Líderes feministas exigen más igualdad para el mundo pospandemia

De izquierda a derecha, las lideresas Editar Ochieng, Amina Bouayach, Maria de Luz Padua, Cleo Kambugu y Mitzi Tan. Collage: Acnudh
De izquierda a derecha, las lideresas Editar Ochieng, Amina Bouayach, Maria de Luz Padua, Cleo Kambugu y Mitzi Tan. Collage: Acnudh

Mientras continúa la lucha contra la covid-19, dirigentes feministas del mundo entero exhortan a construir tras la pandemia un mundo centrado en la igualdad, más justo, sostenible e inclusivo, en el marco del Día Internacional de la Mujer este 8 de marzo.

La oficina de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), que dirige la expresidenta chilena Michelle Bachelet (2006-2020 y 2014-2018), presentó a cinco dirigentes que en sus ámbitos de trabajo muestran por qué ese liderazgo es ahora más decisivo que nunca.

Cuando María de Luz Padua era una niña pequeña, su madre, que era empleada doméstica en la Ciudad de México, fue acusada de hurto. La policía se la llevó para interrogarla, por lo que María y sus hermanos se quedaron “muy, muy asustados”.

Años después, Padua se convirtió también en trabajadora del hogar, se dedicó a cuidar niños y en la actualidad es secretaria general de la Unión de Trabajadoras del Hogar en México, que representa a 2,4 millones de empleadas domésticas.

Su opinión y su liderazgo son decisivos en la lucha por mejorar los derechos y las condiciones de trabajo de estas personas, estableciendo contratos formales, la seguridad social, vacaciones pagadas y el derecho a organizarse en sindicatos.

La covid ha causado inmensas dificultades a las trabajadoras del hogar, muchas han perdido el empleo, otras han visto cómo su carga de trabajo aumenta o debieron asumir responsabilidades adicionales en sus propias familias.

Padua ha estado trabajando bajo contrato para su antiguo patrono, que la trató “con dignidad y respeto”, y tiene acceso a la seguridad social. “Estamos abriendo camino. Para el mundo pospandemia soñamos con el día en que las trabajadoras domésticas no tengan que preguntarse ¿cuáles son nuestros derechos?”.

Cleo Kambugu es una mujer transgénero que dirige en Uganda programas de Uhai Eashru, un fondo de activismo que apoya a las minorías sexuales y de género y a trabajadoras sexuales.

“Si solo prestamos atención a cierto tipo de mujer, ¿a cuántas otras dejamos de reconocer?”, se pregunta Kambugu.

La simple identidad de Kambugu -como ocurre con otras mujeres transgénero, lesbianas y bisexuales- puede considerarse un delito en Uganda, por lo que postula que “primero debemos tratar de que no se penalice a los ugandeses por lo que son y luego examinar la cuestión de cómo avanzar en la dirección correcta”.

Durante la pandemia, mientras muchos servicios, incluso los sanitarios, permanecían cerrados para los grupos minoritarios, su organización proporcionó asistencia humanitaria “para que las personas puedan vivir dignamente durante la crisis”.

Amina Bouayach, periodista, política y primera mujer que preside el Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos, presiona para lograr cuotas para las mujeres en los cargos de representación política.

Otros asuntos primordiales en su lucha son el acceso igualitario a la educación para niñas y mujeres en Marruecos, la abolición del matrimonio precoz y la mejora de los derechos humanos de las niñas y mujeres con discapacidad.

Bouayach cree que “en el mundo posterior a la covid-19 deberíamos alejarnos de los estilos de vida anteriores a la pandemia. La vuelta a la normalidad previa no debería ser una opción, y ahora  se debe encomiar la igualdad, combatir la discriminación y reconocer el valor de los derechos humanos”.

Mitzi Tan, de 22 años, es la coordinadora de la organización Activistas Jóvenes por la Acción Climática en Filipinas, y su consigna central “es muy simple: tenemos que luchar porque el hogar en que vivimos, nuestro planeta, está en peligro”.

Filipinas “ha padecido los estragos del cambio climático durante las últimas décadas: millones de personas viven en zonas inundables, la sequía afecta al suministro de alimentos y, para colmo, los defensores de los derechos ambientales corremos el riego de que nos encarcelen”, afirma Tan.

Además, “los estereotipos de género están muy arraigados. Para luchar por nuestros derechos recordamos que no se trata solo de ti o de mí, sino de los derechos de todas. Las mujeres somos poderosas, sorprendentes, podemos lograr cualquier cosa”.

Cuando era una niña de seis años, Editar Ochieng fue víctima de abusos sexuales. A los 16, fue violada por una banda de delincuentes. Creció en Kibera, un suburbio informal de Nairobi, la capital de Kenia, ambiente donde la violencia sexual y de género es un problema endémico y muy arraigado.

Esa situación se ha visto agravada durante la pandemia, porque los confinamientos han generado más presiones familiares y económicas, en un contexto que ya antes padecía de grados extremos de pobreza.

A sus 26 años, Ochieng fundó en Kibera el Centro Feminista para la Paz, los Derechos y la Justicia, una organización que apoya a las personas supervivientes de la violencia sexual y otras formas de malos tratos. En algún momento durante la pandemia, recibía hasta 10 llamadas diarias de víctimas de la violencia.

“Basta con que una mujer haya sido víctima de abusos para que el número sea ya excesivo, y todos con capacidad para defenderla tienen la obligación de hacerlo, de sostener sus derechos y velar por romper ese status quo”, postula Ochieng.

Como para las demás lideresas, para Ochieng “es preciso que inculquemos a nuestras jóvenes la importancia de la educación. Tenemos que exigir el ejercicio de nuestro poder, de manera que eduquemos a una generación distinta, que comprenda que el poder existe, que es un poder que podemos controlar”.

A-E/HM

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