El poder del servicio de salud mental para mujeres sobrevivientes de violencia

Sujata Sharma Poudel, consejera psicosocial, habla con una mujer local en el Centro de Rehabilitación en Panchkhal Nepal. Luego del terremoto del 2015, Ashmita Tamang, consejera psicosocial del distrito con el Centro de Víctimas de Tortura situado en Nepal, reiteró que el número de casos de violencia doméstica y sexual aumentó. Crédito: Samir Jung Thapa/ONU Mujeres
Sujata Sharma Poudel, consejera psicosocial, habla con una mujer local en el Centro de Rehabilitación en Panchkhal Nepal. Luego del terremoto del 2015, Ashmita Tamang, consejera psicosocial del distrito con el Centro de Víctimas de Tortura situado en Nepal, reiteró que el número de casos de violencia doméstica y sexual aumentó. Crédito: Samir Jung Thapa/ONU Mujeres

Todas las mujeres sobrevivientes de la violencia superan el trauma de manera diferente. Pero para hacerlo, todas ellas comienzan de la misma manera: hablando.

En todo el mundo, una de cada tres mujeres sufrirá maltrato físico, abuso sexual o de otra clase a manos de, en la mayoría de los casos, alguien conocido por ella.

Sin embargo, los servicios públicos, como los servicios de calidad para la salud mental, rara vez tienen en cuenta a las mujeres, su seguridad y el proceso que deben atravesar para recuperarse de la violencia.

Como resultado del trauma, muchas sobrevivientes experimentan problemas emocionales o de salud mental que requieren tratamiento profesional de carácter integral y de manera oportuna.

Pero, muy a menudo, este servicio básico para la salud no está disponible o accesible para la gran mayoría de las sobrevivientes, en especial, en los países de ingresos bajos y medianos.

Si bien el servicio de salud mental es uno de los seis servicios esenciales en la asistencia de las sobrevivientes, no recibe la prioridad que merece dado que, a diferencia de lo que sucede con las lesiones físicas, los efectos emocionales y mentales son menos visibles.

Cuando las sobrevivientes tienen acceso a servicios psicológicos y apoyo integral, tienen posibilidades de recuperarse, de transformar su trauma en activismo, de identificarse con sus relatos, de reivindicar sus cuerpos y de luchar para lograr un mundo sin violencia. A continuación, contamos algunas de las historias que muestran los resultados tras incluir esta clase de servicios.

Aprender a escuchar, empezar a hablar

Un grupo de mujeres en Benín se reúnen con dos proveedoras de apoyo psicosocial. Crédito: Nassirine Ariori/IFMA
Un grupo de mujeres en Benín se reúnen con dos proveedoras de apoyo psicosocial. Crédito: Nassirine Ariori/IFMA

Cuando una mujer busca ayuda en los servicios de salud mental, es importante que quien la atienda tenga la capacitación adecuada para recibir y tratar a las sobrevivientes.

Laurelle Siton, de 33 años, es trabajadora social y se desempeña en la Municipalidad de Abomey-Calavi, en Benín.

En febrero de 2018, comenzó a trabajar con mujeres sobrevivientes y, en diciembre, se capacitó en apoyo psicológico para sobrevivientes de violencia en un programa de ONU Mujeres.

“Ahora, cuando una sobreviviente llora, le digo que entiendo su dolor y que su reacción es habitual”, cuenta. “Le digo que las lágrimas pueden tener efectos reparadores, y que puede llorar tanto como lo desee. Si prefiere, podemos suspender la cita y reprogramarla para otra fecha”, añade.

En un proyecto reciente, Siton recibió y escuchó a cerca de 360 sobrevivientes de violencia de su región.

Conoce la importancia que tiene el asesoramiento que brinda, porque ella misma pudo comprobar los resultados de su ayuda en las mujeres: “para adquirir confianza, para sentirse escuchada por otras personas y, sobre todo, para saber que es una persona valiosa y que conocemos la importancia de su historia».

Pierrette, de 39 años, es sobreviviente de violencia. También es de la región de Abomey-Calavi (Benín). Pierrette fue abusada por su representante legal durante toda su infancia.

En un intento desesperado por escapar de su hogar y de su abusador, Pierrette se casó muy joven. Pero esta relación se deterioró rápidamente. Su esposo la sometió a abusos verbales y físicos. Luego de varios años, su esposo la abandonó a ella y a su familia, por lo que Pierrette debió sostener económicamente a sus cuatro hijos e hijas. “Cargué con todo el peso de la familia”, relata.

Cuando Pierrette buscó ayuda en un tratamiento de salud mental, Siton estuvo allí para escucharla y apoyarla. “La señora Laurelle (Siton) fue quien me escuchó y derivó con la psicóloga que siguió mi caso y brindó su apoyo”, afirma Pierrette.

La salud emocional de Pierrette mejoró gracias al asesoramiento individual. “Me siento mucho mejor. Ya no estoy tan preocupada… El apoyo me alivió un poco”.

El servicio de salud mental es más que un trabajo, es un servicio público

Ina Grădinaru. Crédito: Ramin Mazur/ONU Mujeres
Ina Grădinaru. Crédito: Ramin Mazur/ONU Mujeres

Quienes proveen servicios —como Ina Grădinaru, la directora adjunta de un centro para mujeres sobrevivientes de violencia en Drochia (Moldavia)— son las primeras que brindan su apoyo a las mujeres que han sufrido violencia.

“Soy la primera persona con la que hablan las mujeres cuando vienen al Centro”, afirma Grădinaru.

Para cumplir con esta función esencial, quienes proveen servicios deben dar respuesta a las necesidades emocionales y mentales de una mujer sin juzgarla y en un entorno cómodo que respete la autonomía de la mujer.

En sus 12 años de trabajo con las mujeres, Grădinaru ha aprendido que “la actitud que una tiene y muestra cuando se encuentra con una sobreviviente por primera vez es muy importante. Antes que cualquier otra cosa, una víctima de la violencia doméstica necesita que le crean”.

Creer en las sobrevivientes es fundamental para abrir líneas de comunicación, para que quienes las escuchen lo hagan con empatía y con la capacidad de orientarlas para encontrar sus propias soluciones.

Para Grădinaru y para muchas de las personas que brindan apoyo en el servicio de salud mental de todo el mundo, este trabajo es mucho más que eso, es un servicio público.

“Las mujeres deben entender que la violencia no es la norma, sino un delito punible por la ley”.

“Quería que alguien me entendiera”

Emmanuella Zandi Mudherwa. Crédito: Carlos Ngeleka/ONU Mujeres
Emmanuella Zandi Mudherwa. Crédito: Carlos Ngeleka/ONU Mujeres

El camino de recuperación de Emmanuella Zandi está atravesado por la importancia de oír y de creer en las sobrevivientes.

Mudherwa tenía siete años cuando un soldado la violó por primera vez. Luego, su propia comunidad la rechazó debido al estigma en torno a la violación.

Varios años más tarde, un primo la violó; el abuso continuó durante muchos años. Con el tiempo, el dolor se volvió insoportable. Mudherwa no podía dormir y cayó enferma. Ya en el hospital, no pudieron encontrarle ninguna anomalía física.

“Quería que alguien me entendiese…, pero nadie lo hizo… Lo más difícil fue soportar la mirada de las personas cuando no te creen”, asegura.

Cuando Mudherwa ya no aguantó más, comenzó a hablar con sus compañeras sobre lo que le había ocurrido.

“Fue el primer paso de mi recuperación”, afirma; aunque el camino fue largo y difícil. “La comunidad me dio la espalda; incluso llegaron a secuestrarme durante tres días para que no hablara. Pero eso no me detuvo. Ya no tenía miedo, no quería que otras niñas y niños siguieran callando… me di cuenta de que tenía que empezar mi lucha por algún lado”, narra.

Al compartir su historia y los desafíos que debió enfrentar para encontrar su voz, Mudherwa no solo ha logrado recuperarse, sino que incluso se permitió soñar: ahora capacita sobre la violencia de género en su región y fundó su propia organización sin fines de lucro para promover el empoderamiento de las niñas.

“Mi sueño es ver cómo las niñas y las jóvenes hacen cosas para ellas mismas y para su comunidad”, afirma.

“Ninguna mujer debería enfrentar esto sola”

Joanna Oala. Crédito: Mariyam Nawaz/ONU Mujeres
Joanna Oala. Crédito: Mariyam Nawaz/ONU Mujeres

Oala recorrió el mismo camino que Emmanuella.

Oala tenía 17 años cuando fue abusada sexualmente. “Fue como vivir dentro de una pesadilla. Tenía miedo de hablar por el estigma y la discriminación. Pensaba en la reacción de las personas, en qué dirían sobre mí…”, afirma.

Pero hoy Joanna Oala es una sobreviviente; es más, se ha convertido en activista contra la violencia de género en Papúa Nueva Guinea.

Durante años, soportó el dolor en su interior, ahogándose en su angustia y depresión. “No creía que pudiera tener valor, me sentía inservible”, dice.

Luego de tres largos años de sufrimiento, Oala habló por primera vez con un grupo de amigas sobre el abuso y sobre cómo la había afectado.

No tuvo acceso a servicios profesionales de salud mental, pero con el apoyo de sus amigas, pudo comenzar a hablar sobre su historia más abiertamente con otras mujeres y niñas.

Oala comprende la importancia de hablar; y la falta de servicios de salud mental es un problema.

“Elijo colaborar con esta causa porque sé que al compartir información, al lograr que las personas tomen conciencia sobre la violencia de género y sobre las marcas visibles e invisibles que ésta causa en las sobrevivientes, puedo ayudar a otras sobrevivientes y a crear conciencia entre las niñas para que sepan cómo hablar y buscar ayuda”, cuenta.

Pese a que las historias de recuperación nunca son iguales para dos mujeres diferentes, el acceso a servicios adecuados de salud mental es esencial para todas las sobrevivientes. Buscar ayuda, hablar y arrojar luz sobre sus traumas permite que las mujeres puedan reescribir sus historias.

Con el apoyo viene la fortaleza individual y colectiva: el poder para hablar, para gritar, para luchar contra viento y marea.

Es mejor hablar y hacer oír tu voz.

Me siento mucho mejor.

Sí, fui víctima. Sí, sobreviví a la violencia. Pero no me gusta que me llamen sobreviviente, prefiero que me reconozcan victoriosa’”.

Este artículo fue publicado originalmente por ONU Mujeres.  IPS-Inter Press Service lo reproduce por un acuerdo especial con ONU Mujeres.

RV: EG

 

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