Una cooperativa mexicana de energía solar, Onergia, busca fomentar el empleo digno, aplicar el conocimiento tecnológico e impulsar alternativas menos contaminantes que los combustibles fósiles, en una de las iniciativas alternativas con las que se busca en México avanzar hacia la transición energética.
La seguridad hídrica y la rentabilidad son los talones de Aquiles del plan de modernización de 60 centrales hidroeléctricas trazado en México por el gobierno Andrés Manuel López Obrador.
De pescador durante la adolescencia cerca de Río de Janeiro a doctor en Ecología Acuática y Pesca por la Universidad Federal de Pará, en el norte de Brasil, Oswaldo Gomes de Souza Junior personifica la etnobiología surgida por los traumas ambientales en la Amazonia.
La transición en materia de energía tiende a diseminarse por el mundo, pero será más contrastante en Brasil, al sustituir grandes centrales hidroeléctricas por microgeneradoras solares y decisiones gubernamentales por aquellas familiares y comunitarias.
"Quiten sus manos de nuestras aguas”, protestaron unos 350 activistas a favor del recurso como bien común, al ocupar en la madrugada de este jueves 22 la planta industrial de Coca Cola en Tabatinga, ciudad satélite de la capital brasileña, anfitriona del octavo Foro Mundial del Agua (FMA-8).
El estado de Tocantins, el más nuevo de las 26 entidades federales que conforman administrativamente Brasil y que fue creado en 1988 en el centro del país, construye su futuro como un laboratorio de desarrollo impulsado por megaproyectos de infraestructura.
Pocos casos muestran los impactos para la gente y para los ecosistemas de la construcción de grandes centrales hidroeléctricas en Brasil como la de Sobradinho, en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste de Brasil, en operación desde finales de los años 70.
Los tuxás, un pueblo indígena brasileño, que por siglos habitó en el norte del estado de Bahia, en las riberas del río São Francisco, sobrevive ahora envuelto en la saudade (nostalgia), desde que un embalse dejó a sus pobladores sin su tierra y sus raíces quedaron bajo sus aguas.
El incendio del bosque local, el 29 de junio de 1979, fue el acto inaugural de la ciudad de Paranaita, en un municipio que ahora intenta superar el estigma de un gran deforestador del Brasil amazónico y pasó a autodenominarse “capital de la energía”.
El agua sucia mata cada día a más peces y tortugas taricayas. Además, el río está “fuera de ciclo” y crece o mengua repentinamente, sin respetar las estaciones, destacan los tres indígenas del pueblo munduruku, todos estudiantes de Derecho en el sur de la Amazonia brasileña.
Lo primero que lee quien tome cualquier documento oficial de este año en Argentina es: “2017, año de las energías renovables”. El dato revela la importancia que el gobierno le da a la cuestión, aunque plasmar la consigna en la realidad no parece tan fácil como colocarla en el encabezado de los papeles de la administración pública.
Buscar petróleo y gas en el mar, activar los yacimientos no convencionales, desarrollar por fin las energías renovables, construir centrales hidroeléctricas. Todas las recetas que conduzcan a una mayor producción de energía parecen bienvenidas hoy en la Argentina, que en los últimos años ha tenido sus cuentas en rojo en este rubro.
En la vertiente caribeña de Costa Rica, 100 kilómetros al noreste de la capital, la gris silueta de una gran represa corta el río Reventazón y forma el embalse que alimenta la planta hidroeléctrica más grande de América Central.
“Hoy tenemos Internet, televisión. Antes ni teníamos electricidad, pero era mejor”, recordó Lourival de Barros, un desterrado de las centrales hidroeléctricas que se multiplicaron por la geografía de Brasil principalmente a partir los años 70.
“Antes yo pescaba 200 kilogramos por semana, ahora logro 40 cuando tengo suerte”, se quejó Raimundo Neves, culpando a las dos centrales hidroeléctricas construidas en el río Madeira, una arriba y otra abajo de Jaci Paraná, el pueblo donde vive en el noroeste de Brasil.
La construcción de grandes centrales hidroeléctricas en Brasil constituye una tragedia para miles de familias desplazadas y una pesadilla para las empresas que tratan de reasentarlas como exige la legislación local.
Euro Tourinho tenía ocho años, en 1930, cuando acompañó su madre a Campo Grande, la ya entonces gran ciudad del centrooccidente de Brasil, para el parto de un hermano menor.