En la Puna argentina, a 4 000 metros de altura, es difícil ver el color verde. El ambiente seco lleva a casi toda la naturaleza a distintos tonos del marrón y el amarillo. En ese inhóspito entorno, la vida cotidiana, ha mejorado gracias a un sistema de captación de agua de los cerros, con tuberías que la bajan hacia las comunidades.
“En las noches sin luna era muy difícil caminar por este pueblo”, cuenta Celia Vilte, maestra de San Francisco, una comunidad de 54 habitantes en el extremo noroeste de Argentina, a 4000 metros de altura, que en el centro no tiene una plaza sino 40 paneles solares, fuente de cien por ciento de su electricidad.
En las profundidades de las capas de hielo de la cordillera de los Andes en Perú hay evidencias de la contaminación del aire causada por el hombre.
Lo imaginaron algunos visionarios hace más de 80 años, para favorecer la integración entre Argentina y Chile. Hoy es considerado una necesidad regional para desarrollar el tránsito comercial entre los dos océanos. Un gigantesco proyecto de ingeniería en la cordillera de los Andes está cerca de comenzar.
“La pesca no solo sirve para vivir, sino también para pasarlo bien”, asegura Pedro Pascual, un pescador de 70 años, que desde hace 50 toma su lancha y se interna mar adentro de madrugada para buscar el sustento diario, en las costas del océano Pacífico de Chile.
Un novedoso proyecto energético impulsado en Chile, pretende combinar una central hidráulica de bombeo, que operará con agua del mar, con otra solar fotovoltaica, a fin de garantizar un suministro limpio y constante de energía en el desierto de Atacama, el más árido del mundo.
Chile, un territorio plagado de volcanes y géiseres, inició la construcción de la primera planta geotérmica de América del Sur, un proyecto que busca ser la puerta de entrada de esta energía al país, cuya matriz energética está compuesta mayoritariamente por combustibles fósiles.
Los derechos de agua en Chile, privatizados durante la dictadura la militar en 1981, tienen en jaque a la agricultura familiar y campesina, que lucha por la reconversión, al menos parcial, de este recurso al control público.
Tras el incendio que arrasó más de 34.000 hectáreas de bosques, algunos milenarios, en la Patagonia, en el sur de Argentina, las autoridades deberán apagar llamas no menos graves: las nuevas catástrofes socioambientales que van a emerger de sus cenizas.
Con la venta de barras de amaranto y platillos de quinua, Lucinda Duy se gana la vida. Tiene 24 años y vive en la provincia de Cañar, en la región interandina de Ecuador, donde se intenta rescatar del olvido a los granos andinos.