Agua de glaciares nutre ahora a comunidades de Puna argentina

El trabajo comunitario durante largos meses, la instalación de las tuberías para bajar el agua de los glaciares de roca hasta en comunidades indígenas de la Puna, en el noroeste de Argentina, sirvió para fortalecer la organización colectiva, en una ecorregión inhóspita, donde la solidaridad y la colaboración resultan fundamentales en la sobrevivencia cotidiana. Crédito: Cortesía de Julio Sardina
El trabajo comunitario durante largos meses, la instalación de las tuberías para bajar el agua de los glaciares de roca hasta en comunidades indígenas de la Puna, en el noroeste de Argentina, sirvió para fortalecer la organización colectiva, en una ecorregión inhóspita, donde la solidaridad y la colaboración resultan fundamentales en la sobrevivencia cotidiana. Crédito: Cortesía de Julio Sardina

En la Puna argentina, a 4 000 metros de altura, es difícil ver el color verde. El ambiente seco lleva a casi toda la naturaleza a distintos tonos del marrón y el amarillo. En ese inhóspito entorno, la vida cotidiana, ha mejorado gracias a un sistema de captación de agua de los cerros, con tuberías que la bajan hacia las comunidades.

“Cuando yo era chica caminábamos una o dos horas para buscar agua en el cerro. Como no teníamos bidones ni tachos, la traíamos en panzas de oveja”, cuenta Viviana Gerónimo, una mujer del pueblo kolla, en referencia a los tradicionales odres de piel que les servían de recipientes para trasladar y almacenar el recurso.

“También hacíamos represas, para retener el agua de las lluvias. La usábamos para tomar nosotros y para los animales”, agrega la mujer a IPS la mujer de 50 años, que vive en la comunidad indígena de Hornaditas de la Cordillera, con apenas 15 familias, en la provincia de Jujuy, al noroeste de la Argentina y a pocos kilómetros de la frontera con Bolivia.

La ecorregión de la Puna tiene un paisaje desértico, donde apenas crecen arbustos que difícilmente superan el medio metro de altura. Las lluvias son un acontecimiento inusual (el promedio ronda los 200 milímetros anuales), que se concentra casi totalmente entre diciembre y marzo, en el verano austral.

Estas mesetas de altura en la cordillera de Los Andes, por encima de los 3 000 metros, abarcan no solamente el noroeste de Argentina sino también el norte de Chile y el sur de Bolivia y Perú.

La principal actividad de los pobladores de la Puna es la cría de animales, aunque la deficiente calidad de los pastos no les permite tener vacas.

Así, la familia de Gerónimo, casada y con cinco hijos, tiene 80 llamas y 120 ovejas. Son las especies domésticas que mejor se adaptan al clima de la Puna, aunque su rentabilidad es pobre. De hecho, los indígenas ya casi no las esquilan porque les pagan muy poco por la lana. Las crían para el autoconsumo y para comerciar su carne.

Viviana Gerónimo, en el amarillento y árido entorno de Hornaditas de la Cordillera, una de las comunidades de indígenas kollas que ahora cuentan con agua para el consumo de sus 15 familias, abrevar a sus ovejas, llamas y vicuñas y para cultivos de sobrevivencia, en esta región del altiplano andino, en la provincia de Jujuy, en el noroeste de Argentina. Crédito: Daniel Gutman/IPS
Viviana Gerónimo pone color al amarillento y árido paisaje de Hornaditas de la Cordillera, una de las comunidades de indígenas kollas que ahora cuentan con agua para el consumo de sus 15 familias, abrevar a sus ovejas, llamas y vicuñas y para cultivos de sobrevivencia, en esta región del altiplano andino, en la provincia de Jujuy, en el noroeste de Argentina. Crédito: Daniel Gutman/IPS

El kolla es el más numeroso de los más de 10 pueblos originarios que habitan en Jujuy, donde  7,8 por ciento de la población se reconoció indígena en el último censo nacional, en 2010. Esta proporción más que triplica la nacional, de solo 2,4 por ciento. Oficialmente, los kollas son 27 631, aunque serían mucho más los integrantes de un pueblo  que tiene más de 100 comunidades en la Puna.

Agua, fuente de cambios

El sistema de captación de agua beneficia a las comunidades indígenas de Hornaditas de la Cordillera, Escobar Tres Cerritos y Cholacor y al pueblo de El Cóndor, cabecera del municipio, que tiene escuela primaria y secundaria y sala de primeros auxilios.

El Cóndor está ubicado a una hora de viaje por carretera desde La Quiaca, la principal ciudad argentina fronteriza con Bolivia. Tiene unos 400 habitantes, mientras que las comunidades del resto del municipio no superan las 100 personas.

El cambio climático también parece estar jugando su papel en la agudización de la escasez de agua. “Aunque acá la principal necesidad siempre fue el agua, nuestros abuelos decían que antes llovía más”, dice Ricardo Tolaba, otro poblador de Hornaditas, de 53 años.

“Antes los ojos del agua, que son lugares donde el agua de las napas sale a la superficie, se secaban en junio o julio, después de las lluvias del verano. Ahora se secan en marzo o abril”, detalla a IPS.

En este contexto, el recurso más importante son los llamados glaciares de escombro o rocosos: cuerpos de hielo en las montañas, escondidos bajo la piedra, que no se ven pero son reservas estratégicas de agua.

La provincia de Jujuy tiene 255 de este tipo de glaciares, según el Inventario Nacional de Glaciares que el gobierno argentino publicó en 2018.

Desde allí las comunidades, con el apoyo material del Estado, hicieron la captación, disponiendo un sistema de tuberías subterráneas que baja por las laderas durante 33 kilómetros, usando la fuerza de la gravedad, para abastecer a los diferentes asentamientos poblados.

“Fue en 2007 cuando empezamos a conversar con las comunidades acerca de cómo podíamos construir una solución para la falta de agua”, cuenta el ingeniero agrónomo Julio Sardina, técnico de la Secretaría de Agricultura Familiar (SAF) de la Nación, con más de 20 años de trabajo junto a los asentamientos indígenas de Jujuy.

El trabajo comunitario durante largos meses, la instalación de las tuberías para bajar el agua de los glaciares de roca hasta en comunidades indígenas de la Puna, en el noroeste de Argentina, sirvió para fortalecer la organización colectiva, en una ecorregión inhóspita, donde la solidaridad y la colaboración resultan fundamentales en la sobrevivencia cotidiana. Crédito: Daniel Gutman/IPS
El trabajo comunitario durante largos meses, la instalación de las tuberías para bajar el agua de los glaciares de roca hasta en comunidades indígenas de la Puna, en el noroeste de Argentina, sirvió para fortalecer la organización colectiva, en una ecorregión inhóspita, donde la solidaridad y la colaboración resultan fundamentales en la sobrevivencia cotidiana. Crédito: Cortesía de Julio Sardina

“El problema de la gente de la zona es que no tenía agua en la zona baja para darle de tomar a los animales. Y algunos querían hacer agricultura, pero tampoco podían por el agua”, agrega durante el recorrido con IPS por las separadas comunidades participantes en el proyecto, mal conectadas por precarios caminos.

Sardina cuenta que la SAF aportó los materiales para la construcción del sistema, gracias a financiamiento del Proyecto de Inclusión Socio Económica en Áreas Rurales (Pisear), un programa del gobierno nacional.

Desde un primer momento se planteó, de todas maneras, que el trabajo tenían que hacerlo los integrantes de las comunidades beneficiarias.

“La obra, además de traer el agua hasta la poblaciones, ayudó a la organización y a la unión de las comunidades, ya que las familias estaban aisladas entre sí”, cuenta Sardina.

El sistema beneficia a unas de 600 personas en una zona, donde muchas veces las familias no tienen residencia permanente, porque se mueven según la calidad que encuentran en los pastos para alimentar a sus animales, lo que facilita el que los kollas cuenten con títulos comunitarios de propiedad de las tierras, algo no habitual enntre los pueblos originarios en Argentina.

Cuando llega a las comunidades, el agua se almacena en un tanque, aunque también hay tomas que van a las casas y se hicieron bebederos para abrevar a los animales.

Pero el uso de mayor impacto del agua es el agrícola, ya que los cultivos en la Puna han estado siempre muy restringidos justamente por la cuestión hídrica.

 

En la altoplanice andina de la Puna, en el noroeste de Argentina, la principal necesidad fue siempre el agua, asegura Ricardo Tolaba. La gente caminaba horas para buscrlas y transportarla en pequeños recipientes, para beber y abrevar a sus animales. Con la obra que la trae por tuberías enterradas desde los glaciares de roca, “las cosas comenzaron a cambiar”, asegura. Crédito: Daniel Gutman/IPS
En la altoplanice andina de la Puna, en el noroeste de Argentina, la principal necesidad fue siempre el agua, asegura Ricardo Tolaba. La gente caminaba horas para buscarla y transportarla en pequeños recipientes, para beber y abrevar a sus animales. Con la obra que la trae por tuberías enterradas desde los glaciares de roca, “las cosas comenzaron a cambiar”, asegura. Crédito: Daniel Gutman/IPS

David Quiquinte, también de Hornaditas, relata con orgullo por lo realizado que “se cavó una zanja de 40 centímetros de profundidad en donde se enterró la tubería, para evitar la congelación”, ya que en los inviernos de la Puna la temperatura puede llegar a 25 grados centígrados bajo cero.

“Fueron casi seis meses en que toda la comunidad puso su esfuerzo para hacer este trabajo… excepto uno o dos”, se pone serio a IPS este lugareño de 40 años, sin disimular su malestar con los que no colaboraron.

Fue en las reuniones de las comunidades indígenas de la Puna jujeña con técnicos de la SAF cuando aquellas plantearon su preocupación por el crecimiento de las poblaciones de vicuñas, un camélido silvestre sudamericano, nativo del altiplano andino, que comparten los cuatro países de la Puna.

La vicuña estuvo cerca de la extinción en los años 60, pero se recuperó gracias a medidas de protección acordada por los países de la ecorregión.

“Necesitábamos agua, sobre todo porque, con lo que consumíamos nosotros, no alcanzaba para los animales. Y en esas reuniones por las obras mucha gente se quejó de que a las llamas y a las oveja las vicuñas se les estaban comiendo el pasto”, cuenta a IPS el joven Luis Gerónimo, que vive en la comunidad de Escobar Tres Cerritos.

Así surgió la idea de capacitarse para realizar el “chaccu”, una práctica ancestral que los kolla  puneños han retomado, como antes hicieron otras comunidades indígenas en  Bolivia y Perú, y que consiste en capturar vicuñas silvestres, esquilarlas y luego liberarlas.

“Desde hace cinco años que hacemos chaccus y la gente ya dejó de ver a las vicuñas como problema. Hoy se las cuida. Incluso se tiene a las llamas y a las ovejas pastando en las zonas bajas y se dejan los cerros para las vicuñas”, cuenta Luis Gerónimo, de 30 años.

Tanto la realización del chaccu como las obras de agua persiguen un mismo objetivo último: que las comunidades de la Puna jujeña puedan permanecer en su lugar y no migren a las ciudades.

“Yo soy de los que me fui a trabajar  en distintas partes de la Argentina y volví. Y estoy convencido de que tenemos los recursos para que los jóvenes se queden en la Puna”, dice Tolaba.

Recuerda que «siempre la principal necesidad en la Puna fue el agua. Caminar horas para buscar agua o para darles de tomar a los animales son cosas a lo que desde chicos nos acostumbramos acá”.

“Con esta obra las cosas empezaron a cambiar», sentencia.

Edición: Estrella Gutiérrez

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