Fue hace tan solo tres años que el pueblo de pescadores Sanwoma, ubicado entre el mar y la desembocadura del río Ankobra, en la costa occidental de Ghana, sufría inundaciones continuas con grandes pérdidas materiales y humanas.
La familia de la ghanesa Naa Adjeley vuelca al mar más de 900 bolsas plásticas al mes, lo que llena los océanos de más de cinco billones (millón de millones) de partículas de microplásticos.
Bajo el sol abrasador de la región de Alta Ghana Oriental, la estación seca se hace larga y durante varios kilómetros solo se ven tierras estériles, lo que empujó a muchas mujeres a emigrar al sur del país con sus hijos pequeños, los que quedaron en situación de gran vulnerabilidad.
Zainab Abubakar se dedica a salvar vidas de niños y niñas. Hace pocos años era una mujer común, sin formación médica, que vivía en la rural localidad de Kpilo, en la Región Norte de Ghana.
Que los bancos den la espalda a las mujeres, sobre todo si son pobres y viven en zonas rurales, no es ninguna novedad. Pero sí es nuevo que esas mujeres se organicen y creen su propia cooperativa bancaria, como está ocurriendo en el norte de Ghana.
Con lágrimas en sus mejillas, la joven Zainab Salifu hacía fila en la unidad de atención de fiebres en el Hospital Universitario de Tamale, en el norte de Ghana. Más temprano, había recibido un diagnóstico positivo de VIH.
La joven Fizer Boa, de 20 años, se mudó a la capital de Ghana para trabajar en el mercado local Abobloshie como porteadora, o “kayayei ". Desde entoces, duerme por allí mismo al raso.
Es un día hábil, pero Musah Razark Adams, un adolescente de 13 años que cursa quinto grado de escuela en la norteña localidad ghanesa de Wuba, está parado en un arrozal blandiendo una honda, listo para tirarles a los pájaros.
Tras el asesinato de una mujer en un ajetreado mercado de la sureña ciudad cisjordana de Belén, organizaciones de derechos humanos reclamaron reformas drásticas para poner fin a la violencia de género en los territorios palestinos.
Para paliar la mala cosecha de este año, el agricultor ghanés Adams Seidu implementó una estrategia de supervivencia que llama "uno-cero- uno", para los niños, y "cero-cero-uno", para los adultos.