Tapiwa Moyo sale religiosamente de su casa todos los días cuando canta el gallo y se une a la multitud de mujeres que adoptaron la minería artesanal como medio de vida en Zimbabwe.
La mayoría de las comunidades rurales de Zimbabwe, así como también las urbanas pobres, todavía se sirven de los bosques para abastecerse de energía, lo que causa deforestación y degradación de la tierra. Pero las mujeres hallaron una solución sostenible.
A los 60 años, Sheila Mponda vio partir a sus cuatro hijos, quienes se fueron de Zimbabwe a Gran Bretaña en busca de mejores oportunidades. Además, hace poco perdió a su marido, tras una vida dedicada al trabajo en el hogar.
“¿Quiere tomates o boniatos (batatas)? ¿Cuánto tiene?”. Los gritos de las vendedoras se oyen desde lejos a medida que uno se aproxima a Domboshawa, una localidad 30 kilómetros al noreste de la capital de Zimbabwe, Harare.
El zimbabuense Edward Madzokere tiene que contratar un carro y levantarse al alba para llevar sus mangos a Shurugwi, 230 kilómetros al sur de Harare. Este agricultor vende su producción en el “punto de crecimiento" más cercano en Tongogara (el término utilizado para áreas donde se fomenta el desarrollo), donde los precios no son estables.
El canto del gallo despierta a Tambudzai Zimbudzana, de 32 años, que rápidamente dobla sus mantas y sale de su casa de tres habitaciones, con techo de chapas, en Masvingo, una localidad rural del sudeste de Zimbabwe.
El debate en torno al cambio climático ha ignorado la forma en que el fenómeno afecta de forma diferente a hombres y mujeres, concentrándose en subrayar la extrema variabilidad del clima y el hecho de que es impredecible, así como la disminución de la productividad agrícola.
La producción de café, en la que trabajan 1,7 millones de pequeños agricultores en Uganda, representa una cuarta parte del ingreso de divisas de ese país de África oriental, pero las cosechas se reducen por enfermedades, pestes y servicios inadecuados de funcionarios de extensión, así como por los efectos del cambio climático.