Si existe algo deficitario en la minería en general y en particular en la del litio es la comunicación y la percepción sobre el sector.
El gobierno boliviano que resultará electo en los comicios de septiembre tendrá ante sí un abanico de dilemas respecto a las políticas energéticas a aplicar en ese país andino, cuyo desarrollo actual está atado al gas y tiene altas reservas de minerales determinantes para la movilidad eléctrica, como el litio.
Con su blanco intenso que interrumpe la monotonía árida de la Puna, los salares semejan postales lunares en el noroeste de Argentina. Bajo su superficie se esconden las mayores reservas mundiales de litio, el mineral clave en la transición hacia energías limpias, pero cuya explotación ya comenzó a generar controversias.
Es un paisaje extenso y blanco, que se funde con el azul y el blanco del cielo. Se trata del Salar de Uyuni, un desierto de 11 000 kilómetros cuadrados de sal blanca brillante, visible desde el espacio exterior. Ese desierto boliviano no solo es un paisaje único, sino que posee la mayor reserva del litio del mundo.
El litio es conocido como el “oro blanco”, un tesoro guardado que además de
Bolivia, poseen otros países sudamericanos omo
Argentina,
Perú y
Chile.
El gobierno de Mauricio Macri sueña con que Argentina se convierta en líder mundial de la producción de litio. Pero no parece tan claro que la aspiración, apuntalada en el interés de las grandes compañías multinacionales del sector, también pueda ser un camino para el desarrollo de comunidades locales.