Los indígenas montañeros que llegaron al mar en México

Una escuela con estudiantes indígenas en la ciudad de Acapulco, en el estado de Guerrero, en el suroeste de México. Crédito: Kau Sirenio Pioquinto
Una escuela con estudiantes indígenas en la ciudad de Acapulco, en el estado de Guerrero, en el suroeste de México. Crédito: Kau Sirenio Pioquinto

Caminar en las calles del barrio de Alborada 19, en la ciudad mexicana de Acapulco, es como recorrer los caminos agrestes de la región de La Montaña, en el mismo estado de Guerrero. Lodo, baches, arbustos, polvo, el zumbido de los enjambres de zancudos que vuelan a las orillas de las barrancas y la falta de servicios básicos, como médicos, agua potable, drenaje y transporte público.

Las casas de esta colonia (barrio) de la mayor ciudad del suroccidental estado son de madera, de palapa y de lámina de cartón y una que otra de material. Las familias comparten entre ellas el trabajo comunitario, la venta de artesanías, que les provee lo necesario para subsistir en la ciudad turística y violenta.

Pero más allá de la precariedad de este asentamiento indígena del puerto sobre el océano Pacífico — mayoritariamente del pueblo ñom’da nankue o amuzgo en castellano —, sus habitantes viven una constante discriminación por su forma de organizarse y hablar.

“Esos montañeros que hablan raro”, dicen en la Alborada sobre los indígenas de La Montaña, la región más pobre del estado de Guerrero, donde se ubica al igual que Acapulco, y una de las más marginadas de todo el país.

Para hacer frente a este problema, los migrantes indígenas de los cinco pueblos que habitan La Montaña — ñom’da nankue, me’phaa, ñuu savi, binizaa y nahuas — se organizaron para crear escuelas primarias bilingües, y para que así sus hijos tengan un espacio donde estudiar sin ser discriminados, donde ellos puedan hablar su lengua materna sin que nadie los menosprecie por ello.

“En nuestras escuelas tratamos de enseñar nuestra lengua, para que otros niños puedan hablarla, aunque sea para saludarse entre ellos, dice la directora de la escuela primaria bilingüe indígena Acamapichtli, Antonia Yeti Vázquez.

“Esta escuela es indígena y hablamos nuestra lengua materna, por eso les pedimos a los padres de familias no indígenas que nos ayuden enseñando a sus hijos el valor de la diversidad lingüística. Además, hemos hecho un esfuerzo para que todos entonemos nuestro himno nacional en lengua indígena”.

Nacida en el municipio de Zitlala, en la parte baja de La Montaña, la profesora explica que en la Alborada viven en su mayoría indígenas migrantes de los municipios Metlatónoc, Cochoapa el Grande, Chilapa y Zitlala, en condiciones paupérrimas.

“El problema que enfrentan los paisanos es la discriminación por hablar su lengua materna. Por eso muchos de ellos ya no quieren enseñar a sus hijos su lengua, para no vivir la misma situación”, puntualiza.

La migración de indígenas hacia Acapulco comenzó en los años 60, la época de oro del puerto, y el empuje de la construcción de hoteles en la populosa avenida costera Miguel Alemán atraía población. A la par las comunidades de origen expulsaban a sus habitantes, por falta de servicios básicos como escuelas, centros de salud, agua potable, drenaje y empleos.

Los hombres llegaron primero al llamado Paraíso del Pacífico, a construir hoteles y viviendas de interés social en la colonia Alta Progreso e Infonavit; les siguieron las mujeres, quienes se emplearon de trabajadoras domésticas.

Ya con el boom del turismo se asomaron los artesanos; y a todos ellos les siguieron los maestros bilingües, para fundar escuelas primarias indígenas con el fin de fortalecer la ya menguada lengua materna.

En la lucha por sobrevivir en un entorno que no es el suyo, los migrantes indígenas fueron víctimas de la policía municipal de Acapulco, que se ensañó con los comerciantes ambulantes que vendían sus artesanías.

Los comerciantes que resistían al atraco policiaco eran enviados a los separos sin derecho a intérpretes. Las detenciones arbitrarias en contra de los vendedores ambulantes en la playa los llevó a organizarse en varios frentes, tanto para demandar servicios públicos para las colonias populares, como para exigir el cese al hostigamiento policiaco en contra de los comerciantes ambulantes.

Así, nacieron organizaciones como Unión de Indígenas Radicados de Acapulco (UIRA), Federación de Artesanos y Comerciantes Indígenas del estado de Guerrero (FACIEG), Fondo para Indígenas Migrantes de Acapulco (FIMA), Coordinadora de Indígenas Radicados en el Municipio de Acapulco (CIRMA) y la Unión de Vendedores de Grupos Étnicos (UVGE).

Varias de estas agrupaciones fueron utilizadas por los partidos políticos como el Revolucionario Institucional (PRI), de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT).

La organización que logró mayor penetración fue la UIRA, conformada por profesores y universitarios indígenas, al grado de que en 2002, los migrantes plantearon a los candidatos a la presidencia municipal de Acapulco la creación de una Dirección de Asuntos Indígenas para atender los problemas educativos y de salud en las colonias con población indígena.

En aquel entonces, durante el proselitismo electoral, la dirigencia se acercó más al candidato del PRD, Alberto López Rosas. Al triunfo del PRD, se creó la Unidad de Asuntos Indígenas (UAI) del Ayuntamiento de Acapulco, pero sin presupuesto de operación; además, estaba subordinada a la Secretaría de Desarrollo Social.

El primer jefe de la UAI, Regino Díaz López, organizó a los profesores bilingües con el fin de que encuestaran en sus centros de trabajo a los padres de familias, y así conocer la demografía indígena en Acapulco.

La encuesta de la UAI de 2003 arrojó los siguientes datos: se contabilizaron 10 mil 269 indígenas migrantes, distribuidos en las siguientes etnias: nahuas, 3 mil 805; ñuu savi (pueblo mixteco), 3 mil 100; me’phaa (tlapaneco), mil 310; ñom’daa nankue (amuzgo), mil 173; binizaa (zapoteco), 364. Y otros no identificados, 517.

A 15 años de distancia, el actual supervisor escolar de la zona 085, Rogelio Solano Lorenzo, cuestiona el censo realizado entonces: “En el puerto de Acapulco vivimos más de 30 mil migrantes. Que no nos quieran reconocer es porque así le conviene al actual gobierno municipal. Reconocernos implica presupuesto y política pública diseñada para atender las demandas históricas de los indígenas”.

Agrega: “En la colonia Ampliación Unidos por Guerrero, desde 2004 pedimos que nos reconocieran nuestra comisaría que impulsamos por usos y costumbres, y no lo hicieron. El actual senador por Morena, Félix Salgado Macedonio, cuando fue candidato a la alcaldía hizo la promesa, pero no cumplió; lo que sí hizo fue dividir la colonia y el proyecto terminó en Comité Ciudadano Indígena, ahora controlado por mestizos”.

La “desindianización” educativa

Después de recorrer en su coche las calles angostas de la colonia Nueva Generación, por fin Rogelio Solano llega a la escuela primaria bilingüe indígena, Cuitláhuac. La fachada del plantel se ve como cualquier otra casa, ni siquiera el nombre la escuela aparece en la pared. Un policía solitario resguarda la puerta del edificio con un tolete.

“Como ves, esta colonia es parecida a la comunidad de Joya Real, municipio de Metlatónoc, por sus calles y la falta de servicios públicos”, suelta a bocajarro Rogelio Solano.

Un cuarto de hora después de que el supervisor ingresa al plantel, suena el timbre que anuncia el inicio del nuevo ciclo escolar. De inmediato, maestros y alumnos se organizan para los honores a la bandera.

La escuela carece de sanitarios dignos y de espacios para el deporte; tampoco tiene donde descansar en el recreo. El área donde hacen honores a la bandera es un pasillo que divide los dos edificios, y que apenas alcanza los tres metros.

Cuatro niñas y dos niños integran la escolta escolar de la Cuitláhuac; después de hacer malabares en el pequeño espacio que ocupan para homenajes, se entona el himno nacional en tres lenguas maternas y en español.

Ataviado con uniforme blanco, como si fuera su primera comunión, Alejandro García toma su posición y empieza a tres tiempos, para cantar la primera estrofa en náhuatl, la siguiente en me’phaa; de ahí sigue en tu’un savi. Al finalizar todos cantan en castellano.

Antes de la retirada del lienzo tricolor, una alumna de sexto grado repite el juramento a la bandera, también en cuatro lenguas: tres maternas y el español.

Cuando los alumnos de sexto grado terminan con el programa cívico, la directora de la escuela, Eliodora Rea Hilario interviene: “En esta escuela hablamos nuestra lengua materna; además, enseñamos a los no hablantes que quieran aprender nuestra lengua, como vieron en el homenaje se entonaron en cuatro lenguas. Esto nos hace diferentes a las demás escuelas, porque cuidamos nuestra identidad cultural”.

“Para nosotros –agrega–, es muy importante que ustedes nos ayuden con sus hijos en la casa, que les enseñen nuestra lengua. A los no hablantes les pedimos que no llamen dialecto a la lengua materna, porque ese lenguaje es racista y nos discrimina”, agrega.

En Acapulco, los niños prácticamente han perdido su lengua materna, que es parte de su identidad. Los padres ya no enseñan a sus hijos hablar su lengua, y las pocas escuelas bilingües indígenas que funcionan en las periferias están deterioradas por el abandono gubernamental.

Rogelio Solano dice que los padres dejaron de enseñar la lengua a sus hijos por el dolor que ellos sufrieron. “Los indígenas padres sufrieron muchas humillaciones hace tiempo, cuando ellos iban a una dependencia de gobierno no los atendían; cuando el gobierno se reía de ellos o cuando eran detenidos arbitrariamente, nadie los asesoraba ni los traducían a su lengua. Por eso no quieren que a sus hijos les pase lo mismo. Ese es el temor”.

Solano Lorenzo abrió la primera escuela primaria bilingüe indígena en Acapulco. Lo cuenta así: “El 28 de septiembre de 1994 la fundamos, en ese año se crearon escuelas bilingües para niños migrantes indígenas, con el fin de conservar y fortalecer nuestra lengua materna”.

Luego, hace una lista de las escuelas indígenas en Acapulco: “La primaria bilingüe Ve’e Savi en la colonia Ampliación Unidos por Guerrero es la escuela madre en Acapulco.

De ahí nacieron: la primaria bilingüe, la Telpochkal, en la colonia Hermenegildo Galeana y la primaria bilingüe Emperador Cuauhtémoc en la colonia Chinameca, ambas colonias se ubican en el mirador del puerto; la primaria bilingüe Cuitlahuac en la colonia Nueva Generación; la primaria Acamapichtli en Alborada 19; la primaria bilingüe Caritino Maldonado en la comunidad me’pha San Martín el Jovero; y la primaria bilingüe Othón Salazar en la colonia Alto Coloso.

Afirma que la educación es cada día más castellanizada, en lugar de promoverse el rescate de las lenguas indígenas, “porque la política educativa en México es para desindianizar el país”.

La tarea del Rogelio Solano como supervisor de la zona escolar 085 no es tan sencilla. No es porque deba supervisar 11 escuelas, el problema no es la cantidad sino la dispersión de éstas: en Acapulco debe visitar siete primarias; dos en Zihuatanejo; una en Chilpancingo; y una más en Marquelia.

La oficina de la supervisión de Rogelio se encuentra a dos cuadras de la escuela primaria bilingüe Cuitlahuac, pero el personal docente que tiene a su cargo de las otras escuelas no llega ahí, por la lejanía, la inseguridad y la falta de transporte público: “Nos reunimos en un Oxxo de Las Cruces.

Ahí nos citamos por la tarde para entregar o recibir documentación. Quisiéramos tener una oficina en la zona centro de la ciudad pero no tenemos dinero para la renta”.

Por su parte, la directora de la escuela primaria Ve’e Savi, de la colonia Ampliación Unidos por Guerrero, explica que los tres niveles de gobierno poco hacen por las escuelas indígenas: “Nos tienen en el abandono. No hay apoyo, las becas son escasas.

En esta administración que termina no recibimos nada. Lo único que hicieron fueron los bebederos, pero es una obra inconclusa; aun así, la estaban entregando; como no les firmé se fueron muy enojados”.

Agrega: “La obra, no me la presentaron como bebedero, cuyo costo es de 171.333 pesos (8.410 dólares); sin embargo, en el documento de entrega de recepción de la obra, aparece la construcción de un comedor escolar, por eso no les firmé. Es la ‘megaobra’ que hizo el ayuntamiento de Acapulco en esta escuela”.

Los oficios del puerto

Para autoemplearse, los indígenas de Acapulco se reparten el trabajo: mientras unos fabrican las artesanías en casa, otros recorren la costera y la playa ofreciendo los productos. Todos los integrantes de la familia trabajan, hasta los menores aprenden el oficio.

Los padres presumen que, en caso de quedar huérfanos, los niños ya saben cómo sobrevivir. Siempre se enorgullecen de que sus herederos no sean delincuentes y de ser, tal vez, el grupo social más limpio en problemas judiciales.

“Las primeras mujeres indígenas que llegaron a Acapulco se emplearon como trabajadoras domésticas. En muchos casos no recibían su salario porque los empleadores decían que las ‘chachas’, como les decían, no saben cocinar o hacer limpiezas”, contó Regino Díaz López antes de fallecer en Chilpancingo, la capital oficial de Guerrero.

“Otras mujeres no corrieron con la misma suerte por no hablar el español, cuando querían abandonar el trabajo sus patrones le sembraban alhajas en su maletas y luego llamaban a la policía, las trabajadores terminaban en el reclusorio de Acapulco; o eran violadas por los esposos e hijos de los ricachones”, añadió.

Los nahuas en su mayoría se dedican a las artesanías y la venta de flanes y gelatinas en las carreteras; lo mismo que los ñom’da nankue, recorren la Costera Miguel Alemán ofreciendo sus productos textiles, elaborados minuciosamente con algodón; mientras que las mujeres ñuu savi venden frutas, verduras, raspados y paletas en las principales avenidas y los hombres trabajan en la construcción.

Los me’phaa, por su parte, son jardineros o se emplean en los viveros de ornatos que inundan las poblaciones de Tres Palos, San Pedro las Playas y El Bejuco.

La mayoría de los que viven en las colonias indígenas vienen del Alto Balsas (nahuas), Copalillo, Zitlala y Chilapa; los ñuu savi son de los municipios de Cochoapa el Grande, Metlatónoc, Xalpatlahuac, Atlamajalcingo del Monte, Copanatoyac, Tlapa, San Luis Acatlán, Ayutla e Igualapa; mientras que los me’phaa migraron de los municipios de Malinaltepec, Tlacopa, Iliatenco, Acatepec y Zapotitlán. Y los ñom’daa nankue provienen de los municipios de Tlacoachistlahuaca y Xochistlahuaca.

Unos asentados en los barrios históricos como La Guinea, La Lima, La Pinzona y El Manzanillo; y en las colonias Chinameca, Hermenegildo Galeana, La Base, Ciudad Renacimiento, La Sabana, Nueva Generación, Ampliación Unidos por Guerrero, Sinaí, Jacaranda, Izazaga, la Frontera, Alborada 19, Coloso, Colosio, La Venta, La Parota y La Libertad. En El Treinta, El Bejuco, Tres Palos, 10 de Abril, San Pedro las Playas, Puerto Marqués, San Martín El Jovero y Los Órganos de Juan R. Escudero.

Conservan la lengua, sus fiestas comunitarias, como el Día de Todos los Muertos o el pedimento de lluvia, fechas en las que se regresan a sus comunidades para estar en las ceremonias; también conservan cierta forma de organización a través de las asambleas comunitarias. Pero han perdido cosas, como la vestimenta o las artes.

Viven entre la dispersión y carencias de servicios públicos que no llegan, y cuando se asoman una brigada de salud o el camión cisterna de agua es que llevan el color de los partidos políticos que hacen proselitismo todos los días en las colonias que conforman el cinturón de miseria del siglo XXI.

Este artículo fue originalmente publicado por Pie de Página,  un proyecto de Periodistas de a Pie . IPS-Inter Press Service tiene un acuerdo especial con Periodistas de a Pie para la difusión de sus materiales.

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe