Abdoulaye Maiga muestra con orgullo un álbum con fotos de él y su familia, durante los momentos más felices, cuando todos vivían juntos en su hogar en el norte de Malí. Ahora esos recuerdos son tan distantes como dolorosos.
Paulatinamente, la gente de República Democrática del Congo (RDC) comienza a saber que los científicos han descubierto dos medicamentos que son efectivos en el tratamiento del ébola, lo que ayuda a reducir el miedo que despertó el último brote de la enfermedad en el país. Pero queda mucho para controlar el virus.
Cuatro adolescentes nigerianas de 15 y 16 años se sientan juntas en un autobús en Cotonou, la capital comercial de Benín, para emprender la última parte de su viaje a Malí, donde se les ha asegurado que sus nuevos esposos las aguardan.
El Adama Diallo se fue de su país natal, Senegal, el 28 de octubre de 2016 con el sueño de llegar a Europa y una obstinada determinación que lo llevó a optar por una ruta alternativa y peligrosa, a pesar de no tener los documentos en regla.
El año pasado, Mohamed Keita regresó a Malí tras trabajar seis años en Libia. Pero los últimos 18 meses los pasó preso, detenido por las fuerzas de seguridad cuando, junto con otras personas, estaban a punto de cruzar el mar Mediterráneo rumbo a Europa en una embarcación precaria.
La inestabilidad política de África, los conflictos armados y otras cuestiones legales ponen en riesgo las inversiones necesarias para hacer frente al cambio climático y reducir las emisiones de gases invernadero en el continente.
Guinea, signatario del Acuerdo de París sobre cambio climático, trabaja para extender la red eléctrica a las tres cuartas partes de sus 12 millones de habitantes que no tienen, lo que le está resultando un compromiso difícil de cumplir.
Esperanza, sonrisas y nueva vitalidad parecen instalarse de forma lenta, pero segura en varias partes del Sahel, donde el desierto del Sahara degradó grandes porciones del territorio, destruyó medios de subsistencia y dejó a muchas comunidades en la pobreza extrema.
Miles de troncos en barcos improvisados en el puerto de Inong, sobre el lago Mai-Ndombe, están listos para partir hacia la capital de República Democrática del Congo.
Bouba Diop observa encantado la cantina de su tío recién reformada en el barrio pobre de Keur Massar, a las afuera de esta capital de Senegal.
Mariama Sow, viuda de 30 años, trata de llevar lo más parecido a una vida normal junto a sus tres hijos en la capital de Senegal, tras abandonar en junio la histórica ciudad de Tombuctú, en el norte de Malí, que el año pasado cayó bajo control de grupos rebeldes islamistas.
Uno de los hijos de Amina Diallo está desaparecido desde agosto del año pasado. Ella cree que Salif, de 14 años, fue secuestrado por insurgentes islamistas cuando iba al mercado de Gao, la ciudad donde vivían en el norte de Malí, para convertirlo en combatiente.
Una madre de 25 años, originaria de la oriental provincia senegalesa de Tambacounda, cree que los anticonceptivos dañan el útero y causan problemas a la salud en el largo plazo, como aumento de la presión arterial y jaquecas crónicas.
En el medio del frenesí urbanista que vive Senegal, la creciente construcción de viviendas de bajo costo y sin permiso ni supervisión oficial se vuelve una amenaza a la seguridad de los ciudadanos.