Cargando un saco de nylon rojo, en el que trae un par de zapatos viejos y unas pocas pertenencias más, David Antonio Pérez llega a El Salvador, deportado de Estados Unidos.
Emilia* cuenta que llevó a su familia a México después de que su hermano y dos de sus hijos fueran asesinados en El Salvador, su país natal. De los miles de personas que huyen de América Central a México, ella fue una de las afortunadas. Después de solicitar asilo, México le dio protección y residencia. La gran mayoría no corre con la misma suerte.
La esperanza de forjarse un mejor futuro en los Estados Unidos, como indocumentados, se hace añicos para miles de salvadoreños una vez que son detenidos por oficiales de inmigración estadounidenses o mexicanos, y comienza el proceso de su deportación a San Salvador.
David Antonio Pérez, de 42 años y nacido en San Salvador, retorna forzadamente como deportado a su ciudad de origen, tras pasar cinco años en centros de retención de Estados Unidos, batallando en los tribunales por evitar su expulsión. “La libertad no tiene precio, y son cinco años que ya no los voy a recuperar, ya los perdí”, asegura.
David Antonio Pérez, de 42 años, deportado a El Salvador tras 12 años en Estados Unidos. Ahora, su deseo es encontrar trabajo como policía, en su país. Si no lo logra, intentará regresar a Estados Unidos, aunque la presencia del presidente Donald Trump y sus políticas antiinmigrantes le hacen dudar. “Vivir la vida normal. Una vida que a mi me gusta vivir”, ese es su deseo.
“Retornan de diferentes ciudades, como por ejemplo de Alexandría, Houston, donde ha sido detenida la persona”. “Ofrecemos lo más inmediato, como es alimentación, llamadas telefónicas gratis para que la persona se pueda comunicar a Estados Unidos con su familia y también acá a El Salvador”, cuenta en esta entrevista Krissia Borja, jefa del Área de Retorno Terrestre de la Dirección General de Migración y Extranjería.
“En un restaurante de comida rápida. Eso es lo que estaba haciendo. Tenía dos trabajos diferentes, pero los dos eran en el área de restaurantes”. David Antonio Pérez cuenta que vivió más de 12 años en Estados Unidos, cinco de ellos retenido por las autoridades migratorias y batallando legalmente para evitar ser devuelto a El Salvador.
Es miércoles y 80 hombres y 17 mujeres llegan a El Salvador desde Houston, en Estados Unidos. Las autoridades del Centro acogen, orientan y asesoran a los recién llegados. Cansados, desorientados, los deportados reciben detalles sobre los trámites migratorios de ingreso al país.
Tres amigos descansan tranquilos en un patio, conversan sobre sus complicados barrios en inglés y con fuerte acento estadounidense. Sus tatuajes reflejan la dura vida de la calle. Uno de ellos siente que Massachusetts es su hogar, y los otros se criaron en Georgia, Estados Unidos.
Trabajaron años para sostener la economía de dos países. A uno, Estados Unidos, le aportaron mano de obra e impuestos; al otro, México, le mandaron remesas que mantuvieron a miles de familias y comunidades. Ahora son migrantes retornados y los dos gobiernos no se hacen cargo de sus especiales necesidades.