Los horrendos asesinatos de niños en conflictos militares y guerras civiles, tanto por parte de las fuerzas armadas nacionales como de grupos militantes, han provocado una amplia condena por parte de las organizaciones de derechos humanos de todo el mundo.
Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), respaldadas en forma intermitente por Estados Unidos, llegaron a un acuerdo con las Naciones Unidas para dejar de utilizar a niños soldados en zonas del este del país bajo su control, liberar a todos los jóvenes de sus filas y cesar otras violaciones a sus derechos.
Hace veintiocho años, en este mismo mes de agosto, una mujer indígena se encontraba en la plaza en la ciudad de Guatemala, mirando como los presidentes de América Central salíamos a la calle luego de firmar los Acuerdos de Paz que pondrían fin a las guerras civiles en nuestra región. Cuando me aproximé a ella, tomó mis manos en las suyas y me dijo: “Gracias, señor Presidente, por mi hijo que se encuentra luchando en las montañas, y por el hijo que llevo en mi vientre”.
Desde Somalia, pasando por Palestina, hasta Ucrania, las guerras someten a millones de niñas y niños al riesgo de abusos durante los conflictos armados.
Hace un año, los representantes de los ocho gobiernos a los que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, destacó porque aún reclutan y usan a niños y niñas en sus fuerzas de seguridad se reunieron en Nueva York para declarar que estaban dispuestos a tomar las medidas necesarias para remediar la situación.
El ugandés Moses Otiti tenía 15 años y caminaba junto a su padre y otras personas cuando insurgentes del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) los emboscaron en 2003.
Imagine un orfanato de 300 niños abandonados por haber sido fruto de violaciones sexuales. Ahora imagine una aldea donde solo en el último año fueron violados 11 bebés de entre seis meses y un año y 59 infantes de entre uno y tres años.
Mientras los 12.600 efectivos de las nuevas fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU se ponen sus cascos azules y sustituyen a las fuerzas lideradas por África en Malí, consumida por la corrupción y el extremismo, hay temores de que esta transferencia de autoridad no se ejecute de modo exitoso.