Hace apenas unos días, Rameela Bibi era la madre de un bebé de un mes. El niño murió en sus brazos de una infección pulmonar que contrajo cuando la familia huyó de su casa en el distrito de Waziristán del Norte, Pakistán, donde una fuerte ofensiva militar contra el extremista movimiento Talibán provocó el éxodo de casi medio millón de personas.
Pakistán está sumergido en un crispado debate sobre la continuación de de las operaciones militares contra el movimiento extremista Talibán en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), especialmente tras la brutal matanza de 23 soldados el mes pasado.
Muchos pakistaníes dependen de medicamentos elaborados en India y contrabandeados hacia este país. Tanto pacientes como médicos dicen que son baratos y efectivos, aunque las autoridades lo vean de otro modo.
Hacer la guerra o la paz con el movimiento extremista Talibán se ha vuelto un dilema para el gobierno pakistaní.
Mientras la temperatura cae a cero grado, un escalofrío recorre las espaldas de gente como Rasool Kan, en el campamento de desplazados de Jalozai, en Pakistán. Amontonados en tiendas diminutas, con apenas una cobertura de plástico sobre sus cabezas, sin nada que les dé calor, pasan noches en vela sumidos en el amargo frío.
Durante muchos años no pudieron cantar, bailar o tocar sus instrumentos favoritos. Los artistas de Jyber Pajtunjwa perdieron su voz mientras el movimiento extremista Talibán perpetraba ataques terroristas y prohibía la música, calificándola de antiislámica. Pero tras varios meses de avances tentativos, esta provincia pakistaní revive al son de sus acordes.
El principal obstáculo en la lucha contra la poliomielitis en Pakistán, uno de los tres países donde la enfermedad sigue siendo endémica, es la insurgencia islamista Talibán, que cree que la vacuna es un arma de Estados Unidos y asesina a trabajadores de la campaña sanitaria.
Farhat Bibi, de 43 años, quedó sola a cargo de sus hijos cuando su esposo murió en un atentado hace tres años en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA) del noroeste de Pakistán.
El recuerdo de la sangre no abandona a Ajab Gul. “No puedo dormir”, dice el joven de 25 años, que trabaja en un hospital donde se atienden las víctimas del terrorismo en esta ciudad pakistaní fronteriza con Afganistán.
“Extraño a mi mamá y lloro todas las noches”, dijo a IPS el pequeño Afaq Ali, de ocho años, estudiante de quinto grado en la Escuela Pública Universitaria de Peshawar, capital de la provincia pakistaní de Jyber Pajtunjwa y centro administrativo de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA).
El nerviosismo se siente hasta en el aire de Dera Ismail Kan. Hace más de una quincena que insurgentes atacaron una prisión de alta seguridad en este distrito pakistaní y liberaron a unos 200 reclusos, entre ellos comandantes del movimiento extremista Talibán.
Los incidentes de violencia eran habituales luego un importante partido de cricket en Pakistán. Sin embargo, en las norteñas Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), este deporte se ha convertido en una herramienta para promover la paz.
El continuo zumbido de aviones no tripulados basta para que los residentes de la Agencia de Waziristán del Norte, en Pakistán, habitualmente no quieran salir de sus casas. Sin embargo, últimamente han comenzado a aventurarse fuera de sus humildes viviendas de barro y piedra pese a la persistente amenaza aérea.