Cuenta atrás en la agria batalla por el agua del Nilo

Vista de la construcción sobre el río Nilo del Gran Embalse Etíope del Renacimiento, conocido como GERD. Foto: Ministerio de Asuntos Exteriores de Etiopía

En los años 90, tras el colapso de la Unión Soviética, la idea de que las guerras del futuro estarían motivadas por el control de los recursos hídricos se instaló entre analistas y medios de comunicación. Tres décadas después, aquel negro augurio aún no se ha materializado, y, en paralelo, la cooperación internacional, con sus más y sus menos, es la norma en la gestión de las cuencas transnacionales.

No obstante, quizá el mundo nunca ha estado tan cerca de una “guerra por el agua” como ahora, tras el aumento de la temperatura en el diferendo entre Egipto y Etiopía por la construcción del Gran Embalse Etíope del Renacimiento (GERD, en inglés), que se halla en su última fase.

De hecho, las autoridades etíopes pretenden empezar a llenar el depósito en los próximos días, sin haber alcanzado aún un acuerdo previo con Egipto, lo que ha inflamado las tensiones.

Las disputas entre El Cairo y Addis Abeba por el agua del río Nilo se iniciaron hace una década, con el anuncio de la construcción de la enorme presa, una de las más grandes de África y del mundo, pues ocupará una superficie de 1800 kilómetros cuadrados y su capacidad será de 74 000 millones de metros cúbicos.

El principal uso del embalse será la generación de electricidad, un proyecto que el Gobierno etíope considera indispensable para desarrollar el país, en pleno crecimiento económico y demográfico. El GERD incluso le permitiría convertirse en un hub energético y exportar electricidad a sus vecinos. Egipto, por su parte, teme una reducción considerable del caudal del Nilo, que aporta al desértico país el más de 90 por ciento de sus recursos hídricos.

“El Gobierno etíope sigue una política de fait accompli [hechos consumados]. Parece que su intención es alargar las negociaciones y entretanto seguir construyendo la presa, y así no encontrar cortapisas en la gestión de la misma”, denuncia Nader Noureddin, profesor de Recursos Hídricos de la Universidad de El Cairo.

Estas sospechas se han consolidado después de que Etiopía haya renegado del acuerdo tripartito alcanzado en febrero después de meses de negociaciones en Washington bajo la mediación de Estados Unidos y el Banco Mundial.

“Las negociaciones han progresado bastante y los puntos en disputa entre ambos países son solo unos pocos ahora. No hay nada que indique que Etiopía no está negociando de buena fe. Creo que quieren un acuerdo para evitar las presiones de la comunidad internacional. Necesitan a esta para desarrollarse”, sostiene Alfonso Medinilla, investigador del think tank ECDPM, especializado en África.

Las tres partes (Egipto, Sudán y Etiopía) retomaron sus negociaciones a principios de junio, esta vez con Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Sudáfrica como observadores. Egipto está intentando intensificar la presión internacional sobre Etiopía involucrando al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

En 2015, los líderes de esos tres países firmaron una Declaración de Principios que debía servir de marco para resolver el conflicto. No obstante, el documento era muy vago, y cada parte lo interpreta de forma diferente.

Uno de los principales escollos ha sido la duración del proceso de llenado del depósito del embalse (Etiopía quería llenarlo en tres años, Egipto en 10), pero parece que se divisa un consenso alrededor de un periodo de entre cinco y siete años.

Más peliaguda es la cuestión de cuál debe ser el mecanismo de resolución de futuros conflictos en la gestión de la presa, y, sobre todo, qué caudal mínimo debe recibir Egipto en caso de un año o múltiples de sequía. Este último punto es crucial a causa del cambio climático.

“Los estudios muestran que la desviación que describe la variabilidad interanual del flujo total del Nilo podría aumentar en 50 por ciento, pero que eventualidades extremas como sequías e inundaciones se volverán más recurrentes”, escribe Ana Elisa Cascao en el libro Natural Resource Conflicts and Sustainable Development (Conflictos por los recursos naturales y desarrollo sostenible) en el capítulo dedicado al GERD.

Desarrollo ‘pese a quien pese’… o desarrollo ‘sostenible y equitativo’

“Este conflicto es muy complejo puesto que no se trata únicamente del GERD, sino que tiene raíces históricas que deben conocerse para entenderlo”, asevera Medinilla.

Egipto basa sus reclamaciones en acuerdos alcanzados durante la era colonial británica, y actualizados en 1959 en un tratado bilateral con Sudán. Según este documento, a Egipto le corresponden 55 500 millones de metros cúbicos y a Sudán 18 500, por lo que entre los dos acaparan más de 90 por ciento del caudal regular del Nilo.

Los otros nueve Estados de la cuenca del Nilo (Burundi, República Democrática del Congo, Etiopía, Eritrea, Kenia, Ruanda, Sudán del Sur, Uganda y Tanzania) consideran injustas estas cuotas, y seis de ellos firmaron en 2010 el llamado “Acuerdo de Entebbe”, que pretende redefinir el reparto del agua del río más largo del mundo, fruto de la confluencia, cerca de Jartum (Sudán), del Nilo Blanco y el Nilo Azul. El GERD está emplazado en el curso de este último.

“Egipto no puede vivir con una reducción sustancial del agua del Nilo. Su economía y agua para el consumo depende de ello”, afirma Noureddin, que recuerda que cada egipcio dispone de una media de poco más de 500 metros cúbicos de agua al año, la mitad del umbral que establece la ONU para considerar que un país se halla en situación de “estrés hídrico”.

Según el catedrático, el reparto se debe hacer en función de las necesidades y de la existencia de fuentes de agua alternativas: “Etiopía tiene nueve ríos, varios grandes lagos y lluvia abundante. En total, sus recursos hídricos alcanzan los 122 000 millones de metros cúbicos, mientras que Egipto tiene únicamente 62 000 millones, 55 500 de los cuales proceden del Nilo”.

La agricultura representa actualmente 12 por ciento del producto interno bruto   (PIB) y emplea a  24 por ciento de la mano de obra en Egipto, en cuyas desérticas tierras no habría podido surgir la primera gran civilización humana sin las aguas del caudaloso río.

“(En Etiopía) más de 65 millones de personas viven sin acceso a la electricidad. El potencial del río es enorme. Etiopía, durante mucho tiempo fue conocida por sus crisis humanitarias y sus hambrunas. Esto tiene que cambiar, (debemos) sacar a la gente de su pobreza abyecta”, afirma Zerihun Abebe, miembro del equipo negociador etíope.

El PIB por persona de Etiopía es de unos 780 dólares, cuatro veces inferior al egipcio. Para los etíopes, la construcción del GERD se ha convertido en cuestión de orgullo nacional.

Ante las dificultades para amasar los 4957 millones de dólares de su coste a través de la financiación internacional a causa de su polémica naturaleza, el gobierno etíope ha sufragado buena parte del gasto con unos bonos patrióticos adquiridos por sus propios ciudadanos.

Precisamente, según algunos expertos consultados, la politización del conflicto y el hecho de que haya inflamado los sentimientos nacionalistas en ambos países es uno de los principales obstáculos para una resolución negociada.

“Tanto egipcios como el resto del mundo saben muy bien cómo conducimos una guerra cuando esta llega”, declaró recientemente  Birhanu Jula, vicejefe del Estado Mayor etíope, en respuesta a los tambores de guerra que resuenan en los mentideros de El Cairo.

Los escasos intercambios comerciales entre Egipto y Etiopía también dificultan la búsqueda de soluciones imaginativas, ya que no permiten ampliar la negociación para incluir mecanismos de compensación a otros niveles.

“Lo único que podría llevar a Egipto de nuevo a la guerra sería el agua”, afirmó el presidente Anuar Sadat en 1979, tras firmar los acuerdos de Camp David con Israel.

La cuenta atrás para evitar ese escenario está llegando a su fin, y el margen de maniobra del primer ministro etíope, Abiy Ahmed,  Premio Nobel de la Paz  2019, es finito en un año electoral.

“Creo que el tiempo límite para alcanzar un acuerdo es de tres meses. Después de este lapso, podríamos tener la primera guerra del agua de la historia”, advierte Noureddin.

Aunque ambos países no tienen fronteras comunes, el conflicto podría tener lugar a través de un actor subrogado, ya sea un Estado o una milicia. De hecho, quizás no es casualidad que se hayan registrado recientemente escaramuzas en la frontera entre Etiopía y Sudán.

Este artículo fue publicado originalmente por EqualTimes.org, con quien IPS tiene un acuerdo de redistribución de sus contenidos.

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