“Cada día consideramos que vivimos un milagro”

Francisco y Sofia, nombres ficticios, llegaron a pie procedentes de Venezuela. Vivieron un mes en la calle de Boa Vista y les robaron todas sus pertenencias. “La ropa se puede volver a comprar. Pero nuestros documentos, no”. Crédito: João Machado/Acnur
Francisco y Sofia, nombres ficticios, llegaron a pie procedentes de Venezuela. Vivieron un mes en la calle de Boa Vista y les robaron todas sus pertenencias. “La ropa se puede volver a comprar. Pero nuestros documentos, no”. Crédito: João Machado/Acnur

Ya había caído la noche cuando la amazonense Irajane Souza recibió una llamada de su hermano, que trabaja en el aeropuerto internacional de Manaos, en el norte de Brasil: una familia venezolana de 17 miembros acababa de descubrir que les habían engañado. Los billetes de avión que habían comprado eran falsos y no tenían forma de continuar su viaje. Su hermano quería ayudar a la familia, pero no sabía cómo.

Al igual que gran parte de los 3,7 millones de personas que han abandonado ya Venezuela en busca de protección y de una oportunidad para volver a empezar, la familia había vendido todo lo que tenía para comprar los billetes y solo llevaban consigo algunos objetos.

Cuando Irajane recibió aquella llamada, en agosto de 2017, se encontraba en el grupo de estudios bíblicos en el que participa con otros jóvenes manauaras. Al compartir la noticia con ellos, los amigos se movilizaron para acoger a la familia.

“En aquel momento nos miramos unos a otros y decidimos que íbamos a traerlos para acá”, afirma Caio Andrade, voluntario de Oásis, abogado e integrante del grupo de estudios.

Las 17 personas procedentes de Venezuela pasaron provisionalmente la noche en la oficina de uno de los integrantes del grupo, y la noche siguiente en un hotel que pagó otro de los miembros del grupo de estudios.

Además de dar cobijo a la familia, Irajane y sus amigos se movilizaron para suavizar su pérdida económica. En menos de 48 horas consiguieron comprar 17 nuevos pasajes de avión y la familia estaba lista para continuar con su viaje.

Irajane, que trabaja en el sector del turismo, encontró billetes baratos y movilizó a socios y conocidos que donaron dinero y millas aéreas para que la familia pudiera proseguir viaje.

Este fue el primero de otros casos de familias venezolanas que fueron engañadas en una trama de venta de billetes falsos, por lo que no pudieron realizar la conexión en el aeropuerto de Manaos, la capital del norteño estado brasileño de Amazonas.

“El personal del aeropuerto acabó conociéndonos, y cada vez que llegaba un grupo en estas condiciones nos llamaban”, cuenta Irajane. Hasta este momento, su red de amistades ha ayudado ya a más de 200 personas procedentes de Venezuela, cuyo sur es fronterizo con este y otros estados brasileños.

Desde que sucedió este episodio, Irajane y sus amistades empezaron a ofrecer comida, productos de higiene básica, ropa y acogida en sus casas a aquellas personas procedentes de Venezuela que se encontraban en situación de vulnerabilidad en la capital del Estado de Amazonas.

La implicación del grupo fue creciendo a medida que aumentaba el número de personas venezolanas que llegaban a la ciudad, y hoy coordinan la casa de acogida Oásis, en la región centro-sur de Manaos. “De ahí surgió nuestra motivación para tener un espacio de acogida”, nos cuenta Irajane.

Isabela, Irajane y Soraya dirige el albergue desde agosto de 2018. Todo, desde los alimento al mobiliario ha llegado por medio de donaciones. “Cada día consideramos que estamos viviendo un milagro”, aseguran. Crédito: João Machado/Acnur
Isabela, Irajane y Soraya dirige el albergue desde agosto de 2018. Todo, desde los alimento al mobiliario ha llegado por medio de donaciones. “Cada día consideramos que estamos viviendo un milagro”, aseguran. Crédito: João Machado/Acnur

Oásis

La casa de acogida se inauguró en agosto de 2018 y son Irajane, Soraya, Isabela, Magali, Jhonatan y Amália quienes llevan las riendas.

“Un día antes de conseguir la casa teníamos seis  platos, tres ollas y una nevera pequeña”, recuerda Irajane.

“A medida que fueron llegando los enseres, fuimos acogiendo familias. Y así, hasta hoy. Ahora tenemos la casa completa. Acaban de llegar el frigorífico, el congelador y los aparatos de aire acondicionado. Todo donaciones. Tenemos una zona para estudiar y alimentos para todas las comidas. Todos los días llega algo nuevo, y siempre es lo que estábamos echando de menos. Es verdad que cada día consideramos que estamos viviendo un milagro”, añade.

Según datos oficiales de la Policía Federal, en 2018, 10.500 personas solicitaron el reconocimiento de la condición de refugiado en el estado de Amazonas, lo que lo convirtió en el segundo estado de Brasil con mayor número de solicitudes, solo por detrás de Roraima, otro estado fronterizo con Venezuela.

Las iniciativas de organización de la sociedad civil forman una parte importante del proceso de acogida, albergue e integración social.

Desde su inauguración, el albergue se sostiene a través de donaciones voluntarias y Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, apoya la casa mediante la donación de productos necesarios y el acompañamiento de casos de protección.

Más de 90 personas han sido ya acogidas por este grupo desde que abrió sus puertas y, en la actualidad, unas 40 familias que están fuera del albergue siguen recibiendo el apoyo de Oásis. ´

Allí han recibido asistencia psicológica y orientación sobre la regularización de documentos y la inserción sociolaboral. Irajane, Soraya, Isabela y otros voluntarios trabajan a diario para construir un ambiente acogedor y seguro para niños, niñas y personas adultas que, poco a poco, consiguen superar las dificultades del camino hasta Brasil.

En la actualidad, 13 personas adultas y 7 niños y niñas procedentes de Venezuela viven en la casa, entre los que hay dos recién nacidos. Gran parte de las familias acogidas vivían en las calles, como Francisco, ingeniero de gas y petróleo de 27 años, y Sofía, estudiante de medicina de 20 años, ambos con nombres ficticios por su seguridad.

Durante el día, niños y niñas reciben clases de apoyo escolar y aprenden portugués. “Hablan mucho y mejor que nosotros”, afirma la madre de una de las niñas. Crédito: João Machado/Acnur
Durante el día, niños y niñas reciben clases de apoyo escolar y aprenden portugués. “Hablan mucho y mejor que nosotros”, afirma la madre de una de las niñas. Crédito: João Machado/Acnur

El equipo de Oásis los rescató de la estación de autobuses de Manaos en septiembre de 2018, donde llevaban durmiendo cinco días y sin apenas nada que comer. Llegaron a la ciudad después de un mes durmiendo en una chabola en la ciudad de Boa Vista y de que les robaran todas sus pertenencias.

“Conseguimos llegar aquí desde Boa Vista en un auto compartido. Nos fuimos de allí porque habíamos perdido todo lo que teníamos”, nos cuenta Francisco.

“Una noche, después de intentar conseguir algo de dinero vendiendo chicle en la calle, volvimos a la chabola y vimos que la puerta estaba abierta de par en par: se habían llevado todo lo que teníamos. La ropa se puede volver a comprar. Pero nuestros documentos, no. Nuestros pasaportes venezolanos, mi título de ingeniería, mis antecedentes penales en Venezuela y en Brasil… los documentos de asistencia prenatal de ella, su certificado de ingreso en la escuela de medicina… todo”, recuerda el joven sin consuelo.

Cuando llegó al albergue Oásis, Sofía estaba embarazada de seis meses y, desde ese momento, encontró las condiciones necesarias para cuidarse a sí misma y atender su embarazo, que fue diagnosticado como de riesgo.

“Anduve demasiado para llegar a Brasil. Mucho, muchísimo. Hasta que un día empecé a notar contracciones. Aquí en Manaos el médico me dijo que había sido por haber caminado tanto. Me mandó reposo absoluto, algo que pude conseguir gracias al albergue”, dice.

Tras concluir la estancia prevista de tres meses, Francisco consiguió un empleo formal y la familia se pudo mudar a su propia casa, en la que su hijo nació en condiciones de seguridad. Sofía nos cuenta que dejar a su familia en Venezuela fue lo más difícil.

“Vinimos solo nosotros dos pensando en nuestro hijo. Queríamos quedarnos, pero el dinero no alcanzaba ni para comer, así que imagine comprar pañales”, nos explica. Hace poco consiguieron financiar la venida de su madre y la de Francisco a Brasil en condiciones de seguridad.

En medio de tantas adversidades, la casa de acogida se convirtió en un verdadero oasis en Manaos para las duras y turbulentas jornadas de las personas procedentes de Venezuela que buscan un lugar seguro para vivir.

Además de los actuales 20 moradores, la casa recibe durante el día diversos visitantes venezolanos que participan en las comidas, preparadas colectivamente, y asisten a clases de portugués impartidas por una persona voluntaria distinta cada día de la semana.

Caio es uno de los voluntarios y entusiastas de este proyecto. Además de ceder una hora a la semana de su tiempo para las clases con adultos, apoya varias necesidades de la casa y ayuda a movilizar a nuevos voluntarios que se puedan adherir a la red de acogida.

“Hasta conseguí que mi madre se uniera al proyecto. Es profesora jubilada y estaba en casa sin hacer nada. Ahora, viene todos los lunes a dar clase. La gente dona muy poco, pero significa mucho para quien lo recibe”, afirma el abogado.

Los residentes se organizan a diario para cocinar y limpiar la casa. Todos se reparten las actividades domésticas. Crédito: João Machado/Acnur
Los residentes se organizan a diario para cocinar y limpiar la casa. Todos se reparten las actividades domésticas. Crédito: João Machado/Acnur

El programa de clases de portugués fue elaborado por una pedagoga voluntaria y tiene como objetivo promover el intercambio cultural entre Venezuela y Brasil, así como ayudar a la integración sociolaboral de las personas acogidas.

“No se trata de un proceso de desapropiación de su cultura, sino de la incorporación de una nueva cultura”, afirma Caio. “Tenemos mucho cuidado de no quitarles Venezuela, porque Venezuela es suya. En vez de eso, se trata de incluir Brasil. Siempre decimos: ‘Si algún día pueden volver, ya tendrán este bagaje. Pero ahora, tienen la oportunidad de tener otro país que los apoya’”, asegura.

Con planes para el futuro, el grupo está aprovechando su creatividad y su unión para conseguir pagar gastos fijos como agua, electricidad y gas a finales de cada mes.

Con la donación de una cocina industrial y de un segundo frigorífico, una de las habitaciones de la casa se está convirtiendo en una cocina en la que personas acogidas y voluntarias pondrán en marcha un pequeño negocio de entrega de comida en tarteras en horario comercial de almuerzo.

“Queremos aprovechar que estamos en una zona muy comercial para incentivar la generación de ingresos y la autonomía de las familias”, concluye.

Para Irajane, lo más gratificante es ver que los habitantes del albergue consigan recuperar su autonomía y su autoestima.

“Dejan atrás mucho más que cosas materiales. Dejan a sus familias, sus sueños, una vida entera de trabajo… Las personas que acogemos aquí llegaron con la mirada perdida y desesperada… Y en el día a día se puede notar su transformación, ya que sienten que son recibidos y saben que tienen personas a quienes les importan”, afirma.

Este artículo fue publicado originalmente por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). IPS-Inter Press Service lo publica por un acuerdo general con la Organización de las Naciones Unidas para la redifusión de sus contenidos.

RV: EG

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