La estructura de edad de la población de América Latina, cuyo promedio de edad se encuentra entre la de África (más joven) y la de América del Norte y Europa (más cantidad de mayores de 60 años), podría explicar por qué la covid-19 está afectando principalmente al grupo comprendido entre los 25 y 59 años.
La mortal pandemia de covid-19 ha llevado al cierre de la Secretaria General de la ONU en su sede en Nueva York y 32 de sus agencias a nivel mundial, lo que ha forzado a más de sus 37 000 empleados a trabajar desde sus hogares.
Trabajó sin parar durante 40 años. Cuando se jubiló, no supo qué hacer con su tiempo libre. “Estar en casa todo el día y solo pendiente de lo que había llegado a la bodega (mercado), no es para mí”, dijo una residente en la capital cubana.
Los niños, las mujeres, los indígenas, los jubilados y los migrantes, son los nuevos rostros de los excluidos en Chile, un país que encabeza la región en su ingreso por persona, pero donde un quinto de su población vive bajo la línea de pobreza.
La precaria situación de los jubilados en Chile empeoraría aún más si se aprueba una polémica iniciativa, que propone hipotecar sus viviendas para aumentar sus paupérrimas pensiones, la mayoría en manos privadas y que promedian 230 dólares mensuales.
La eternamente joven América Latina también está envejeciendo, debido al aumento de la esperanza de vida y la caída de nacimientos. Una revolución demográfica que coloca ante nuevos desafíos a una región que da pasos tambaleantes para dejar de ser la más desigual del mundo.
Los más indefensos son las principales víctimas de los cortes drásticos en las pensiones de jubilación de los funcionarios públicos, anunciados esta semana por el gobierno portugués del conservador primer ministro Pedro Passos Coelho. Por eso las calles se llenan de retirados en son de protesta.