedo enviar hasta 100 dólares mensuales a la familia y reúno dinero para traérmela”, dijo a IPS por teléfono Johnny Velásquez, un instructor de cocina de 39 años, casado y con dos hijas, empleado como cocinero en un restaurante de Lima.

Fernando García, 60 años, pequeño comerciante, es esposo, padre, suegro y abuelo de un grupo familiar que decidió migrar al completo a Perú: “La decisión nos costó muchísimo. La tomamos después de que se enfermaron las dos nietecitas y no conseguíamos antibióticos”,  dijo a IPS.

“No vemos una solución pronta para Venezuela, vamos a probar suerte”, confió con tristeza desde su hogar en Cúa, ciudad-dormitorio al este de Caracas, mientras escoge los bártulos que llevará en su travesía de cinco o seis días en autobús.

Adriana Lara, de 30 años, maestra de preescolar, ahora empleada en un hotel de Natal, en el noreste de Brasil, contó a IPS desde su nueva residencia que “renuncié al seguro de salud para estirar el dinero y comprar comida. Cuando ya ni así pude, dejé el colegio y decidí marcharme”.

Un argumento casi idéntico dio Mariela Acevedo, de 28 años, madre de un niño de un año que permanece en Caracas al cuidado de una tía mientras la madre trabaja en una tienda de Bucaramanga, en el noreste colombiano: “Es muy simple, el dinero en Venezuela no alcanza”.

Aumenta el flujo y el dramatismo de las historias y las imágenes de quienes se van, extenuados por la carrera por la sobrevivencia: ya son migrantes indígenas o habitantes de barriadas urbanas que viven a la intemperie en el lado brasileño de la frontera, o madres embarazadas o con hijos pequeños que forman las hileras de quienes, sin medios para pagar un transporte, caminan por carreteras de Colombia o Ecuador, rumbo al sur.

 

 

¿Cuántos son? 

Agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estiman que en los últimos tres años migraron desde Venezuela 2,3 millones de personas, 7,2 por ciento de los 31,8 millones de habitantes que oficialmente viven en el país, según dijo el 20 de agosto Stephane Dujarric, portavoz de la Secretaría General del foro mundial.

Organizaciones humanitarias internacionales elevaron a comienzos de septiembre la cifra del éxodo a entre 3,5 y cuatro millones.

El sociólogo Tomás Páez, quien dirige un estudio sobre “la diáspora venezolana” sostiene que unos tres millones han migrado en las últimas dos décadas. Sondeos de las firmas encuestadoras Datos Group y Consultores 21 dan cuenta de que crece el número de familias en las que al menos un miembro ya emigró o prevé hacerlo en los próximos 12 meses.

“Todas son cifras estimadas, debido a que mucha gente cruza la frontera solo para hacer compras, no hay registros certeros en Venezuela, y en algunos países los migrantes se instalan de manera ilegal, pero aun así se trata de alrededor de 10 por ciento de nuestros 31 millones de habitantes”, dijo a IPS el experto Oscar Hernández.[pullquote]1[/pullquote]

El también conductor del Centro de Capacitación Migratoria consideró que “es un muy, muy grave drenaje de capacidades. Vamos a pagar muy caro que se vayan tantos talentos, tantos profesionales, maestros y estudiantes, gente en lo mejor de su edad productiva”.

En la pública Universidad Central de Venezuela, el mayor centro de estudios del país, la matrícula se redujo en 10 años, de 47.000 a 32.000 estudiantes, informó su secretario, Amalio Belmonte.

“Se nos van profesores, estudiantes y personal administrativo, ante la necesidad de buscar nuevos horizontes”, destacó a IPS Patricia Rosenzweig, la vicerrectora de la Universidad de Los Andes, con sede en la occidental ciudad de Mérida.

Gremios de la salud estiman que en lo que va de década han salido del país unos 20.000 profesionales, entre médicos, personal de enfermería y terapistas.

El presidente de un importante banco privado confió a algunos corresponsales extranjeros: “Primero se fueron ejecutivos de finanzas, después técnicos en informática, ahora recibimos renuncias y más renuncias de empleados de taquilla y mensajeros motorizados”.

Según últimas cifras aportadas por sus autoridades migratorias, se han instalado en Colombia 870.000 venezolanos, 414.000 en Perú, 325.000 en Chile, 80.000 en Panamá, 70.000 en Argentina, 57.000 en Brasil y 16.000 en Uruguay, mientras que a Ecuador solo en 2018 ingresaron 340.000, de los cuales 116.000 permanecen en el país y el resto cruzó hacia otros destinos.

A República Dominicana han ido 26.000 venezolanos, más de 10.000 a otras islas de Caribe, según estimados de varios portavoces oficiales, y en México unos 9.000 han buscado la “tarjeta de visitantes por razones humanitarias”.

Fuera de la región los mayores receptores son Estados Unidos con 290.000 y España con 208.000.

Félix Seijas, director de la encuestadora venezolana Delphos, estimó que en lo que resta de año al menos 800.000 venezolanos más prevén marcharse del país, aun si no todos concretan esa aspiración.

¿Por qué se van?

“Si la gente prefiere ir a pie rumbo a Lima es porque percibe que su necesidad llegó al límite y sus condiciones para sobrevivir en Venezuela son ínfimas. La realidad les indica qué hacer”, observó a IPS la psicóloga social Colette Capriles, de la caraqueña Universidad Simón Bolívar.

Jonathan Martínez, mesero en un pequeño restaurante del este de Caracas, dijo a IPS que “tomé la decisión de irme después que Maduro fue reelegido. La situación no cambia sino que empeora. Reúno (dinero) para los pasajes a Medellín (Colombia) para mí y para mi esposa”.

El presidente Nicolás Maduro fue reelegido el 20 de mayo para el  sexenio 2019-2025 en elecciones sin participación de la mayoría de partidos opositores y que fueron consideradas “fraudulentas”  por numerosos gobiernos de América y Europa.

Tras ser reelegido, Maduro ha demostrado que mantendrá o acentuará las medidas económicas de corte estatista y la preeminencia de las organizaciones sociales que respaldan su gobierno, mientras que los partidos políticos de oposición se muestran desarticulados, sin estrategia unitaria e incluso han quedado sin registro ante el poder electoral.

Según Efraín Rincón, experto de la firma encuestadora Consultores 21, solo uno de cada cinco venezolanos que se propone emigrar aduce razones políticas. El resto alude a la crisis económica.

El parlamento, de mayoría opositora, indicó que tan solo en agosto la tasa de inflación fue de 223,1 por ciento y la acumulada del año trepó a 34.680,7 por ciento, mientras el Fondo Monetario Internacional estima que la tasa de inflación puede llegar a un millón por ciento al cierre de 2018 y economistas  en firmas de consultoría creen que puede crecer aún más.

Maduro activó desde el 20 de agosto un conjunto de medidas con las que declaró apostar por poner un candado a la hiperinflación y recuperar la economía.

Ordenó multiplicar por 35 el salario básico  -que aun así apenas llega a 30 dólares mensuales-, contener precios de productos esenciales, mientras devaluó 96 por ciento la moneda y le quitó cinco ceros,  e incrementó el IVA y otros impuestos.

Gremios empresariales, la oposición política y economistas independientes han advertido que las medidas, principalmente por carecer de financiamiento en divisas, implicarán una mayor emisión de dinero inorgánico (sin respaldo) y agravarán más todavía los indicadores de la crisis.

Todavía sin cifras sólidas, recorridos por áreas comerciales y mercados de alimentos registran cierres provisionales o definitivos de negocios, despidos de trabajadores por no poder asumir las empresas los nuevos costos laborales, y escasez de alimentos y otros bienes sometidos a regulaciones.

Otro componente de la crisis son las fallas cada vez más prolongadas, alimentando protestas de pobladores en todo el país, en el suministro de agua potable, electricidad, gas para cocinar, transporte público y en los servicios de salud y educación pública.

Se agrega la inseguridad. Caracas y zonas del interior presentan altos cuadros de criminalidad. A falta de estadísticas oficiales, el no gubernamental Observatorio Venezolano de la Violencia cifró en 26.616 los homicidios en el país al cierre de 2017, más de 80 muertes por 100.000 habitantes.

Venezuela fue tradicionalmente país receptor de migrantes. A mediados del siglo XX recibió por millares a españoles, portugueses, italianos, libaneses y sirios. Más adelante fue el turno de los suramericanos, dominicanos y haitianos.

Ahora la corriente ha girado 180 grados y son los venezolanos quienes protagonizan una dramática diáspora en América Latina, que para muchos expertos se ahondará a corto plazo y ya se ha convertido en la mayor crisis migratoria de la historia en América.

Edición: Estrella Gutiérrez

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