Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó la cárcel de El Reno en el estado de Oklahoma el 16 de este mes para comprobar las condiciones de vida de los 1.300 presos que allí se encuentran, ninguna autoridad pudo impedírselo.
Desde que el Comité de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra la Tortura denunció a Estados Unidos en noviembre por el uso excesivo de la fuerza de su policía, Washington no logró mejorar su reputación internacional al respecto.
Los conflictos en Medio Oriente y otras partes del mundo crearon 13 millones de refugiados, lo que complica los esfuerzos de la comunidad internacional para cumplir con su responsabilidad de proteger a las personas expulsadas de sus países por la violencia y la persecución.
La situación de los derechos humanos es “regresiva” en Asia y el Pacífico, la región donde habitan dos terceras partes de la población del planeta, denunció Amnistía Internacional en su principal informe anual.
Los burócratas de “El castillo”, de Franz Kafka, habrían admirado la grisura del término “interrogatorio mejorado” ideado por la administración de George W. Bush (2001-2009), y que no es más que un eufemismo nuevo para la vieja tortura.
Los 10 años de cárcel y los mil azotes a los que condenó el régimen conservador y autoritario de Arabia Saudita a un bloguero y activista provocaron la condena internacional y revelan la impotencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ante este tipo de casos.