El conservador Guillermo Lasso conquistó la presidencia de Ecuador, apelando durante la campaña por la segunda vuelta a los votantes históricamente distantes a él: las mujeres, los indígenas, los activistas ambientales y sobre todo los jóvenes. ¿Cumplirá con sus ofertas o fueron solo un maquillaje electoral?
Watatakalu Yawalapiti tiene 40 años. Nació en el pueblo de Amakapuku, rodeada de un gran bosque preservado en el corazón de Brasil. Pasó parte de su infancia en las arenas blancas y las aguas cristalinas del río Tuatuari. Otras veces, se sentaba en círculo escuchando a su bisabuelo contando historias, como la de cómo el hombre blanco llegaba con una hoja enorme y cortaba los árboles mientras uno se afeita el vello corporal.
Un movimiento de indígenas y otros agricultores guatemaltecos se emplea a fondo en reforestar tierras degradadas y mejorar prácticas agrícolas, para contribuir a “sanar los pulmones de la Tierra”, con auspicio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Las tasas de deforestación en América Latina y el Caribe son más bajas en las áreas indígenas y tribales donde los gobiernos han reconocido formalmente los derechos colectivos territoriales, de acuerdo con una revisión de más 300 estudios realizada en conjunto por la FAO y el FILAC.
Desde 2016, propietarios de tierras comunitarias han detenido con recursos legales un parque solar privado en el sudoriental estado mexicano de Yucatán, por falta de consulta indígena y riesgo de daños ambientales.
La Agenda 2030, adoptada por 193 países en 2015 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), no reconoce plenamente los derechos colectivos de los pueblos indígenas a sus tierras y recursos, sostuvo este lunes 15 un informe del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DAES) de la organización mundial.
Cuando la pandemia de covid-19 empezó a sentirse en Perú en marzo de 2020, golpeó primero la ciudad de Lima, en la costa. Al parecer, estaba lejos de la Amazonia, una región donde hay muchas comunidades indígenas que viven en zonas de difícil acceso, con graves carencias de servicios públicos.
En el fondo de las montañas de los colindantes estados mexicanos de Puebla, Oaxaca y Guerrero se pinta el arcoíris con la lluvia que sopla el viento del sur. Ahí, entre el colorido de la vestimenta de las mujeres ñuu savi (mixteca) y la música tradicional se forma el espiral de la lengua tu’un savi de un pueblo que se niega a morir.
Keenan Mundine se crio en una vivienda social de la comunidad nativa The Block, famosa por sus malas condiciones de vida, el gran consumo de alcohol y drogas y la violencia, y que forma parte de Redfern, un suburbio de Sídney. Cuando tenía siete años, perdió a sus padres por las drogas y el suicidio, lo separaron de sus hermanos y pasó a vivir con unos familiares.
Las comunidades locales cercanas a la mina de cobre Panguna han dado un paso decisivo en su larga lucha para que la transnacional minera Rio Tinto se responsabilice por presuntas violaciones ambientales y de derechos humanos durante sus operaciones en el yacimiento, que dieron pie a un cruento conflicto armado.
“Ya no conocemos el río Xingu”, cuyas aguas dictan “nuestro modo de vida, nuestros ingresos, nuestra alimentación y nuestra navegación”, lamentó Bel Juruna, una joven lideresa indígena de la Amazonia brasileña.
La proliferación de los incendios en sus tierras, también sometidas a crecientes invasiones, una alta mortalidad por la covid-19 y la merma en sus derechos constitucionales componen el cuadro actual de amenazas que se ciernen sobre los indígenas en Brasil.
Si la esperanza pudiera reírse, sonaría como la risa de Nemonte Nenquimo. Ya sea a través de la pantalla de un computador o el parlante de un teléfono celular, el fuerte sonido de su carcajada parece una invitación de amistad imposible de ignorar, así como su lucha por la Amazonia.
Nenquimo, una mujer indígena waorani de 35 años, ha encabezado la protesta de su gente para que el Estado ecuatoriano respete los territorios y los derechos de las nacionalidades indígenas amazónicas.
Primero, las niñas quedan recluidas. Luego, se sientan en un tronco. Sus parientes toman una pequeña vara y le pegan suavemente en la espalda y las piernas. Es un momento importante, de orgullo, cuando dejan de ser niñas para volverse mujeres. Es un ritual de paso de las jóvenes indígenas de la etnia banawá, que viven en el sur del estado de Amazonas, en Brasil.
Aunque su comunidad no se ha inundado, el indígena Estanislao Arias teme que las lluvias incrementen el caudal del cercano río Nacajuca y este se desborde en su comunidad del estado de Tabasco, en el sureste de México.
Para reducir la inequidad social en las comunidades
indígenas amazónicas, en especial en la salud, es necesario implementar estrategias de atención sanitaria que revaloricen e incorporen los conocimientos ancestrales de esos pueblos, en especial en lo relativo al uso de plantas medicinales, de acuerdo con una investigación publicada en
International Journal of Environmental Research and Public Health (IJERPH).
Mientras no haya intérpretes y traductores en lenguas indígenas en los juzgados y hospitales de México, difícilmente podemos hablar de inclusión en un país racista y clasista que prefiere discriminar antes de reconocerse diverso y plurilingüe.